El pasado noviembre se celebró el justo homenaje a varios canónigos últimamente jubilados y al actual Deán que, en su momento, por la prisa episcopal no tuvo opción ni a vino de honor. Uno de ellos, D. Esteban, no pudo participar por razones de salud, razón por la que le dedico estas líneas. Ni yo ni muchos sacerdotes podremos nunca pagarle como merece el bien que nos ha hecho humana, cristiana y vocacionalmente. Nunca olvido que predicó mi Primera Misa y dio los sacramentos a mi madre en su tránsito.
El M.I.Sr. Ldo. D. Esteban Belmonte Pérez para nuestras gentes es el P. Esteban. Hijo de nuestro campo, ha sido un hombre cabal, trabajador, piadoso y apostólico. Recia espiritualidad, entrega, bondad y buen humor lo han distinguido. También es buen cantor. De joven seminarista hizo la vendimia. Conoció a los exiliados, llamó su atención el conocimiento que tenían de la doctrina social de la Iglesia, y su negación de la realidad española del momento. Él, hijo de minero, tenía beca; pero los exiliados repetían que en la España de los 60 los hijos de los obreros no podían estudiar.
Reiteró su juvenil opción por Cristo, ordenado de sacerdote en plena crisis. El obispo Suquía quiso hacerle formador del Seminario, pero D. Esteban se resistió. Argumentando que para formar es preciso tener experiencia previa, pidió y logró ir a servir un pueblo. Enviado a Albox, hizo gran apostolado con los trabajadores. Crecido en la devoción carmelitana de Los Gallardos, asume el fervor por la Virgen del Saliente. Al poco, es formador del Seminario, donde se entrega con toda su fuerza. Recorre los pueblos, visita las familias, habla con los jóvenes… Logra el reconocimiento oficial para el centro.
A los pocos años, es destinado a la parroquia de El Parador de la Asunción, en el auge de los años 70. Trabajó en los invernaderos para estar más encarnado con sus gentes. Se desvivió para ayudar a las víctimas de las inundaciones del 73, que llegaban en el mayor desamparo; esa tarea la dio más popularidad. En esa etapa del Parador, aprovechaba los cursos de formación impartidos en la Casa de Espiritualidad, mientras multiplicaba su presencia y ministerio por los diferentes barrios. Colaboraba en los Cursillos de Cristiandad, gran instrumento evangelizador. Logró terrenos para nuevos templos, algunos luego concluidos, como el de La Gangosa. El Parador parecía una fuente de vida católica, en el complejo Poniente. Mons. Casares Hervás iba con frecuencia; se presentaba, a veces sin avisar, en las fiestas de S. Isidro.
A la llegada de Mons. Rosendo Álvarez Gastón, renuncia al rectorado D. Enrique Sánchez, tras una fecunda y exitosa etapa de servicio a la pastoral vocacional. Esteban Belmonte fue nombrado Rector del Seminario. Una tarea compleja y delicada que culminó con notable éxito. El empeño en la pastoral vocacional dio fruto. D. Esteban aprovechó su tiempo de rector con residencia en Granada, cursando la licenciatura en Teología. Nadie superó su expediente académico. Hizo la tesina sobre el sacerdocio, con enorme saber. Contó incluso con estudios confidenciales de la Conferencia Episcopal. Su director, y rector de la Facultad, P. Antonio González Dorado, SJ, ofreció a D. Esteban impartir clases en la Facultad. El obispo D. Rosendo, viendo que disminuía su clero, no lo permitió. D. Esteban como Rector fue otro acierto de D. Rosendo.
En 1996 D. Esteban Belmonte es enviado a Vera y Palomares. Hizo allí una gran labor. En 1999 lo nombran párroco de S. Pedro, en la ciudad, con su madre muy enferma. Dos largas décadas ha servido esa céntrica parroquia, hasta perder las fuerzas. En S. Pedro volvió a darse sin medida. Mucho trato con todos, catequesis, Aula de Teología, confesionario, impedidos. Cada tarde, visita de enfermos a Torrecárdenas. Mons. Adolfo González lo hizo, además, vicario para la vida consagrada y canónigo penitenciario. Junto a las clases en el Seminario, sus conferencias en las semanas de Teología eran de las más valoradas. D. Esteban servía las comunidades de consagradas; muchas le pedían predicarles los Ejercicios. Cuando llegué al Cabildo, D. Esteban era un canónigo muy cumplidor, rezando a diario con los demás, aparte de su oficio de penitenciario.
Esteban Belmonte mantuvo un horario de cultos pensado en los años 70 para varios sacerdotes; incluso ponían una Misa tras la parroquial para aplicar por los difuntos. Cuando ya no pudo contar con otros sacerdotes, asumía todas las celebraciones él solo. Bien es verdad que años atrás había más población en el centro de la capital. Siempre presente en la vida, cultos y formación de las hermandades. Hacía el Rocío caminando con los peregrinos, para facilitar la confesión sacramental. Tuvo buen sentido para atender la conservación del templo, y el de S. Pedro tiene sus peculiaridades. Vivió todo un éxito al lograr prescindir de las vigas de hierro que protegían el acceso principal, eliminando el riesgo mediante la inyección de cemento líquido en los cimientos.
Miró por su parroquia y por la diócesis. D. Esteban colaboraba generosamente con las necesidades supra-parroquiales, dedicaba varios domingos a las colectas principales, para mejorar la aportación. Fue administrador prudente. Atendidas todas las necesidades, consiguió ahorrar diez millones, para prevenir cualquier contingencia. Sin ruido ni exigencias. Pero el vigoroso cuerpo de D. Esteban Belmonte no pudo sustraerse a la vejez, y se deterioró perceptiblemente. Se volcaba con algunos sacerdotes, para reponer su ánimo. Las visitas frecuentes al Poniente le oxigenaban. Por fin, pudo hacerse el relevo, y se halla bien atendido en la Casa Sacerdotal, con la constante cercanía de la familia. D. Esteban no merecía las fotos que circularon, cuando su relevo, con las bolsas empleadas para despejar los locales. En todo hogar o asociación se acumulan trastos.
Esteban Belmonte ha sido un cura excelente, bueno y trabajador. Señor, no dejes de enviar a tu Iglesia operarios como D. Esteban Belmonte. Amén.