Lo que está pasando en Cataluña es terrible. Y no lo digo por el paso que han dado, y que parece de no retorno, hacia su independencia. Sin duda es un asunto importante, muy importante, tan importante que no se entiende que estén construyendo un nuevo Estado usando materiales defectuosos, arquitectos indocumentados, y albañiles dispuestos a echar más arena que cemento al hormigón.
El argumento de los independentistas es que el Estado español impide la aspiración catalana, y que ninguna ley debe bloquear la voluntad de un pueblo. De ahí, que ellos otorguen legitimidad a vulnerar el ordenamiento jurídico constitucional. Pues vale, aceptemos pulpo como animal de compañía y partamos de ahí.
Es inaudito que en esas circunstancias no se hiciera un referéndum con las mínimas garantías democráticas, porque puestos a enfrentarse al Estado por patriotismo, pues se asumen las consecuencias, pero se hacen las cosas bien. Hay métodos para evitar ridículos tales como el voto doble o triple, o las inscripciones fraudulentas…
Luego está lo de las elecciones plebiscitarias, pero eso sin fijar las reglas a priori. Así, no se aclara a partir de que volumen de participación se considera que la “consulta” es asumible, tampoco se determina si se actuará en base a votos o a escaños, y mucho menos se apunta que mayoría sería la oportuna para lanzarse a una aventura de inciertas consecuencias, plagada de ilegalidades que, si bien como hemos indicado, el político de turno puede asumir, no tiene por qué arrastrar a ella a la ciudadanía.
Otro aspecto poco serio es que el candidato a presidente por Juntos Por El Sí, la persona a quien se iba a encargar dirigir el proceso, vaya el cuarto de la lista en vez de encabezarla. Pero más grotesco aún es que ahora ni tan siquiera sea él quien vaya a hacerlo, sino un señor que iba el tercero en la candidatura por otra provincia… es decir, alguien que nada tiene que ver con el sentido del voto que dieron los catalanes.
La verdad es que visto así, si iba a ser el presidente el cuarto, qué más da que ya no sea ni ese.
Aún es más terrible lo ocurrido con la CUP, que tras decir por activa y por pasiva que nunca apoyarían a Artur Màs, han estado haciendo consultas y asambleas, hasta casi lograr que dieran el sí. Un no es un no, y punto.
Al final, Màs no será presidente, pero les ha humillado. Han tenido que dimitir diputados, y además se someterán a la disciplina de voto del partido mayoritario, han tenido que reconocer errores (¿cuáles?) lo que tampoco es muy democrático si pensamos en los votantes de la CUP.
Si para un asunto tan importante como es la construcción de un Estado, la democracia se vulnera de un modo tan burdo y constante, con tanta cobardía, pues miedo da pensar qué sucederá cuando se trate de establecer normas más mundanas como los requisitos para unas oposiciones para ser funcionario.