Tras conocerse la sentencia por la trama Gürtel los actores políticos han hecho lo que de ellos se esperaba, hasta el punto de que el margen de sorpresa ha sido mínimo, y eso que uno siempre espera algo más cuando los sobresaltos se suceden.
Pedro Sánchez presenta una moción de censura sin contar con más apoyo que el de los socialistas y Podemos, aunque como no lo han pactado previamente, habrá que ver si en los próximos días se mantiene o decae.
El movimiento de Sánchez era previsible y comprensible, y es que no está dirigido a ser elegido sustituto de Mariano Rajoy como resultado de la moción… que si cae, cae, pero que no es eso. Con la sentencia se refuerza su famoso “no es no”, y quiere recuperar espacio electoral, convirtiéndose en el referente de la oposición desde un doble ángulo, uno el de la izquierda al contar con los de Pablo Iglesias, y otro el del centro –del que se le fugan a Ciudadanos- tras dar muestras de “hombre de Estado” con el 155 y otros asuntos relacionados con Cataluña.
Sánchez necesita que se le vea cara a cara con Rajoy, que se vea que él y nadie más es la alternativa, pero claro, en esta aventura necesita a Albert Rivera, que está creciendo fundamentalmente con votantes del PP, o necesita a los independentistas. Y aunque lograra ese respaldo in extremis "para echar a Rajoy" luego no podría hacer absolutamente nada al ser imposible una mayoría viable para gobernar en ningún sentido.
Rivera prefiere que no haya moción de censura, y que el PP se siga recociendo en su agonía hasta las elecciones, momento en el que se produciría la OPA definitiva sobre su electorado. A la vez, para hacerse con esos votantes, tiene claro que no puede ser propiciando una moción de la mano del PSOE y de Podemos, porque al día siguiente se hundiría en las encuestas, al tiempo que el PP recuperaría tono.
Que a Rivera le costará justificar mantener al "partido de la corrupción" en Moncloa es evidente, pero menos que echarlo con la moción del PSOE. Y el resultado final será más positivo para ellos.
Pero las prisas de unos y otros chocan con la parsimonia de Rajoy, incapaz de darse cuenta de que no siempre es mejor ir despacio para asegurarse la llegada a destino, ya que en ocasiones eso quema el motor, o peor, los otros te adelantan, e igual se estrellan, pero tras cruzar la línea de meta.
Tanta prisa tienen Rivera y los suyos, que han metida la pata de un modo monumental. Su contrapropuesta de que Rajoy convoque elecciones como alternativa a no apoyar la moción de censura, se estrella con la ley. Una vez registrada la moción, el presidente está inhabilitado para convocar elecciones. Ellos no habían contado con esto. En estos momentos, aunque Rajoy quisiera, no podría convocarlas.
Eso sí es lo que quería Rivera, unas elecciones para ganarle al PP ahora, por eso también reclama al PSOE una moción “instrumental” con el único fin de convocarlas y aprovecharse el viento de cola que lleva, a lo que éstos se niegan, pues es evidentemente lo que quiere Sánchez es acudir a unos comicios visibilizado como presidente y autor de medidas sociales que le den la oportunidad de ganar en las urnas alguna vez. Lo que sería del género absurdo es que Sánchez le pusiera la alfombra a Rivera para entrar en Palacio.
Ante todo eso, Rajoy, atrincherado en explicar los argumentos de la sentencia, que es verdad que no dice lo que Rivera, Sánchez, y otros tantos que quieren verle políticamente muerto, dicen que dice. Pero eso, no es suficiente, como no lo ha sido nada de lo que ha venido haciendo en los últimos años.
Si es verdad que el marido de la eternamente apoltronada Celia Villalobos sigue siendo el susurrador de Rajoy como antes lo fue de José María Aznar (¡qué miedo me daría!) debía ponerlo en la calle y sin indemnización.
En esta encrucijada, lo sensato sería que Rajoy acelerara la regeneración del PP y mejorara la comunicación, y al tiempo, Sánchez y Rivera moderaran su velocidad para alcanzar sus objetivos y no ser ellos quienes se estrellen antes de acabar la carrera.