Salvo el pronunciamiento del típico comando que aglutina a los antitodo, las fiestas que han traído hasta Almería un resumen muy aproximado de las incomparables fiestas valencianas de las Fallas, ha sido un éxito incontestable.
A los atentos rebañapailas que afloran críticas sobre gastos innecesarios, excesos y el típico envidioso que siempre asegura que eso tendría que hacerse aquí y no gastarse el dinero con los de afuera, lo primero que hay que decir es que “Fallers pel món” es una asociación patrocinada por instituciones, empresas y asociaciones de la región valenciana, que sufragan los principales gastos en aras de difundir estas grandes fiestas de la Comunitat Valenciana para general conocimiento, disfrute y beneficio del resto de comunidades españolas. Y, efectivamente, ha existido un desbordamiento de disfrute y beneficio para aquellos almerienses que han encontrado en esta explosión de música, alegría, fuego y pólvora unas experiencias difícilmente encontradas en nuestras “castizas” tradiciones netamente almerienses.
Lejos de unas escuetas hogueras de San Antón o las cuestionables de la Noche de San Juan; lejos de la mermada fiesta del Pendón; lejos de la politizada de Los Coloraos; lejos de la itinerante e impersonal Feria de Almería… lejos de estas fiestas que nos empeñamos en devaluar y deplorar, existen otras geografías que cada año redoblan esfuerzos, pasión y cariño en el mantenimiento de las fiestas y tradiciones. La personalidad e indisimulado culto de la tradición, sin complejos y sin interferencias de los típicos malafollás y aguafiestas, es fundamental para evitar caer en la irrelevancia.
Sobre estas brillantes fiestas de “Fallers pel món” me felicito por haber asistido a una “menoscletá” que, aunque es una fracción de las que pude vivir en la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, me pareció un espectáculo brillante. No voy poder entender que sacrifiquemos la brillantez de un espectáculo por el fundamentalismo de los mismos talibanes sociales de siempre, que buscan amargarnos la fiesta. En fin.
Además, pude agradecer la espectacularidad de la “Nit del Foc”, un castillo de fuegos artificiales precioso y con particularidad de presenciarlo como les gusta a los valencianos: desde dentro, con perspectiva cenital y con la luz y el trueno envolviéndote en sensaciones telúricas que sólo las Fallas te pueden ofrecer.
Mi agradecimiento a Fallers pel Món por su profesionalidad y extraordinaria puesta en escena. Y mi deseo de que esta experiencia haya supuesto una pizca de envidia; esa que se llama envidia sana, y que no es otra que la de hacer todo lo posible por mantener y potenciar nuestras tradiciones sin claudicar en los complejos que infunde tanto fundamentalismo ideológico y sectario. En cualquier caso, mi pregunta es: ¿Qué fiesta podemos nosotros exportar o exhibir en Valencia con idénticos rasgos de personalidad, brillantez y espectacularidad que las Fallas valencianas? Pues eso, que el año que viene más de uno nos veremos en las Fallas de Valencia.