Una vez más, el Gobierno de Pedro Sánchez se enfrenta a la dura realidad de gobernar en una democracia donde la mayoría absoluta es una quimera, máxime cuando ni tan siquiera eres el partido más votado, y cuando tu socio es el cuarto, y además se está deshaciendo como un azucarillo en agua. Esta vez, la piedra en el zapato es la imposibilidad de aprobar la "senda de déficit" (que tanto por ciento de deficit se puede permitir cada administración) de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2025. La negativa de Junts, encabezada por el prófugo Carles Puigdemont, ha dejado al Ejecutivo en una situación precaria, a pesar de los intentos de Santos Cerdán de convencer al “exiliado” dándole todo... el “cuponazo” ha sido lo último.
Sin embargo, lo que resulta más paradójico en esta historia es la reacción del Gobierno y del PSOE. Mientras Pilar Alegría y Esther Peña acusan al Partido Popular de falta de sentido de Estado por no apoyar el techo de gasto, no se escucha ni una sola queja dirigida a Junts. Aquí es donde se revela la doble moral de los socialistas: critican al PP por no respaldarles pero están dispuestos a conceder todo lo que Junts pide, no obtienen nada a cambio pero a ellos no les hacen ningún reproche.
La negociación con Junts no es más que un teatro del absurdo. Puigdemont y su partido no están interesados en los números del presupuesto, su único objetivo es la amnistía para su líder y los demás implicados en el proceso independentista. Esta postura, evidentemente, pone en jaque a la estrategia del Gobierno, que a pesar de estar dispuesto a ceder en casi todo, no recibe más que negativas.
Junts tampoco olvida que es un socialista que ha pactado con ERC quien gobierna en Cataluña. Insisto: es lamentable que las cuentas del Estado dependen de aquellos a quienes las cuentas del Estado no les importan. Junts estaría dispuesta a apoyar los mismos números o a rechazarlos, si a cambio logra otras cuestiones. Eso es mala noticia no solo para la ciudadanía española en su conjunto, si no también para la catalana, que debería darse cuenta de que no es “la pela” lo importante en esta negociación.
Es incomprensible cómo el PSOE puede criticar al PP de forma tan vehemente y, sin embargo, mantener un silencio sepulcral respecto a Junts. Esto demuestra una clara falta de coherencia y, sobre todo, una hipocresía política alarmante. El PP, guste o no, es un partido de ámbito estatal, y el que más poder tiene a nivel municipal y autonómico, con el cual se debería poder dialogar en temas de estado tan cruciales como los PGE.
Lo más irónico de todo es que, en situaciones de crisis, Vox ha sido el partido que ha salvado al PSOE en votaciones clave, como Sánchez ha rescatado del ostracismo a los de Abascal cuando estaban bajos en intención de voto y con la intención de dividir el voto de la derecha, meter miedo con una posible coalición, quedarse así él en el centro. Esta alianza tácita, aunque inverosímil, ha ocurrido en varias ocasiones, lo cual subraya la complejidad y, a veces, la incoherencia de la política española. Que un partido de extrema derecha acabe siendo el soporte de un Gobierno socialista es una contradicción que no deja de sorprender, aunque bien visto, Putin es quien, desde allá a lo lejos, maneja los hilos de Junts y de Vox, tan supuestamente opuestos.
Al final, la pregunta que queda en el aire es si estas dinámicas políticas contribuirán a la estabilidad del país o si, por el contrario, lo sumirán en una incertidumbre permanente. La respuesta está en manos de Pedro Sánchez.