Siempre he creído que la felicidad es un concepto tan escurridizo como una anguila en el agua. Y, sinceramente, me parece que vivir en Almería, con su luz radiante y su mar Mediterráneo, debería ser sinónimo de alegría. Pero aquí estoy, leyendo sobre Lituania, un país que se presenta como el más feliz del mundo para los jóvenes de 30 años y, al mismo tiempo, lidia con una tasa de suicidio alarmante. ¿Qué está pasando?
Imagina a esos jóvenes lituanos, llenos de sueños y oportunidades. La vida les sonríe: tienen acceso a educación, trabajos creativos y un futuro que parece prometedor. Pero, ¿qué ocurre cuando esa juventud empieza a desvanecerse y las responsabilidades comienzan a apretar? Ahí es donde entra la angustia. Entre los 30 y los 65 años, la presión social y económica puede convertirse en una carga insostenible.
En Almería, lo vemos también en nuestra propia piel. No somos ajenos a la lucha diaria por encontrar ese equilibrio entre el trabajo y la vida personal. Aquí tenemos nuestro propio tipo de felicidad: el sol brilla casi todo el año y nuestras playas son un refugio para muchos. Sin embargo, no podemos ignorar que detrás de esa fachada luminosa hay historias de gente que se siente atrapada por las circunstancias. La falta de empleo estable o la dificultad para acceder a una vivienda digna pueden transformar la alegría en desesperación.
Volviendo a Lituania, es inquietante pensar que un país puede ofrecer tanto a sus jóvenes pero fallar estrepitosamente al momento de cuidar a quienes han dejado atrás esa etapa dorada. Las pensiones son ridículas; es como si te dijeran: “Disfruta tu juventud porque cuando llegues a viejo, ¡suerte!”. Es un juego cruel que deja a muchos sintiéndose abandonados.
Y aquí viene mi reflexión: ¿será que hemos construido una sociedad donde la felicidad se mide solo por lo que tenemos en el presente? Nos olvidamos de planificar el futuro y del bienestar emocional que necesitamos en cada etapa de nuestras vidas. En Almería, aunque disfrutemos del buen clima y la buena comida (¡viva el pescaito frito!), también debemos mirar más allá del horizonte brillante del mar. Necesitamos crear espacios donde podamos hablar sobre nuestras preocupaciones sin miedo al juicio.
La paradoja lituana nos recuerda que no todo lo que brilla es oro. La felicidad puede ser efímera si no construimos bases sólidas para nuestro bienestar emocional y económico. Así que sí, podemos ser felices hoy mientras miramos hacia adelante con incertidumbre; pero también debemos trabajar juntos para asegurarnos de que esa felicidad no se convierta en una sombra cuando las cosas se pongan difíciles.
Así que aquí estoy, desde mi rincón soleado de Almería, invitándote a reflexionar sobre esto: ¿cómo podemos construir un futuro donde todos tengamos razones para sonreír no solo hoy, sino también mañana?
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