En plena polémica por la “traducción al andaluz” de El Principito por Huan Porrah (Juan Porras), licenciado en Filosofía y especialista en Antropología Social y vinculado al Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT) de corte nacionalista, se publica el libro “El andaluz, vanguardia del español” (editorial Alfar), del malagueño Manuel Rodríguez Domínguez, licenciado en Filología Románica y en Derecho, con amplia trayectoria docente, tanto en su provincia natal como en Granada y Córdoba, siendo también asiduo en las colaboraciones en medios de comunicación.
Pero antes de entrar esa cuestión, la primera pregunta que se suscita en la entrevista es el nombre del idioma que hablamos… ¿español como pone en la portada, tal vez castellano como pone la Constitución de 1978… andaluz?
Manuel Rodríguez responde a eso de un modo claro, dedicándole el capítulo quinto de su libro, titulado “El nombre del idioma”, que complementa al primero, “La visión castellanista de la lengua y el perjuicio ortográfico”. El idioma debe ser denominado español según su opinión, y para ello explica que “nuestra lengua surge en Castilla, de la evolución del latín y se denomina castellano en el siglo X, por ser la lengua del Reino de Castilla”, pero cuando los castellanos van ocupando territorios peninsulares y llegan hasta Andalucía “en el siglo XVI ocurren dos cosas, es que cambia el nombre la lengua, que ya no es castellano, porque el Reino de Castilla desaparece, como el de Aragón, etcétera, y ya el nombre es lengua española, y lo más importante es que hay una serie de cambios fonéticos que los especialistas denominan “revolución consonántica”, de tal forma que esa lengua, ya español, se bifurca en dos, el español castellano que se habla en el centro y norte, y el español andaluz, hablado en Andalucía, que desde Sevilla se expande de una punta a otra y a Canarias, y luego a América”.
Conocido pues que el idioma desde su punto de vista debe ser denominado “español”, lo siguiente es saber qué es el andaluz, y ahí tampoco expresa duda alguna el especialista, que lo define como “la forma más innovadora, más moderna y más generalizada de hablar el español”.
Repreguntamos sobre esta cuestión para aclarar si el andaluz es un habla, un dialecto… si es hablar bien, hablar mal… dudas que se plantea cualquier andaluz cuando abre la boca en España. El profesor apunta la existencia de un “prejuicio ortográfico”, por el que “erróneamente” si los andaluces hablamos de un modo diferente a como escribimos, es que hablamos mal, y también la “visión castellanista de la lengua”, por la que asumimos que la lengua ha de hablarse como lo hacen los castellanos. De ahí se desprendía que lo que no fuera la norma castellana estaba mal, pero “eso ya no es así, la Real Academia ha dado un giro total”, principalmente porque al asociarse con el resto de academias americanas, esa “visión castellanista” ha ido desapareciendo en beneficio del “pluricentrismo normativo”, lo que avala el reconocimiento del andaluz como una variedad con identidad propia.
Pero insistiendo en este punto, el autor del libro señala que prefiere referirse al andaluz como “habla” ya que, si bien el término “dialecto” es “neutro”, coloquialmente suele tener connotaciones negativas “como si fuera algo menor”, pero “es un dialecto desde el punto de vista lingüístico”. Abundando en esto, detalla que “habla es la ejecución de la lengua, que es abstracta por naturaleza, no existe, sólo está en la mente de los hablantes, y cuando se realiza pasa a ser habla, que la lengua realmente emitida, la que se oye, por eso en el habla son sonidos y en la lengua fonemas”.
Pese a esta defensa de la dignidad del andaluz, Manuel Rodríguez rechaza de plano experimentos como la traducción “al andaluz”, ya que además de otras consideraciones, entiende que incurre también el “prejuicio ortográfico”. Mantiene que no se trata de “escribir en andaluz, porque en andaluz se escribe como se ha escrito siempre, con la norma de la lengua española, pero el andaluz, como todas las lenguas de cultura, la pronunciación no coincide con la escritura, como pasa en inglés, en francés, en italiano… pero usar una grafía distinta –porque las diferencias entre el andaluz y el castellano son grandes- podría llevar con el tiempo a fragmentarse, a hacer otra lengua, y no entenderíamos a nuestros grandes autores, como Alberti, Lorca… que han escrito en español, que es la escritura del andaluz”.
Pero cuando como en ese caso, se aborda la normalización del andaluz, es decir, la fijación de una única norma sobre este dialecto, y los diferentes modos en que se habla en Andalucía, el especialista también apunta un dato esencial, y es que “las fronteras administrativas no siempre coinciden con las administrativas”. Eso vale para calificar de andaluz al español que se habla en Canarias o en América, pero también para entender que se habla andaluz “en toda Andalucía, de un extremo al otro, de Punta Umbría a Cabo de Gata y más allá”.
Para hacer esta afirmación, dibuja un mapa con las distintas variaciones y se advierte que raramente coinciden con los límites provinciales, de tal forma que, por ejemplo “en Sevilla, la capital es seseante, y el resto de la provincia es ceceante”, y entrando en el caso almeriense, detalla que “como en todas las provincias, hay unas zonas en las que se dice una cosa y otras en las que se dice otra”. Los hablantes de la costa y el sur de Almería se expresan de un modo y en el interior o el norte lo hacen de otro, y esos rasgos además, coinciden con los de otros puntos en otras provincias, fruto todo ello del devenir histórico.
Rechaza la existencia de “hablas andaluzas”, a no ser que se mencione también que hay “hablas castellanas” o “hablas hispánicas”, y así indica que si nos referimos como “idioma español” al idioma común en el que nos comunicamos los habitantes de las distintas zonas de España, y los países americanos, habiendo tantas variedades, no se sostiene que por haber leves diferencias entre unas zonas –nunca asimiladas con provincias concretas- y otras a la hora de hablar andaluz, se niegue su identidad propia y su unidad como dialecto común.