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Cuento de Navidad
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Cuento de Navidad

Por Rafael M. Martos
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martes 24 de diciembre de 2024, 06:00h

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Diciembre también es frío en Almería. No tanto como en otros lugares, pero es frío, sobre todo en las montañas, porque no todo en esta tierra es costa, y la costa tampoco es toda igual. Hace frío incluso en el centro, y en la Rambla García Lorca el aire huele a castañas asadas, a palomitas, a ese momento en que el chocolate derretido se derrama sobre un gofre, y a mar, porque aunque no lo notemos por habitual, Almería también huele a mar, incluso en esas calles y a pesar los coches. Solo hay que detenerse un momento para sentirlo.

Las luces navideñas adornan las calles, parpadeando con alegría en un espectáculo que desafía la oscuridad de la noche, pero no nos deja ver las estrellas. Cintas led rodean las copas de los árboles y cruzan las calles de lado a lado con motivos diversos: cajas de regalos, reyes, papanoeles, casas, copos de nieve. Mientras tanto, la música festiva y los villancicos resuenan en el aire, creando una atmósfera mágica, como si el mundo entero celebrara algo grande. Y quizá sea así.

Después de llegar al Puerto, subí por el Paseo de Almería. Como la terraza de Burana estaba llena, desistí y seguí hacia arriba, con los veladores de las cafeterías a reventar de gente de todas las edades, abuelos y nietos, padres e hijos. Alcancé la Puerta de Purchena y me detuve un momento allí, en el mismísimo corazón de la ciudad, con un cono que aspira a ser un árbol de Navidad, iluminado e iluminando, y coronado por una estrella. La gente se arremolinaba haciéndose fotos junto a él, o con el fondo de la Casa de las Mariposas, engalanada brillantemente para la ocasión. Escuché a algún foráneo que se preguntaba quién era el señor ese de la estatua junto a la fuente, a la que nosotros llamamos "el cañillo", pero me abstuve de dar explicaciones sobre Nicolás Salmerón a quien no me las había pedido.

Al menos en el Kiosko Amalia encontré mesa y, claro, me pedí un americano, que al final fueron dos, porque me sentía cómodo observando cómo la gente pasaba con bolsas llenas de regalos y risas interminables. También alguna bronca paterna, que de todo hay.

Pero hacía frío. Así que cogí el coche para regresar a casa, y con todo el lío de obras que tenemos para la llegada del AVE (lo del compromiso de puntalidad es un mal chiste aquí), pensé que era mejor echar por el Paseo de Ribera, y tras pasar por delante de la Universidad, aparqué en ese espacio que forma un pequeño mirador, porque quería disfrutar tranquilo, ya sin ruido ni luminarias, de la Luna reflejada en el mar quieto y frío.

Allí dentro, las únicas luces son las estrellas cuando pueden verse, la única música es el ronroneo del motor que se ahoga en el esfuerzo último, el único olor es el del gasoil, que con la sal del agua, corroe la piel. La única melodía es la nana que una madre canta a su bebé apretado contra el pecho, con esa intensidad que solo ellas logran: tan fuerte como para darle todo su calor y tan suave como para dejarle respirar.

Decidí caminar un poco en dirección a Costacabana para que el frío despejara mis pensamientos, mientras me arrebujaba en el anorak cerrado hasta el cuello. El viento comenzó a soplar un poco más fuerte y las olas se hicieron notar. Miré hacia el horizonte, allí donde el mar se funde con el cielo negro, y me pareció que había algo. Me pregunté cuántos sueños se ahogaban en esas aguas oscuras y cuántas esperanzas se perdían en la inmensidad del Mediterráneo, antes de ver el espejismo de las luces de Almería brillar a lo lejos.

Ahora, la madre ha saltado de la patera al hielo negro del mar, cuando la sensación térmica congela hasta las orejas. Se arrastra hasta la orilla con el bebé a salvo, en alto, mientras ella avanza tiritando con el agua hasta la cintura, como los hombres que también lo han hecho, y corren hacia tierra firme. La patera da media vuelta sobre la marcha. Dos de los últimos en bajar la ayudan a salir del agua, y cuando todos corren en todas direcciones, ellos la cogen por los brazos para agilizar sus pasos y salir de allí cuanto antes.

De nuevo en el coche, y antes de regresar definitivamente a casa, me acerqué a La Cañada, a pesar de lo difícil que es encontrar aparcamiento allí, pero quería palpar también en este barrio el ambiente navideño. La Plaza Antonio de Torres luce con una sencillez espectacular, con la iglesia como fondo de un belén de luces amarillas y blancas, como el cono —otro aprendiz de árbol de Navidad— que hay junto a él. Amarillo y blanco, como las estrellas, como el Sol y la Luna.

Hace frío. Claro, es diciembre, y también en Almería hace frío en diciembre. Pero los niños corretean por la plaza, poniendo en serio peligro el conjunto luminoso. Hay gente en los bares y hay bullicio, distinto al del centro, pero lo hay.

En la playa debe hacer frío hasta calar los huesos cuando se está con la ropa mojada, cuando se huye del hambre, de la miseria, de la guerra, de la violencia, de la muerte, de la locura ¿quién no huiría de todo eso? En Almería hace frío, es diciembre, y quizá el único abrigo para una madre que ha cruzado medio continente embarazada bajo un sol abrasador, escondiéndose de violadores y comerciantes de carne humana, para luego meterse en una bañera de madera con veinte hombres tan asustados como ella, sea refugiarse en un portal, quizá el del cajero de un banco, o el de un edificio cuya puerta no ha sido bien cerrada por algún vecino despistado. O tal vez no le haya dado tiempo a llegar hasta allí y se haya metido por algún agujero del plástico de un invernadero, a pasar la noche, a darle calor al niño y algo de mamar, si es que puede, que con este trajín, igual se le ha cortado.

Cuando finalmente llegué a casa, dejé el coche en la cochera, subí las escaleras, olí que la cena estaba próxima. Apareció mi hija y me preguntó: “¿Dónde has estado, papá?”. Lo pensé un instante y le respondí: “No lo sé, la verdad es que no sé dónde he estado”.

Hay noches en que las luces no nos dejan ver la luz.

Rafael M. Martos

Editor de Noticias de Almería

Periodista. Autor de "No les va a gustar", "Palomares en los papeles secretos EEUU", "Bandera de la infamia", "Más allá del cementerio azul", "Covid19: Diario del confinamiento" y la novela "Todo por la patria"