Llegan las fiestas, y con ellas, el eterno dilema de qué poner en la mesa. En Almería, donde nuestras frutas y verduras son un regalo de la tierra y del mar Mediterráneo, me encuentro reflexionando sobre lo que realmente significa comer bien. Y es que, según una reciente encuesta de Triodos Bank, solo el 37,1% de los españoles se preocupa por el impacto medioambiental y social de los alimentos que consumimos. ¡Casi nada! Me pregunto si esa cifra cambiaría si hiciéramos un estudio en nuestra querida tierra.
Recuerdo una cena navideña hace unos años en casa de mi abuela. Ella siempre ha sido muy consciente de lo que compra; no solo porque le gusta saber de dónde vienen sus ingredientes, sino porque su lema es "si no sabe a campo, no lo quiero". Así que mientras todos nos deleitábamos con un pavo relleno (que, por cierto, era más feliz que muchos humanos), ella se aseguraba de que las verduras fueran frescas y locales. “Nada de comprar tomates que han viajado más que yo”, decía con su acento almeriense tan característico.
La encuesta dice que el 64% de los españoles valora el origen ecológico de los alimentos. Sin embargo, aquí viene la trampa: solo un 8% considera determinante que estos sean ecológicos. ¿Qué pasa? Que cuando llega diciembre y las luces navideñas iluminan nuestras calles, parece que la preocupación por lo sostenible se queda en un segundo plano. Entre turrones y polvorones, olvidamos mirar la etiqueta del producto.
Y aquí es donde se complica la cosa. El 79,3% de quienes respondieron a la encuesta afirmaron que comprarían más productos ecológicos si no fuesen más caros. ¡Ahí está el quid! En Almería tenemos una gran variedad de productos ecológicos (creo que somos líderes... tendría que mirarlo) a nuestro alcance: desde las exquisitas hortalizas del invernadero hasta los aceites virgen extra (¡Tabernas y su desierto!) que hacen salivar hasta al más escéptico. Pero claro, cuando ves el precio del tomate "de toda la vida" frente al "bio", te entra ese miedo escénico a abrir la billetera.
Personalmente, he tenido mis batallas internas en el supermercado. Recuerdo una vez en la frutería del barrio: estaba decidiendo entre unas mandarinas convencionales y otras ecológicas. Al final opté por las ecológicas —no solo porque sabía que eran mejores para mí y para el planeta— sino porque quería hacerle honor a mi abuela en estas fechas tan especiales. La dependienta me miró como si estuviera cometiendo un sacrilegio: “¡Pero si están mucho más caras!”. Y sí, lo estaban... pero también sabía que estaba invirtiendo en salud y sostenibilidad.
Así que aquí estoy, justo a mitad de diciembre, intentando encontrar ese equilibrio entre lo festivo y lo responsable. Porque aunque me encante disfrutar del sabor del marisco fresco o del cordero al horno (que son dos clásicos en cualquier mesa almeriense), también quiero ser parte de esa generación que empieza a cambiar las cosas.
Este año decidí hacer algo diferente: voy a preparar una cena navideña con productos locales y ecológicos. Quiero demostrarle a mi familia (y a mí misma) que se puede celebrar sin dejar atrás nuestros valores. Y quién sabe, tal vez inspiremos a otros a hacer lo mismo.
Así que ya sabes: esta Navidad no te limites a llenar tu carrito con productos industriales llenos de conservantes; busca esos tomates rojos brillantes cultivados bajo el sol almeriense o esas naranjas recogidas directamente del árbol en el Valle del Andarax. Porque cada bocado cuenta y cada decisión importa. ¡Felices fiestas y buen provecho!
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