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Domingo de Ramos, júbilo entre palmas y olivos
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Domingo de Ramos, júbilo entre palmas y olivos

Por Rafael Leopoldo Aguilera
domingo 24 de marzo de 2024, 08:11h

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Domingo de Ramos. Comenzamos la Semana Santa. Semana Santa en la que celebramos el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Domingo de Ramos en el que en las iglesias se leerán el relato de Pasión de Cristo que llega a lo más profundo de los sentimientos de la fe, al tiempo que resulta esperanzador al saber que tras la cruz del calvario, vencida la muerte, se actualizará el gran sacramento de la resurrección y la gloria.

Desde el Domingo de Ramos, aclamado Jesús en la procesión de palmas y ramilletes de olivo, los cristianos, los cofrades, sabemos muy bien que las últimas siete palabras no se quedaron inertes en la arbolea cruz de madera, ni en el santo sepulcro, sino en la victoria y la plenitud en la vida eterna. Dios acepta la entrega de su Hijo con la generosidad y la confianza para hacernos ver que la vida no acaba, la vida gloriosa continua con la que llamamos resurrección.

Domingo de Ramos en el que Dios empeña su palabra en salvar a los hombres y mujeres, en reconducir al género humano de las injusticias, de los horrores, de las violencias, de las maldades, con un horizonte de esperanza, de justicia, de amor y de paz. La salvación que nos llega con la Resurrección de Cristo nos volverá a darnos la posibilidad de reinsertarnos en la gran familia humana, en una gran fraternidad, al ser todos hijos de Dios.

No ha sido inútil la pasión de Cristo y su muerte en la cruz, pero sí son inútiles tantas muertes y tantos sufrimientos que se están perpetuando en el género humano ante la falta de responsabilidad de quienes tienen el poder de ser instrumentos eficaces de la salvación que Dios quiere para todas las personas desde la concepción hasta el último hálito de aire terrenal antes del peregrinaje a la vida eterna.

El Domingo de Ramos como toda la Semana Santa no es un espectáculo religioso. Al contrario, es una llamada muy seria desde la Iglesia Católica a la fe en ese Cristo que es la máxima expresión del amor a través de la Pasión y Muerte, y que tras la Resurrección se convierte con el silencio de la contemplación en el Sagrario en la impronta del ser cristiano en nuestra vida personal y profesional.

Como cofrade y viendo que el tiempo es inexorable, el mensaje que podemos dar los cofrades con nuestro testimonio en nuestros ámbitos de la vida ordinaria, que Cristo es el Salvador del mundo, y decírselo a una sociedad como la nuestra, la sociedad de la globalización, las redes sociales y la inteligencia artificial, orgullosa de sí y a la vez descontenta, culta e inteligente pero llena de dudas, refinada en sus costumbres y profundamente corrompida a un tiempo.

Sí, los cofrades no toca decir con nuestras Estaciones de Penitencia, la religiosidad popular con una valor importante en la vida de la Iglesia, como aquellas gentes del primer Domingo de Ramos en Jerusalén, que vitoreaban con cánticos de alegría y hosanna la proclamación del Mesías, el Salvador enviado por Dios, que Cristo muerto y resucitado es el verdadero Mesías, el Salvador insustituible, siendo redentores con Cristo en la “decimoquinta Estación del Vía Crucis”, de la misma forma que aconteció con la resurrección de Lázaro, y nuestra fe no será vana, sino viva en la plenitud de la Pasión y Muerte de Cristo. Paz y Bien.