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La cuenta de la vieja del Dreambeach
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(Foto: malasombra)

La cuenta de la vieja del Dreambeach

Por Rafael M. Martos
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viernes 09 de agosto de 2024, 06:00h

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Me da la impresión de que en el Ayuntamiento de Almería han usado “la cuenta de la vieja” para calcular el impacto económico del Dreambeach, el festival de música electrónica celebrado en El Toyo durante cuatro días. Han debido pensar que si ha habido 120.000 asistentes, y cada uno se ha gastado 100 euros, pues en total, un impacto de 12 millones de euros, en número redondísimos. Pero me temo que la cosa no es tan simple ni mucho menos.

Los hosteleros de la zona han calculado pérdidas de casi medio millón de euros por el mismo concepto, el festival de música electrónica, y eso, supongo, habrá que restarlo de ese impacto económico positivo. Como habría que restar el dinero recibido en subvenciones públicas, que supera el cuarto de millón de euros tirando por lo bajo, o el coste extra en personal de limpieza y seguridad (aunque bueno, 50 controles de alcohol y drogas en cuatro días en un evento de 120.000 asistentes tampoco parece mucho esfuerzo) que no sale precisamente gratis al Ayuntamiento, ni a la Policía Nacional ni a la Guardia Civil, ni a los servicios de emergencia... que también hay que pagarlo, como se ha calculado el coste de acondicionar los terrenos, por ejemplo, o el coste de las molestias a los vecinos de la zona, que también lo tiene.

Es evidente que cualquier evento de estas características, si se considera bueno para el municipio en su conjunto, debe contar con esta colaboración, pero a la hora de echar cuentas, hay que echarlas con todo, porque a lo mejor ha sido un grandísimo negocio para los promotores, pero igual para Almería no tanto.

¿Impacto turístico? En fin, creíamos que la ciudad y la provincia aspiraban a algo más que el turismo de lata, bocata y alpargata.

Más allá de eso, calcular un gasto medio de 100 euros por asistente es complicado. En los festivales, todo lo que se consume dentro, se compra dentro. Ni una botella de agua comprada en la tienda de la esquina puede meterse en el recinto, ni un bocadillo, ni una bolsa de patatas fritas. La mayoría de la gente acude con tiendas de campaña para evitar pagar alojamiento, y aunque algunos lo hagan, no dejan de ser una minoría muy minoritaria.

No estoy en contra de los festivales de música ni mucho menos, porque un buen concierto con tu gente es una de las mejores experiencias vitales a cualquier edad. Lo que no creo es que las administraciones deban subvencionar negocios extremadamente rentables y donde los derechos de los consumidores son anulados de modo sistemático. Te obligan a pagar por el vaso para la bebida, no tienes libertad para pagar como quieras, y se quedan con las “vueltas”...

Aunque queda muy lejos en el tiempo, cabe preguntarse dónde quedó el espíritu de Woodstock.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"