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El carro de Mercadona y los políticos.
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(Foto: malasombra)

El carro de Mercadona y los políticos.

Por Juan Torrijos Arribas
jueves 22 de agosto de 2024, 06:00h

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Como la gran mayoría de los mortales, un par de veces a mes, cuando no a la semana, me toca una visita a Mercadona, a veces a Alcampo, o al Día, que lo tengo más cercano. Y como la gran mayoría de los ciudadanos, mientras nuestras señoras nos van llenando el carro, nosotros lo empujamos como si en ello nos fuera la vida. Y en parte eso es lo que nos ocurre, que en ello se nos va la vida.

No se le ocurra despistarse un rato en la zona de los vinos, o mirando a alguna otra clienta del establecimiento que no sea la suya, que aparece la doña con cara de pocos amigos. A veces los viajes a estos centros de compra son agradables, no se pasa mal viendo como el carro se va llenando de una serie de productos que dicen nos van a hacer la vida más agradable, mientras la mirada busca estímulos donde posarse.

Pero a veces, a ustedes también le habrá ocurrido, que la aventura se complica, se vuelve un tormento, y todo por culpa del carro. No porque sean cada vez caros los alimentos a comprar, que lo son ¡cómo se ha puesto el aceite! y Pedrito no tiene la culpa de nada, así como las largas esperas en las cajas, no, la culpa la tiene el dichoso carrito que hemos elegido.

Si comparamos al carro de Mercadona o de Alcampo con los políticos, vemos como algunos carros son aceptables, otros andan tan locos como esos personajes a los que votamos. Unos tienen la cabeza llena de grillos, con ideas absurdas en algunos casos nos complican la vida en nuestro quehacer diario. A los carros les ocurre algo parecido, los hay buenos, como algunos líderes sueltos a los que vemos deambular sobre el solar patrio, pero otros, que no le toque uno a usted, porque andan bastante locos.

Y todo por culpa de las ruedas.

Las ruedas locas de esos carros a las que quieres gobernar y no se dejan. Te conviertes en una María Cristina cualquiera, lo quieres gobernar y el jodío no se deja. Intentas empujar hacia el estante que se encuentra a la derecha, y te dice, con toda la cara y las tozudas ruedas, que se va con Sánchez. Si lo que deseas es caminar buscando la siniestra, las ruedas, gran invento, por cierto, te llevan camino de Feijoo, incluso de Abascal.

Al final acabas luchando a brazo “partío” con las ruedas por todo el almacén. La mujer sigue llenando el carro, y cuanto más lo hace, más locas se vuelven las mismas, más duras, más incómodas de doblegar. Se te va agriando le leche, los ojos empiezan a mirar a los demás carros que circulan a tu alrededor y ves que otros no andan locos, y te preguntas ¿por qué a mí? ¿por qué? y empiezas a pensar que la culpa es de Sánchez, que no ha sacado una ley en contra de las ruedas locas de los carros de Mercadona o Alcampo en estos cinco años, con la de cientos y estúpidas que ha promulgado.

De los pensamientos pasas a las obras y a las palabras, y acabas jurando en arameo contra el carro, Mercadona y las ruedas que no te hacen ni puñetero caso, lo mismo que ocurre con los dirigentes. Mira que tocarme a mí este carro, y el caso es que lo he cogido yo mismo, me pasa igual con los políticos, mira que tocarme a mí el platero este, pues metí su nombre en la urna. Ya no sabe uno ni elegir un carro en Mercadona. Y en cuanto al político para qué hablar. ¡Qué desastre! Lo “jodio” del caso es que la historia del carro y sus ruedas es tan real como la de los políticos, y a todos nos ocurre de vez en cuando.