A veces me pregunto si hay algo más caprichoso que el tiempo. Aquí en Almería, donde el sol se ha convertido en nuestro mejor amigo (y, a veces, en nuestro peor enemigo), hemos aprendido a convivir con la sequía como si fuera una vecina molesta pero habitual. Sin embargo, este año, la naturaleza decidió darnos una lección de lo que significa ser impredecible. Después de meses de preocupación por la falta de agua, las lluvias torrenciales nos sorprendieron como un mal chiste en un bar de tapas: inesperadas y devastadoras.
La DANA que arrasó el levante mediterráneo ha sido un recordatorio brutal de que la fuerza de la naturaleza no entiende de planes ni de previsiones. En Valencia, las imágenes son desgarradoras; calles inundadas y vidas truncadas. Más de 200 muertes y decenas de desaparecidos... Es difícil encontrar palabras para describir esa magnitud de dolor. Y aquí en Almería, aunque no hemos sufrido con la misma intensidad, El Ejido ha sentido el golpe: invernaderos destrozados y daños que ascienden a 191 millones de euros. ¡Casi nada!
Recuerdo una conversación con mi abuela sobre cómo en su juventud las lluvias eran motivo de alegría, porque significaban cosechas abundantes y ríos llenos. Hoy, esas mismas lluvias han arrasado campos enteros y dejado a muchos agricultores al borde del abismo. Ella siempre decía: “El agua es vida”, pero ¿qué pasa cuando esa vida se convierte en destrucción?
Los expertos hablan ya de "la crónica de una desgracia anunciada". Se mencionan los factores de riesgo como si fueran ingredientes en una receta fallida: construcción en zonas inundables, invernaderos levantados donde antes había ramblas... Y yo me pregunto: ¿realmente podemos enseñarle a la lluvia a comportarse? ¿Podemos pedirle que llueva solo cuando queremos y no cuando ella decide?
En mi círculo cercano, he escuchado historias desgarradoras. Un amigo que tiene un pequeño negocio familiar en El Ejido me contaba cómo vio cómo su invernadero se convertía en un lago improvisado mientras trataba desesperadamente de salvar sus plantas. “No sabía si llorar o reírme”, decía entre risas nerviosas. Porque al final, ¿qué más puedes hacer ante lo inevitable? La resiliencia almeriense se pone a prueba una vez más.
Ahora estamos ante un examen colectivo sobre cómo gestionamos estas catástrofes. Desde geólogos hasta meteorólogos, desde psicólogos hasta aseguradoras están intentando dar respuestas a preguntas difíciles: ¿cómo prevenimos esto? ¿Cómo reconstruimos lo perdido? La verdad es que no tengo todas las respuestas, pero sí sé que necesitamos un cambio radical en nuestra forma de construir y vivir.
Quizás deberíamos empezar por escuchar más a nuestros mayores y aprender del pasado. Porque si hay algo claro es que ignorar los signos del tiempo puede llevarnos a situaciones catastróficas. Así que sí, quizás no podamos enseñarle a la lluvia a llover, pero sí podemos aprender a vivir con ella… o al menos intentar hacerlo sin perder el sentido del humor.
Lo único seguro es que aquí seguimos, desafiando al cielo y esperando días mejores mientras nos secamos las lágrimas con el sol almeriense.
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