Este fin de semana, Rodalquilar se ha vestido de gala para recibir la primera edición del festival ‘Otoño y Sal’. Y, sinceramente, no puedo estar más emocionada.Me siento orgullosa de ver cómo mi tierra se llena de vida cultural y musical. La combinación de buena música, gastronomía local y un compromiso con el medio ambiente es algo que no se ve todos los días.
Recuerdo cuando era pequeña y mis amigos y yo nos escapábamos a la playa de Las Negras después del colegio. Siempre soñábamos con que Almería tuviera un festival así, donde pudiéramos disfrutar de nuestros artistas favoritos sin tener que salir de casa. Y aquí estamos, ¡por fin! Con un cartel que incluye nombres como Ara Malikian, Depedro y Mikel Erentxun. ¡Una locura!
El sábado comenzó con The Skatalites, una banda que lleva sesenta años haciendo vibrar a generaciones. No sé si fue el ritmo contagioso o el ambiente mágico de Rodalquilar, pero me sentí transportada a otro tiempo. Me acordé de aquella vez en la que mi primo José se subió a una mesa en una fiesta familiar para bailar ska; su entusiasmo era tal que casi voló por los aires. Esa misma energía se respiraba en el aire mientras la banda tocaba “Freedom Sounds”. Cada acorde parecía resonar en las montañas del Cabo de Gata.
Y luego llegó María Peláe. ¡Ay, esa mujer tiene un don! Su voz hipnótica llenó el espacio con alegría y desparpajo. Recuerdo que mi madre siempre dice que hay canciones que curan el alma; pues bien, creo que “Deshielo” hizo ese efecto en muchos de nosotros esa noche. Me hizo pensar en las tardes pasadas en la cocina con ella, preparando migas mientras sonaba la radio. La música tiene esa capacidad mágica de unir momentos.
Después vino Depedro, quien trajo consigo una elegancia inigualable. Su mezcla de ritmos caribeños me recordó a las fiestas familiares en verano, donde nunca faltan las risas ni los bailes improvisados bajo las estrellas. “La Siembra” resonó especialmente fuerte en mí; quizás porque siempre he creído que cada canción es como una semilla que plantamos en nuestros corazones.
Ara Malikian fue otra historia; su actuación fue pura adrenalina y pasión. Con su violín como arma secreta, transformó la noche en un espectáculo vibrante. En un momento dado, pensé en lo afortunada que soy por vivir tan cerca de este talento increíble. ¿Quién necesita irse lejos cuando tenemos joyas como él aquí mismo?
Pero no todo fue perfecto; la lluvia hizo su aparición estelar justo cuando Rodrigo Cuevas estaba listo para salir al escenario. A pesar del mal tiempo, su folclore moderno nos envolvió como un abrazo cálido en medio del frío. Me recordó a aquellas noches lluviosas en casa viendo películas con amigos; siempre hay algo especial en compartir momentos inesperados.
El domingo continuó con Mikel Erentxun, quien nos regaló un viaje nostálgico por sus grandes éxitos. “Cien Gaviotas” sonó casi como un himno entre los asistentes; era evidente que todos estábamos ahí por amor a la música y nuestra tierra.
Además de la música, Otoño y Sal también ofreció actividades relacionadas con el medio ambiente y nuestra deliciosa gastronomía almeriense. Desde charlas sobre reciclaje hasta degustaciones de platos típicos como el trigo con morcilla e hinojos o las papas a lo pobre… ¡Madre mía! No sé cuántas veces repetí esos sabores durante el festival.
En resumen, Otoño y Sal ha sido mucho más que un festival; ha sido una celebración del espíritu almeriense: nuestra cultura, nuestra gente y nuestro entorno natural. Este evento no solo contribuye a desestacionalizar el turismo en Níjar—que tanto necesitamos—sino también a crear comunidad y conciencia sobre lo importante que es cuidar nuestro hogar.
Así que aquí estoy, aún con resaca musical pero llena de gratitud por haber podido vivirlo todo desde tan cerca. Espero ansiosamente la próxima edición porque estoy segura de que será aún mejor. ¿Y quién sabe? Quizás algún día yo esté allí escribiendo sobre mis propias experiencias musicales… ¡soñar es gratis!
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