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Estado policial
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Estado policial

Por Rafael M. Martos
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lunes 28 de octubre de 2024, 09:19h

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Recientemente, el fiscal general del Estado hizo declaraciones que, lejos de ser inocuas, parecen más bien un acto de intimidación. En una entrevista, afirmó que poseía "mucha información" y que era conveniente que se supiera, sugiriendo un conocimiento que podría resultar comprometedor para el propio Gobierno y sus estructuras. Este tipo de afirmaciones son inquietantes, pues plantean un escenario en el que la información se convierte en un arma de coacción.

La insinuación de que el fiscal general tiene acceso a datos sensibles no solo amenaza la estabilidad del Ejecutivo, sino que también pone en jaque a los jueces y fiscales que tendrían que actuar en su contra si se diera el caso. La función de un fiscal es la de velar por la justicia, no usar su cargo para dejar caer sombras de amenaza sobre quienes ejercen funciones de control y supervisión. En este contexto, las palabras del fiscal no pueden ser interpretadas como simples advertencias, sino como un claro mensaje de poder que distorsiona el principio de igualdad ante la ley.

Por si fuera poco, la vicepresidenta María Jesús Montero, en su papel como ministra de Hacienda, también ha contribuido a este clima de inquietud. Al hablar sobre la situación del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, dejó entrever que tenía información sobre un asunto que debería estar reservado a la Agencia Tributaria. Este acceso a información privada plantea serias dudas sobre la ética y la legalidad de las acciones del Gobierno. ¿Cómo es posible que un miembro del Ejecutivo tenga acceso a datos de un particular, y qué otros datos se manejan sin el debido control?

El hecho de que altos funcionarios del Gobierno puedan insinuar o afirmar tener información sensible sobre ciudadanos o incluso sobre sus colegas de gabinete es un signo alarmante de que las fronteras entre la justicia, la política y la privacidad se están desdibujando. Si bien no se puede afirmar que estemos en un "estado policial", como sugiere Ayuso, sí es evidente que los límites de la vigilancia y la transparencia están siendo puestos a prueba.

La situación requiere una reflexión seria sobre el uso y abuso de la información en manos del poder. La responsabilidad de los altos funcionarios no solo implica actuar en defensa de los intereses del Estado, sino también preservar los derechos de los ciudadanos. En un contexto donde la información se utiliza como una herramienta de amenaza, el riesgo de desconfianza hacia las instituciones se incrementa, socavando los cimientos de la democracia.

Es crucial que se establezcan mecanismos claros y rigurosos para regular el acceso y uso de la información en el ámbito gubernamental. La transparencia debe ser la norma, no la excepción, y el respeto a la privacidad y a los derechos fundamentales de los ciudadanos debe ser inquebrantable. Sin ello, no solo se pone en peligro la integridad de las instituciones, sino que también se mina la confianza pública, un pilar esencial para cualquier sociedad democrática.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"