No se trata del habitual, recurrente y cansino balance de la Feria de Almería. Mi relato expone una experiencia personal en el Recinto Ferial de la noche.
La tarde se alargaba, hasta que llega una refrescante puesta de sol, y alguien de la pandilla sugiere una tradicional visita a la feria (pinchos morunos, cariñena con barquillo y los típicos productos del Rincón Cubano: mojitos, cocos y melones, todos exquisitos). Además, queda por disfrutar de la extensa y variada oferta de casetas clásicas, denominadas así para distinguirlas de las más ruidosas y muy concurridas por la juventud.
Nos encantó a toda la pandilla la majestuosa entrada a la caseta de de la Autoridad Portuaria, antes JOP (Junta de Obras del Puerto). Nunca han fallado en feria. Aprovechando el “año del Cable Inglés”, realizaron una réplica a escala del singular mirador. A estribor, el Cable Inglés y, a babor, la reconocible farola roja. Allí, como siempre, la atención y los productos fueron de primera calidad. No en vano, la caseta de la APA depende del Gobierno central, aunque la presidencia recaiga en la Junta de Andalucía, pero es el Estado quien paga los sueldos y estos magníficos gestos de imagen corporativa y la colaboración con la ciudad de Almería. Todo hay que agradecérselo al buen hacer y la ilusión inquebrantable del PSOE por mantener esta tradición.
Frente a la caseta del Puerto, casi enfrente, lucía con gran esplendor la caseta de la UGT (Unión General de Trabajadores). No llegamos a entrar, al observar que estaban celebrando una multitudinaria fiesta con actuación en directo y, lo más llamativo, una delegación de la Agrupación Local de Garrucha parecía que aportaba abundantes productos típicos de la tierra, perdón, de la mar.
En la misma acera, unas siete casetas más al sur, la del PSOE incorporaba una esbelta alegoría altísima que representaba el Pingurucho de los Coloraos. En la base de la columna, a modo de sólida cimentación, un ejemplar del Boletín Oficial del Estado y un maniquí de Fernando Martínez, del que salían de su henchido interior acordes de la Marsellesa y codas de madrigales y motetes. Ya en el interior, nos recibe Adriana Valverde luciendo el atavío típico de Alboloduy, con porrón incluido. Otros, más que ataviados, iban enjaezados. Enseguida, nos aborda Ruano; iba de corto, siempre de corto. Bajo un sombrero de ala ancha se adivinaba su denodado esfuerzo por agradar: “¿Qué tomáis? El Indalecio nos ha traído de todo (…) no hay nada como un buen mediador y proveedor”. Esta última frase no la entendí, pero eché a reír cuando el brillante jurista exhibía una malévola sonrisa que dirimió en indisimulada carcajada. Ay, Antoñico, qué ingenioso y simpático eres, siempre me recuerdas al genial Torrebruno de mi infancia. Por cierto, no llegamos a entrar hasta el fondo, pero me pareció adivinar la presencia de un Beatle del Sargent Pipper. Luego, me dijeron que era Cazorla, y que el disfraz no era precisamente de los Beatles.
Bueno. Termina nuestra visita. Nos hubiera gustado saludar a Juan, pero estaba atendiendo al jefazo de la CSIF en la cena extraordinaria. En ese momento hacía uso del micrófono, ¡peligro!
Nos hicieron muchas fotos en la caseta de la Voz y, de paso, la penúltima la tomamos en la de Comisiones Obreras, donde me dieron recuerdos para un tal Víctor.
No supimos si era el F1 o el F2 el autobús que nos convenía abordar. Qué pena. De haberlo sabido le hubiésemos preguntado a Indalecio; su reloj inteligente seguro que nos sacaría de dudas. Un usuario nos recomendó la línea oportuna. Durante el trayecto, un obstáculo obligó a frenar repentinamente. Me sobresalté, y, ¡no me lo puedo creer! Desperté. Todo fue una experiencia onírica. Pero lo peor, mientras me desperezaba en el sillón, fue escuchar en la Inter al anteriormente citado Ruano haciendo balance de la Feria: Hipocresía a raudales, ignorancia y desfachatez de estos mendaces socialistas que son los primeros en desertar para, luego, criticar las averías que ellos mismos producen. No han hecho nada por la Feria, salvo boicotearla ¡Qué vergüenza!