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Paz y educación ambiental

Por Moises Palmero Aranda
lunes 24 de enero de 2022, 09:11h

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A uno le hacen preguntas que le da vergüenza contestar porque sabe que sus palabras se alejan de su ejemplo. Por eso cuando me preguntaron ¿qué es para ti la Paz? me tuve que imaginar como un pastor que con su ganado, descansa a la sombra de un acebuche centenario, que crece junto a un aljibe en ruinas, en una tierra semiárida, cubierta en la actualidad de invernaderos. Solo así me atreví a contar mi experiencia, lo aprendido, y ahora la repito para conmemorar el Día de la Educación Ambiental y el Día de la Paz que se celebran esta misma semana.

La pongo en mayúscula porque la considero esencial y llevamos buscándola miles de años, tantos, que muchos piensan que no existe, que es solo un espejismo, un sueño, una ilusión, que siempre habrá guerras en el mundo porque todos queremos tener lo que tienen nuestros vecinos, porque nunca nos conformamos con lo que tenemos.

La Paz no existe más allá de ti. No pierdas el tiempo ni buscándola muy lejos, ni defendiéndola. Tú eres la Paz, tú la llevas, tú la haces, tú la transmites. Todos aquellos que provocaron guerras, conflictos, sacrificios en nombre de la Paz, aquellos que se la prometieron a los que les siguiesen, no la conocían. Ambicionaban poder, riqueza, reconocimiento de sus semejantes, y nada de eso la proporciona. El sufrimiento radica en el deseo.

Si todos estuviésemos en Paz con nosotros mismos, el mundo sería diferente. Compartiríamos, debatiríamos, escucharíamos, ofreceríamos, disfrutaríamos de lo que nos rodea y nos ayudaríamos en las desgracias que la naturaleza nos depara. La naturaleza nada tiene contra nosotros, pero el azar la hace cambiar. Si nos adaptamos a sus cambios, si no pretendemos dominarla será más fácil hallar la Paz, porque si en algún sitio podemos encontrarla, más allá de nosotros mismos, es en la naturaleza. Por eso, siempre que se representa, cuando pensamos en ella, se nos aparece un elemento natural, casi siempre en forma de acebuche, el olivo silvestre. Cierto es que también la paloma, pero porque en su pico lleva una ramita de olivo.

En el acebuche están todas las respuestas sobre la Paz. Lo que nos enseña es que para recoger sus frutos hay que plantarla, cuidarla, mimarla, y si lo haces te ofrecerá sus virtudes. La Paz no es algo que surja por azar, por muchas palabras bonitas, por muchas buenas intenciones. Si no germina lentamente, si no se riega, se abona y se le van podando las ramas que puedan partirla, no te dará ni su sombra, ni su calor en las noches de invierno, ni el aceite que te alimenta, ni la madera para elaborar el bastón que te sustentará en la vejez. Todos nacemos con esa semilla, pero la olvidamos pensando que otras nos darán mejores frutos. Preferimos perder nuestro tiempo cuidando el deseo, la envidia, la avaricia que dan frutos más apetecibles, más sabrosos, pero se sustentan en un tronco sin raíces, tan frágil que una simple brisa lo puede hacer caer.

Por eso vuelvo al acebuche, porque bajo su sombra encuentro la Paz, porque mis ovejas se alimentan de sus frutos y en agradecimiento lo abonan, porque sus ramas me ofrecen la madera para hacer las varas con las que poder caminar por estas duras tierras, porque me ofrece el aceite para encender el candil, para enriquecer mis comidas, para hacerme más fuerte. Para agradecérselo le voy cortando algunas ramas que planto en otros lugares, para que todos lo puedan disfrutar, para que nunca se pierda en el tiempo. Aunque sé que no todos tendrán la misma suerte que este, que tiene alguien que lo cuida, que vive cerca del aljibe del que bebe cuando lo necesita.

A veces pienso que los aljibes también son símbolos de Paz porque fueron creados para guardar el agua que nos da la vida. Sin ella nada seriamos, todos nacemos del agua, somos agua y cuando morimos en ella nos convertimos. Nadie en el planeta puede sobrevivir sin ella, por eso las fuentes, las acequias, los aljibes, deberían ser los monumentos que mejor protegiésemos. No las iglesias, ni los castillos, ni las torres vigías que se construyeron para crear conflictos, para defenderse de los que no piensan como tú, para acumular riquezas y provocar dolor.

No me hagas mucho caso, esa es solo mi idea de la Paz, lo que aprendí a lo largo de mi vida, lo que necesito para vivir tranquilo. Pero debo estar equivocado porque pocos acebuches quedan por aquí y los aljibes están abandonados, olvidados después de todo lo que nos dieron. Mientras alguien los cuide y no deje que se pierdan, nos recordarán quienes fuimos y de donde viene todo lo que tenemos.

Espero que algún día mis palabras sean mi ejemplo.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.