Este fin de semana, María Jesús Montero ha sido proclamada secretaria general del PSOE-A en un congreso autonómico (la división administrativa del Estado español no es regional sino autonómica... dicho de otro modo, que las regiones no existen nada más que en los órganos de partidos tan autonomistas como estos) que, lejos de ser un ejercicio de democracia interna, ha parecido más una coronación pactada desde las alturas de Ferraz. Sin primarias, sin debate, sin oposición real, la vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda ha asumido las riendas del socialismo andaluz con un objetivo claro: convertirse en candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía.
Sin embargo, en su discurso de proclamación, ha brillado por su ausencia cualquier mención a un asunto que debería ser ineludible para quien pretende liderarla: los 4.000 millones de euros que reclamaba para Andalucía hasta 2018, cuando era consejera de Hacienda de la Junta, y que siete años después, como ministra, no solo no ha entregado, sino que ha relegado al olvido. A esto se suma una deuda anual de 1.200 millones que el Estado adeuda a Andalucía desde que ella ocupa el Ministerio, y que es fruto del incumplimiento del actual sistema de financiación. Se trata de un tema que tampoco ha merecido una palabra en su intervención. El silencio de Montero no es casualidad; es una estrategia que revela sus prioridades y su desprecio por la coherencia.
Corría el año 2018 cuando Montero, desde su despacho en la Consejería de Hacienda de la Junta, alzaba la voz contra el Gobierno de Mariano Rajoy y el PP, exigiendo 4.000 millones de euros adicionales para corregir la infrafinanciación de Andalucía. Hablaba entonces de justicia, de equidad territorial y de la necesidad de garantizar los servicios públicos esenciales en una comunidad históricamente perjudicada por un sistema de financiación autonómica desigual.
Pero el tiempo ha desenmascarado la verdadera naturaleza de aquel discurso: pura retórica política. Desde que asumió el Ministerio de Hacienda en junio de 2018, tras la moción de censura que llevó a Pedro Sánchez al poder, Montero no ha movido un dedo para cumplir su palabra. Siete años después, Andalucía no ha recibido ni un céntimo de esos 4.000 millones, y la infrafinanciación sigue siendo una losa que lastra el desarrollo de la región.
Peor aún, a esta traición se suma una deuda anual de 1.200 millones de euros que el Estado debe a Andalucía desde que Montero está al frente de las finanzas estatles. Esta cifra, que el Gobierno andaluz actual, presidido por Juan Manuel Moreno, ha reclamado insistentemente, refleja el déficit estructural al que se enfrenta la comunidad por un modelo de financiación que la propia Montero criticó en su día, pero que ahora, desde el poder, se niega a reformar.
En lugar de abordar este agravio, la ministra ha optado por mirar hacia otro lado, priorizando acuerdos con otras regiones —como la financiación singular para Cataluña pactada con ERC— que garantizan la supervivencia política de Sánchez en La Moncloa. Andalucía, mientras tanto, sigue esperando, atrapada en un limbo de promesas rotas y discursos vacíos.
Lo más grave de todo es que, en su proclamación como líder del PSOE-A este fin de semana en Armilla (Granada), Montero ha esquivado estos temas como si no existieran. Ni una palabra sobre los 4.000 millones reclamados. Ni una mención a la deuda de 1.200 millones anuales que su gestión ministerial sigue acumulando contra los intereses de Andalucía. En lugar de rendir cuentas, ha preferido envolverse en un manto de triunfalismo, hablando de unidad, de "andalucismo de izquierdas" y de su intención de "recuperar" la Junta para los socialistas.
Pero, ¿cómo puede alguien liderar Andalucía sin enfrentarse a las deudas que ella misma argumentaba?
Y luego está el método. Montero ha llegado a la secretaría general del PSOE-A saltándose las primarias, ese proceso que los socialistas tanto han defendido como símbolo de democracia interna. Su único rival, Luis Ángel Hierro, quedó fuera de la carrera por no alcanzar los avales necesarios, y el partido, en un movimiento orquestado desde arriba, evitó cualquier atisbo de competencia. Este congreso, más que un ejercicio de renovación, ha sido una imposición diseñada para allanarle el camino hacia la candidatura a la Junta. ¿Qué legitimidad tiene una líder que elude el debate interno y que, además, no da explicaciones sobre sus incumplimientos con Andalucía?
María Jesús Montero se presenta como la salvadora del PSOE andaluz, pero su historial la delata. Como consejera, exigió lo que no ha cumplido como ministra. Como ministra, ha ignorado las necesidades de su tierra mientras negociaba prebendas para otros. Y como nueva líder del PSOE-A, ha optado por el silencio en lugar de la rendición de cuentas.