Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Es un simple enunciado que constituye un microrrelato, probablemente el más célebre de todos los publicados por Monterroso a lo largo de su carrera.
Este cuento tan corto, el más corto del que se tiene conocimiento, es una maravilla de la literatura. Siete palabras, con una de ellas —dinosaurio— repleta de simbologías: problemas, desencantos, lo cotidiano que uno encuentra al despertar de un sueño, porque la vida sigue igual.
El microrrelato es un género literario de texto narrativo brevísimo que en apenas unas frases cuenta una historia, es como un cuento en miniatura, un bonsai de cuento como el un haiku japonés. Reconocidos escritores se han atrevido con el microrrelato como un desafío a la regla de la brevedad, de la concisión.
Veamos: “El hombre que amé se ha convertido en fantasma. Me gusta ponerle mucho suavizante, plancharlo al vapor y usarlo como sábana bajera las noches que tengo una cita prometedora”. Este cuentecito es obra de Patricia Esteban Erlés. Y este otro: “No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga”, lleva la firma de Julio Cortázar.
Dicho esto, quien al comienzo de año no se hace los mejores propósitos para, a ciencia cierta, no cumplirlos. Basta con mirar la lista de intenciones que hicimos al comienzo del pasado 2023.
Esto mismo pasa en otros órdenes de la vida. Da como pereza, como hartura, comenzar el año con el relato de aquello y lo otro no cumplido, mentiras en aquello y lo otro, golferías en aquello y lo otro, autocracia para esto y aquello, en fin, un sin acabar en aquello y esto.
En un ejercicio de síntesis, digamos que: cuando el 2024 despuntó, Pedro Sánchez estaba ahí.