Si la política como dicen algunos, es “el arte de lo posible” concepto difícil de entender quizá precisamente por su ambigüedad y la multitud de interpretaciones aplicadas, los políticos, sin preocupación por el arte ni por “lo posible”, suelen convertir en complicado lo más simple, para encontrar explicación a sus más que extrañas actitudes, con el propósito por ejemplo entre otras, de hallar una ideología para aplicársela a sí mismos, una convicción en realidad tan alejada de la realidad como para llegar a colocarse justo enfrente de la verdad pregonada pero muy pocas veces practicada, si es que alguna vez la practicaron.
Es muy fácil auto denominarse liberal y defender los monopolios y oligopolios, o andalucista y dar de lado la cultura y la historia de Andalucía, porque para él/la/ellos/ellas detenerse en cuestiones culturales es “robar tiempo” a la lucha personal de cada uno o cada una para alcanzar una concejalía en su pueblo o un buen sueldo vitalicio en Europa. No se puede dar lo que no se tiene; según dejó escrito Aristóteles no se ama lo que no se conoce y no se lucha por lo que no se ama. Es la desgraciada verdad, más grave aun cuando se trata de un desconocimiento hasta festejado en ocasiones. Los políticos, excepción hecha de los pocos que confirman la regla, miran a la filosofía y los pensadores como algo caduco y obsoleto y ni quieren oír hablar de ellos, porque dicen cosas tan “antiguas” como por ejemplo los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Sin embargo en toda actividad humana lo primero es la formación. Claro, ignoramos si ellos son humanos o son otra especie aún por descubrir. Crear pueblo es crear base o removerla, o recuperarla. Sin una base sólida, sin conocimiento de lo que somos, de lo que hemos sido y sin visión clara del futuro más previsible, seguirán siendo elegidas las simpatías, la TV, las ideas preconcebidas, el adoctrinamiento. Y el enfrentamiento, muy rentable para ellos porque mientras lo haya, la gente, la mayoría seguirá siendo silenciosa. Ya debería ser hora de que se comprendiera y se asumiera la imposibilidad de enfrentarse sin dinero ni tiempo a los servicios secretos, al márketing político, alemán y al norteamericano
Andalucía es tolerancia, es comprensión, es educación. El despotismo, la autocracia, la inflexibilidad están fuera de la naturaleza andaluza. Se podrá ser andaluz, se podrá ser respetuoso con el folklore de Andalucía, pero no puede ser andalucista quien no cuida o no alcanza a cumplir esas premisas básicas. Creerse por encima, mirar a los demás por encima del hombro no sirve para convencer, todo lo contrario, disminuye la credibilidad cuando no la anula.
Durante demasiados años los políticos y aspirantes a serlo vienen despreciando literalmente el conocimiento de la historia y la cultura de Andalucía y, lo que es aún peor, la prisa, el objetivo cortoplacista han sido muy negativos para el andalucismo, más si el de enfrente cuenta con el apoyo de la C.I.A. a más de otras ayudas directas. Nadie puede permitirse otro fracaso, porque eso sólo conlleva desilusión y retirada, menos aún si de nuestras escasas fuerzas sobresalen intransigencia y arbitrariedad. Una debilidad en esta cuestión convierte un punto fuerte en un punto en contra. Hoy, Andalucía necesita hombres y mujeres interesados en recuperar nuestra cultura, nuestro arte, nuestra historia. La historia de los muchos pronunciamientos en busca de mayor libertad y humanización de la vida y como anexo las muchas brutales represiones; la iniciativa, el emprendimiento, cortados, impedidos y castigados por los regímenes españoles —ya también por los andaluces— porque Andalucía es lo último que el “imperio” puede perder y para eso hay que mantenerla en la ignorancia y en la miseria con cierta apariencia de exuberancia. Sin Andalucía ese “imperio” se desmorona. Se le podría mantener con algo tan simple como igualdad real de trato y de posibilidades pero eso podría suponer una pequeña pérdida a la estructura capitalista del Estado. O no. Por si acaso para esos depredadores es mejor mantenerla en la indigencia física y estratégica o lo más cerca posible de esa fantasmal figura.