Impuestos franquistas

El presidente Sánchez y su gobierno, siempre innovando en materia impositiva... si no puedes subir los impuestos, al menos crea alguno nuevo ¿no? ¡O las dos cosas! ¡Si será por imaginación fiscal!

Es que resulta que Pedro Sánchez ha pedido en el G20 un impuesto global al patrimonio, seguramente porque como aquí hay algunos gobiernos autonómicos que se han creído eso de la autonomía, y han decido bajar algunos impuestos, pues nada, él lo que quiere es imponer a todos su criterio... cogobernanza lo llama. Sí, que dice que no se puede bajar impuestos a los ricos y a la vez pedirle parné al Estado, pero para eso, el Estado -el Gobierno- debería cumplir la ley de financiación autonómica, y pagar, que es un moroso. Ese dinero que no paga el Estado es nuestro.

Pero al lío. A mi sonaba eso del impuesto especial a los ricos, y dándole vueltas me acordé de haber oído que existió un "impuesto al lujo", y que llegó con el IVA, pero es que me he puesto a buscar, y a buscar, y...

...y resulta que es una idea tan fresca y original que parece sacada directamente del manual del mismísimo Francisco Franco. Porque, claro, ¿quién necesita ideas nuevas cuando puedes desempolvar joyas del pasado?

El concepto de gravar a las grandes fortunas no es nada nuevo en la historia de España. De hecho, tiene una rica tradición que se remonta al reinado de Carlos IV, cuando los impuestos sobre bienes de lujo ya hacían sus primeros pinitos. Era una época dorada, sin duda, cuando los gravámenes sobre casinos y círculos de recreo eran la envidia de Europa.

Pero avancemos un poco en el tiempo hasta llegar a 1937, en plena Guerra Civil, cuando el astuto Francisco Franco introdujo el Subsidio al combatiente. Este impuesto indirecto, de naturaleza nebulosa, gravaba formas de consumo superfluas para financiar a sus valientes combatientes, aunque vaya usted a saber dónde acababa. ¡Qué inspiración para el gobierno actual!

Luego tenemos la reforma tributaria de 1940, gracias a la cual se estableció la Contribución de Usos y Consumos, que agrupaba conceptos gravados por el Subsidio al combatiente y otras figuras fiscales. ¡Qué tiempos aquellos! La simplicidad y eficiencia fiscal en su máxima expresión. ¡Y qué decir de la reforma de 1957, cuando se consolidaron impuestos tan entrañables como el de radioaudición y televisión!

No olvidemos la reforma tributaria de 1964, donde el ministro Mariano Navarro Rubio, con una clarividencia digna de admiración, defendía el Impuesto sobre el Lujo no solo por su capacidad recaudatoria, sino por su "significación social y distributiva". Porque, claro, nada grita justicia social como un buen impuesto sobre el lujo. Es que el PSOE y Sumar han asumido hasta el argumentario franquista del impuesto.

Y qué es el lujo, porque esa es otra. Como lo del patrimonio. Un coche de 500.000 euros no cuenta para el impuesto de patrimonio, pero sí para el de lujo, y una vivienda de un millón de euros, computa para patrimonio pero no para lujo.

Es que no se trata ya de recaudar, que es algo esencial para mantener el Estado del bienestar (o por lo menos a los que viven del Estado a secas), sino de la incoherencia en que se sustenta. Porque cuando compras bienes, y por tanto generas patrimonio, pagas impuestos ¿entonces por qué debes seguir pagando cada año por poseer aquello que pagaste con impuestos? Además, antes de llegar a tener ese dinero ahorrado lo has ganado, y al ganarlo pagas el IRPF, o el impuesto de sociedades... y con lo que te queda compras ese patrimonio, por lo que -ya hemos dicho- pagas impuestos, y luego quieren que, además, anualmente pagues otra vez.

Y ahora, en un brillante guiño a esta gloriosa tradición, el presidente Sánchez y su gobierno deciden revivir estos principios fiscales. ¡Vivan lo Principios Fundamentales del Régimen (fiscal)!

Debemos agradecer al presidente Sánchez y su equipo por esta maravillosa regresión histórica. En un mundo que avanza a pasos agigantados hacia el futuro, España se mantiene firme en su compromiso de revivir lo mejor de su pasado fiscal. Porque, al fin y al cabo, ¿quién necesita progreso cuando puedes tener nostalgia tributaria?