Los aniversarios son fechas propicias para el siempre productivo ejercicio de la nostalgia, que es la modalidad mas periodística de la melancolía. Desde que Cicerón comenzase a arrrearle a Catilina desde el estrado hablando de las témporas y los mores (alguno habrá esperando la aparición de un culo en las próximas líneas) echar la mirada atrás desde una perspectiva comparativa suele producir reflexiones de regular interés, porque siempre ha sido mas fácil predecir el pasado que el futuro. Y como hemos cumplido un año de esa ruptura del Séptimo Sello que fue el confinamiento doméstico, conviene no perder de vista algo muy importante: que nos sigue gobernando, ahora como hace un año, la mayor recua de incapaces que ha formado gobierno en la Historia de España, y bajo la inquietante sombra de un señor con perfil psiquiátrico que se deja llevar por alguien que confesó que le quitaba el sueño. El maridaje ideal entre el insomnio y la idiocia.
Por todo ello conviene que NUNCA se olvide que a lo largo de este último año nuestro gobierno ocultó y negó las evidencias que apuntaban a un peligroso contagio masivo. Alentaron por intereses partidistas la celebración de manifestaciones y concentraciones feministas que provocaron el contagio y la muerte de miles de mujeres. Que a estas alturas, siguen ocultando el número real de españoles fallecidos por la pandemia, aunque el cruce de fuentes señala una cantidad superior a los cien mil (100.000) muertos. Pero sigamos recordando.
Desprotegieron a los sanitarios. Mintieron a la población sobre el peligro real y el alcance de los contagios. Mintieron sobre la necesidad de usar mascarillas, desaconsejándolas, porque fueron incapaces de traer ese necesario material a tiempo. Mintieron sobre la llegada de los test fiables. Abandonaron a su suerte a las residencias de ancianos. En cuanto pudieron, se desentendieron del problema y trasladaron la responsabilidad a las comunidades autónomas. Se inventaron un comité de expertos inexistentes para justificar decisiones de corte político. Compraron a la prensa para ocultar la cruda realidad de las ucis y las morgues mientras se nos ofrecía a diario un relato entrañable de la pandemia, con personas haciendo el ganso en los balcones y mensajes oficiales de que íbamos a salir más fuertes de todo eso. Prometieron ayudas a los ayuntamientos que aún no han llegado. Han asistido impávidos a la mayor destrucción de empleo vista en España en décadas. Nos mintieron asegurando haber derrotado a la pandemia, animándonos a salir a disfrutar del verano. Han mentido sobre el plan de vacunación, convirtiendo la actuación más determinante de cara a la finalización de la pandemia en un caos autonómico de diecisiete modalidades diferentes. Han hecho de cada comparecencia un cúmulo de falsedades.
Se sacaron de la manga un Estado de Alarma que aún perdura para blindarse políticamente y lo están aprovechando para poder tramitar por urgencia nombramientos y destituciones tendentes a allanar su único objetivo en todo este proceso: una agenda política de cambio progresivo de modelo de Estado, la eliminación de la Monarquía Parlamentaria votada en la Constitución de 1978, el fraccionamiento territorial de España y el advenimiento de una Tercera República presidida por el fatuo, falso y fraudulento Sánchez.
Y en todo este año ni una petición de perdón. Ni una dimisión avergonzada. Ni una destitución por incapacidad. Nada de eso; todo lo contrario: ovaciones al presidente y numeritos de circo con pebeteros y apisonadoras. Sánchez ha conseguido ya tal nivel de elasticidad facial que es capaz de besarse de lo mucho que se gusta. De hecho, en las últimas semanas, la prioridad de este infame gobierno no ha sido salvar vidas y conservar empleos (es dudoso que alguna vez lo haya sido) sino el cambalache de escaños y siglas para la única preocupación de esta purria con cartera: la conservación, ampliación y mantenimiento del poder. Sánchez ha llegado ya al mismo punto de delirio de Robert de Niro en "Taxi Driver" de Scorsese, cuando ensaya a desenfundar el revólver mirándose al espejo. “¿Pandemia? ¿De qué pandemia me estás hablando?”