Si hay algo que me ha enseñado la vida en Almería, es que aquí no solo tenemos un sol radiante y unas playas de ensueño, sino también un clima que puede ser traicionero. En invierno, cuando el viento de levante sopla con fuerza, me encuentro a menudo lidiando con los resfriados. Y claro, ¿quién no ha tenido que enfrentarse a esos días en los que uno parece un grifo abierto? Pero lo que realmente me ha dejado pensando es el reciente artículo sobre la adicción a los sprays nasales. ¡Menuda joya!
Recuerdo una vez, hace unos inviernos, cuando mi amigo José decidió probar un spray nasal porque estaba convencido de que le solucionaría la vida. “¡Esto es magia!”, exclamó después de usarlo por primera vez. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que cada vez necesitaba más cantidad para sentir ese alivio momentáneo. Lo peor fue cuando se encontró en una situación crítica: ¡se había quedado sin su querido spray justo antes de un viaje a la nieve! Imagínense a José intentando respirar mientras todos disfrutaban del frío y él parecía un pez fuera del agua.
El artículo menciona cómo sonarse mal puede empeorar un resfriado. Y vaya si lo sé por experiencia. Mi madre siempre dice: “Hija, no te suenes como si estuvieras tocando una trompeta”, refiriéndose a mis intentos fallidos de despejarme durante esos días difíciles. La verdad es que nunca he sido muy buena en eso, pero ahora entiendo mejor por qué. A veces creo que mi nariz tiene vida propia y se niega a colaborar.
Lo curioso es que estos sprays nasales se han convertido en una especie de salvavidas para muchos, pero también pueden llevarnos a una dependencia peligrosa. En Almería, donde el ritmo de vida es acelerado y todos estamos siempre corriendo de un lado para otro (entre cañas y tapas), es fácil caer en la trampa de buscar soluciones rápidas para esos molestos síntomas. Pero lo cierto es que abusar de ellos solo nos lleva a necesitar más y más.
Y aquí estoy yo, reflexionando sobre esto mientras me tomo un café en una terraza del Paseo Marítimo, observando cómo la gente pasa con sus pañuelos desechables y esas caras de sufrimiento inconfundibles. ¿Cuántos estarán atrapados en esta espiral? Me imagino que muchos almerienses están viviendo esa misma lucha entre querer sentirse bien y depender de esos sprays mágicos.
La solución no está solo en el spray; quizás deberíamos volver a las abuelas y sus remedios caseros: infusiones calentitas con miel y limón o ese caldo caliente que siempre cura todo. O simplemente aprender a sonarnos como Dios manda (aunque yo sigo practicando).
Así que ya saben, amigos: cuidemos nuestras narices y aprendamos a respirar sin necesidad de convertirnos en adictos a los sprays nasales. Porque al final del día, lo único que queremos es disfrutar del aire fresco del Mediterráneo sin tener que preocuparnos por si nuestro próximo estornudo va a sonar como una sirena.
Y tú, ¿te atreves a dejar el spray por unos días? ¡Que empiece la revolución nasal!