El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha despedido de sus charlas sabatinas y dominicales, una cita semana ineludible durante todos los meses que ha durado la declaración de Estado de Alarma. Y lo ha hecho a su modo, no solo sin hacer la menor autocrítica, sino colocándose además todas las medallas que ha visto nada más entrar en la sala de trofeos.
Que el presidente sea incapaz de dar una cifra siquiera aproximada a la realidad, sobre el número de personas fallecidas como consecuencia de la pandemia, y reitere que ha salvado a 450.000, le deja en una situación extremadamente comprometida. Si sus buenas decisiones han salvado a casi medio millón ¿debemos entender entonces que quienes han muerto lo han hecho fruto de sus malas decisiones?
Que en su última alocución haya vuelto a no aceptar preguntas es porque son demasiadas las que hay sobre la mesa de todas las redacciones periodísticas, incluso en las de aquellos medios tradicionalmente afines al PSOE.
La nueva normalidad, como él la bautizó y así se ha quedado, se dibuja con un gobierno que nos miente al desaconsejarnos las mascarillas si estamos sanos, y luego las hace obligatorias, y la excusa no es sanitaria, sino de abastecimiento; es un gobierno que cierra el Portal de la Transparencia mientras adjudica a dedo millones de euros a empresas fantasma que le proporcionan material defectuoso; es un gobierno que se salta la cuarentena pero multa a los ciudadanos que lo hacen, un gobierno que sabía que otros países estaban tomando medidas “superdrásticas” mientras animaba a participar en eventos multitudinarios y corear eslóganes que subestimaban la pandemia, un gobierno que centralizó toda las competencias autonómicas para luego, fruto de su fracaso, tener que ir cediéndolas de nuevo, un gobierno caótico en los ministros se contradecían unos a otros casi todos los días, con la salida de los niños, con el turismo, con la vuelta a los colegios…, y que generaba una normativa de cumplimiento estricto de un día para otro, y la retocaba minutos antes de publicarla en el BOE o recién publicada.
Un gobierno que no ha tenido empacho en crear tensión acusando de golpismo, dañar la imagen turística de España con declaraciones como mínimo inadecuadas, como ha hecho con la agricultura, o generando la extraña imagen de que es maravilloso la enorme cantidad de personas que se están viendo obligadas a vivir de la beneficencia del Estado en vez de hacerlo con un salario fruto de su trabajo.
La situación económica ha estado mal gestionada desde el inicio, cuando el Gobierno se negó a anular los pagos a la Seguridad Social o del IVA de las empresas, y acabó aceptando el aplazamiento con recargos, y están los ICO, que nuevamente son préstamos, muchas veces para poder pagar los propios impuestos, y además solo accesibles a quienes están prácticamente sin posibilidad de recuperación, y están decisiones absurdas como la creación del Ingreso Mínimo Vital, absurdo porque ya existe de un modo u otro en todas las comunidades autónomas, y en vez de pactar con ellas una reordenación del mismo, el Gobierno lo que quería era ponerse otra medalla más.
La nueva normalidad nos deja interrogantes sobre su coherencia porque si lo que nos pone en riesgo es la proximidad física entre unos y otros, no se entiende que a un entierro se autorice a menos personas que a un concierto, siendo ambos al aire libre, por poner uno solo de los muchos detalles de esta situación con la que nos toca convivir.
Ahora, a nuestra normalidad llegan los turistas, sin un test previo en su país, y nadie nos explica qué pasará si dan positivo ¿dónde les alojamos? ¿les pagamos un hotel para hacer la cuarentena? ¿y si venían una semana les costeamos nosotros dos, o los dejamos volverse infectados? ¿y si tienen que pasar dos meses en una UCI, también invita la casa? ¿por qué los controles no se hacen origen y así nos evitamos todos problemas?
No, no me gusta esta nueva normalidad en la que no puedes darle un abrazo a un amigo, en la que tienes miedo cada vez que tu hijo o tu hija adolescente vuelven de estar con amigos… No me gusta tener que llevar mascarilla ni que la lleven los demás, ni vivir como si estuviera siempre a punto de entrar en un quirófano.
No podemos ni debemos acostumbrarnos esto, porque nada de esto es normal, por eso resulta esencial, fundamental, que tengamos la precaución máxima que nos permita mantener a raya al maldito virus hasta acabar con él. Porque esto será nuevo, pero no es ni debe ser lo normal.
¡Salud!