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Conservación de los humedales

Por Moises Palmero Aranda
domingo 30 de enero de 2022, 20:54h

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Cada 2 de febrero se celebra el Día Mundial de los Humedales para conmemorar la firma del Convenio Ramsar que se llevó a cabo ese mismo día de 1971. Este año el lema escogido es “valorar, gestionar, restaurar, amar”. Cuatro verbos para invitarnos a pasar a la acción, para recordarnos que el tiempo sigue corriendo en su contra, que parece que nada hayamos aprendido en los últimos siglos.

Los humedales son los ecosistemas con mayor biodiversidad del planeta y sin embargo se estima que en los últimos dos siglos el 80% de los humedales ibéricos han desaparecido por considerarse foco de infección y plagas, y por la presión agrícola y urbanística. Formas de actuar que podríamos pensar son de otra época, pero que dándonos una vuelta por los humedales de Almería nos damos cuenta de que es la dura realidad a la que nos enfrentamos en la actualidad.

Un paseo por los nada protegidos, solo incluidos en el testimonial Inventario de Humedales Andaluces (es un primer paso, un gran logro), Salar de los Canos de Vera, la Ribera de la Algaida de Roquetas de Mar, la Cañada de las Norias en El Ejido, o la Rambla Morales de Cabo de Gata, nos mostraría el estado de abandono, desolación y vergüenza en el que anidan o frecuentan especies en peligro de extinción como la malvasía, la cerceta pardilla o la garcilla cangrejera, en las que nos gastamos algunos millones de euros europeos para protegerlas, mientras en los despachos se planean modernas urbanizaciones que bautizaremos con el nombre de esas aves y espacios emblemáticos que queremos destruir.

Pero los hiperprotegidos sobre el papel, como las Albuferas de Adra, los humedales de Punta Entinas Sabinar, o las Salinas de Cabo de Gata, no se encuentran en mejores condiciones. Es cierto que las numerosas y merecidísimas medallas que lucen impiden determinados planteamientos sobre ellos, pero la falta de interés por hacer cumplir las leyes, la carencia de unos planes de gestión adecuados, la confusión de competencias, la propiedad privada de gran parte de los terrenos, la falta de depuración de las aguas, la eutrofización por vertidos agrícolas, la sobreexplotación de los acuíferos o la falta de una vigilancia continua, los convierten también en territorios abandonados a su suerte. Si ya es triste no tener protegidos todos los humedales en la provincia, es más triste y humillante, que no se haga cumplir la normativa que garantiza su conservación.

Luego hay otros muchos humedales que no aparecen en ninguna lista, que son invisibles a la normativa ambiental, pero que albergan una biodiversidad nada envidiable y son fundamentales para la supervivencia de muchas especies de fauna y flora. Pienso en los charcones de Sotomontes, los de la cañada de Onáyar y la de Ugijar, todos en El Ejido, o esos encharcamientos temporales que permiten el sustento de las aves migratorias que nos visitan cada año desde tiempos inmemoriales.

Es cierto que la conciencia ambiental ha cambiado mucho, que la ciudadanía empieza a valorar estos ecosistemas, que incluso algunos ayuntamientos ya no viven de espaldas a ellos y los ven como nuevas oportunidades para el turismo, para la educación, para recordar con orgullo la historia del municipio, pero queda mucho por hacer desde la ciencia, la gestión, la política, la divulgación, la concienciación para hacernos entender que los humedales son mucho más de lo que se ve en superficie, que hay una serie de servicios ecosistémicos por los que deberíamos garantizar su conservación.

Si tuviésemos que cuantificar con un precio lo que hacen por nosotros sería inasumible para nuestra economía, porque entre otras cosas nos ayudan a controlar las inundaciones, a recargar los acuíferos, a regular la temperatura, a estabilizar las costas y protegernos contra las tormentas, a retener y exportar sedimentos y nutrientes, a depurar las aguas, y a mitigar las consecuencias del Cambio Climático. Son reservas de biodiversidad, generan una gran cantidad productos, y nos ayudan a recordar valores culturales y etnográficos, además de ser unos espacios idóneos para el turismo, disfrute personal y mejora de nuestra salud.

Tenemos que hacer una apuesta de futuro por ellos y para ello se requiere de un esfuerzo colectivo entre la ciencia, la planificación y protección del territorio y la concienciación ciudadana. Compatibilizar la conservación de los valores naturales de los humedales con el uso y aprovechamiento económico y sostenible de los mismos, es uno de los grandes retos de los próximos años. ¿Estaremos a la altura? Mirando a Doñana, a las Tablas de Daimiel y al Mar Menor, me temo que no, pero habrá que ser positivos.

Moises Palmero Aranda

Natural de El Ejido, Almería. Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad de Almería. Desarrolla su trabajo en el mundo de la Educación Ambiental desde la Asociación El árbol de las piruletas, donde ha utilizado la literatura como una herramienta más de sensibilización. Es autor y narrador de cuentos infantiles, entre los que destaca El árbol de las Piruletas y Un delfín entre las estrellas (próxima publicación) Secretos en el Sendero, nueve relatos de misterio donde se mezcla literatura, senderismo y geocaching, es su primera publicación en solitario. 32 motivos para no dormir; Pasos en la oscuridad; Taller de cuentos; 12 caricias; 13 muertes sin piedad; Ángel de nieve; Ulises en la isla de Wight; Crímenes callejeros; El oasis de los miedos; Letras para el camino, El mar, la mar, Relatos Velezanos V son algunas antologías donde aparecen sus relatos. Colabora en Candil Radio con los programas “La mirada del delfín viajero” y “Letras de Esparto”. En radio UAL dirige y presenta el programa de entrevistas Radio Ecocampus. También ha hecho sus pinitos en el mundo del cortometraje con El hombre y la flor. Otra oportunidad y su guión “Residuos” fue el ganador del I Concurso de guiones para cortometrajes “Carboneras Literaria”. Socio fundador de la Asociación Literaria y Cultural Letras de Esparto.