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Engreídos y descerebrados

Por Jose Fernández
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lunes 09 de noviembre de 2020, 19:44h

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Entiendo que la oleada de confusión y angustia que la revirada otoñal del coronavirus está provocando en buena parte de la población (salvo entre aquellos que están entregados a esparcir sus descacharrantes argumentos negacionistas o las más disparatadas teorías conspirativas) atrape toda la capacidad de atención o seguimiento de la gente, pero conviene no perder de vista que, en paralelo con el asunto sanitario, están sucediendo en España algunos hechos inquietantes de una extraordinaria y aplazada gravedad. Puede que no hayan reparado en ello, pero el sedicente gobierno que padecemos en este país está aprovechando y atizando el caos pandémico para, al amparo desconcierto, ir moviendo las fichas de una estrategia destinada no sólo a ganar la partida, sino a cambiar de juego.
Decía Oscar Wilde que el mejor medio de educar a los niños es hacerlos felices, y parece que en este gobierno ha tomado al pie de la letra la aportación del brillante, cínico y bien educado autor irlandés, que llegó a ser un prominente clasicista primero en el Trinity College de Dublín y después en el Magdalen College de Oxford. Y llámenme loco, pero creo que en el éxito y el reconocimiento universal del autor de tantas y tan deliciosas obras tuvieron más que ver las declinaciones latinas que los juegos felices. Pero para juego, y de los de mucha risa y alboroto, no hay nada más que hacer una proyección de lo que va a ser de España en veinte años si las reformas educativas de esta banda de malhechores ministeriales se mantienen en el tiempo. La ley que perpetra la ministra de Educación, la viajera señora Celaá, la que sostenía que los hijos no son de los padres pero que pagó gustosamente las costosas facturas mensuales de la educación de sus hijas en el refinado y exclusivo colegio de Las Irlandesas de Bilbao, va a asestar un golpe brutal, otro más, a la educación de los españoles del futuro, si es que hay futuro y si es que quedan españoles. De entrada, porque no es una ley de consenso sino una ley de partido, cargada de ideología, de complejos y de manías persecutorias. Un producto propio de mentes sectarias que consideran beneficioso generar división y enfrentamiento sin reparar que al final lo que causan es desigualdad, porque al rebajar drásticamente el nivel de exigencia y permitir promocionar sin aprobar, se están cargando el verdadero valor social de la educación, que es el empleo del mérito como el sistema más igualitario del ascenso social: tanto vales, tanto subes. Una ley que amenaza además a la educación concertada que cientos de miles de padres eligen en España para sus hijos y que deja en una situación muy vulnerable a la Educación Especial. Y todo por la igualdad. Pero esa pasión por la igualdad, como si efectivamente todos fuéramos iguales, acaba generando -insisto en ello- una terrible desigualdad, porque al equiparar a todos por lo bajo, quien disponga de medios podrá formar a sus hijos en colegios exclusivos y privados, como los de los hijos de muchos políticos superprogres, porque de ahí es de donde saldrán las élites del futuro, si es que lo hay.
Y luego está la abyección de eliminar al español como idioma vehicular de la enseñanza, en una miserable postración gubernamental incluida como parte del precio de venta de los votos de la purria de enemigos de España en los que se apoya este gobierno de irresponsables. Una anomalía anticonstitucional que consagra la paradoja de que España sea el único país del mundo hispanohablante en la que el castellano (que es una incomparable herramienta de futuro en el planeta) está proscrito. ¿Se imaginan a los británicos eliminando el inglés y potenciando el gaélico? ¿Se imaginan a los franceses potenciando el sardo y relegando al francés? ¿Se imaginan las risas que ingleses y franceses deben estar haciendo ahora al ver cómo España dinamita su capacidad de influencia mundial poniendo trabas a su propio idioma? Bueno, pues eso es lo que estamos haciendo en España de la mano de esta panda de engreídos descerebrados: abonar el terreno para el fracaso multiorgánico como país.

Jose Fernández

Periodista.Asesor de Prensa
en el Ayuntamiento de Almería.