Ahora que vivimos una etapa dominada por la obsesión del autorretrato, esa palabra orillada por el apabullante uso del término “selfi”, conviene recordar que no hay mejor reflejo o mirada sobre nosotros mismos que el modo en que aceptamos las libertades ajenas. Y no es raro que sepamos ver falta, ofensa e incluso delito en acciones ajenas que nos parecen inocuas, irrelevantes e incluso beneficiosas si las protagonizamos nosotros. Así es la condición humana y no vamos a darle mucha vuelta a ello.
Pero si me permiten, voy a mencionar una situación reciente que me ha llamado la atención. Ayer domingo, numerosos vehículos protagonizaron en el centro de Almería, al igual que en muchas otras ciudades españolas, una comitiva de protesta contra la impositiva y muy ideologizada Ley Celaá de Educación. La protesta, convocada por asociaciones de familias y profesores vinculados a la educación concertada y especial (tan amenazadas por la nueva norma) contaba con el respaldo explícito de PP, VOX y CS, que es lo que los socialistas andaluces han dado en llamar “El Trifachito” y que viene a demostrar que uno de los efectos secundarios del destete es la baja creatividad. Pues bien, la visión de las calles céntricas de Almería llenas de coches dando bocinazos bajo banderas y pegatinas naranjas, en lo que podría parecer el sueño húmedo de los representantes almerienses de Ciudadanos (los oficiales, los críticos y Miguel Cazorla) no terminó de gustar al concejal socialista almeriense Eusebio Villanueva, que afeó en un tuit que algunos manifestantes llevasen la Bandera de España. Y vamos al lío.
Ya tenemos el fondo del tema, vayamos ahora a la forma. Si antes la metáfora del peligro y el descontrol era la imagen de un mono con un revólver, ahora el ejemplo de alarma es ver a un político amartillando su cuenta de Twitter. Y del mismo modo que los zoólogos y exploradores tienen mucho cuidado de no dejar armas al alcance de un simio, alguien debería aconsejar a los políticos que se guardasen sus reflexiones para la cómoda y mullida intimidad de las sobremesas antes de compartirlas con la ciudad y el resto del mundo a través de sus redes. Pero don Eusebio es de los que piensan que su pensamiento merece ser conocido y reconocido urbi et orbi, y no tiene problema en proclamar que las señoras que hablan con pasión de un asunto deben ser medicadas con urgencia, como puso de manifiesto en un Pleno reciente, y que los manifestantes contrarios a la Ley Celaá no deben usar banderas de España porque al hacerlo, escribió en sus redes sociales, se están arrogando un símbolo que a todos nos representa. Y aquí quería llegar yo.
Para el concejal Villanueva, está muy feo que los manifestantes se apropien de la Bandera de España, que es de todos y no es de nadie. Correcto. Sin embargo, no encontrarán tuits del mismo concejal diciendo algo parecido cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se sube a dar un mítin ante una bandera española del tamaño de una cancha de pádel. (Hay muchas fortos y me da pereza ponerlas. Pero no nos desviemos) Que el doctor Sánchez y su mujer catedrática usen la bandera de España está muy bien y era muy apropiado. Que las use usted que no quiere que los niños aprueben por la cara o que quiere que sus hijos estudien en español, no. Y todo eso, que podría ser objeto de alguna que otra discusión en un entorno gentil y confortable, como cuando el propio sr. Villanueva se va con una botella de ron y una bolsa de hielos a charlar con los vecinos, entra en una nueva dimensión si vemos que el tuit de don Eusebio está lleno, de nuevo, de FALTAS DE ORTOGRAFIA.
Para el concejal socialista, las reglas de la escritura española son imposición y yugo y por tanto, fascismo académico que debe ser combatido desde la revolución sintáctica. A la mierda la Academia.
Y es verdad que duelen los ojos al leer a este señor, pero también es verdad que después de eso queda la melancolía circular al ver a un concejal del PSOE criticando a los que no quieren acatar la nueva Ley de Educación socialista… dando patadas al diccionario. Todo en orden.