Opinión

El equilibrio perdido

Moises Palmero Aranda | Martes 05 de junio de 2018

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El cinco de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, y si de algo sirven este tipo de efemérides, es para hacernos reflexionar, al menos un día al año, sobre la cuestión a conmemorar. En los medios de comunicación, en los centros educativos, entre los amantes de la naturaleza, se aprovecha la jornada para mostrar, debatir o reivindicar el medio en el que vivimos y las consecuencias de cada uno de nuestros actos: basuras en el mar, el abuso del plásticos innecesarios, el ahorro energético y la necesidad de implantar de forma generalizada el uso de las renovables, la dependencia del vehículo privado, la idoneidad de hacer más sostenibles nuestras ciudades, nuestra alimentación,… cientos de temas que nos harían vivir en mundo mejor, porque todo, cualquier gesto, habito o costumbre afecta a nuestro entorno. Desde usar el whatsaap hasta tomarnos una magdalena al desayunar tiene consecuencias en la naturaleza.

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Y el problema es que no es fácil reducir o eliminar todo aquello que causa un impacto negativo en el medio. El sistema se ha diseñado para hacernos la vida lo más sencilla posible, sin tener que preocuparnos de nada, teniendo todo a nuestra disposición con solo un click, en cualquier época del año, en cada instante del día. Se nos han olvidado las estaciones, las distancias, las dificultades para conseguir determinados productos. Todo lo que deseemos podemos tenerlo, solo hay que pagarlo, y la población tiene la sensación que ese es el único limite a nuestros sueños. Si lo puedo pagar, lo puedo conseguir. Nuestras vidas, nuestras civilizaciones, las han construido empresas que han sabido jugar con nuestras emociones, estimular nuestros egos y convencernos que el tener está por encima del ser. Cuanto más tienes, y más grande es lo que posees, mejor persona eres.

Nos han mostrado el camino para ser independientes, para no necesitar nada de nadie, y los hemos creído. Vivimos en nuestras pequeñas burbujas rodeado de todo aquello que nos dijeron era imprescindible para ser felices, el último modelo de móvil, una televisión en cada habitación, dos coches en el garaje, naranjas en agosto, uvas en abril y atunes todo el año. Nos han aislado para convertirnos en sus esclavos, para romper la comunidad, el grupo, la tribu que nos hizo fuertes para sobrevivir en la exigente naturaleza.

Vivimos en nuestras pequeñas burbujas rodeado de todo aquello que nos dijeron era imprescindible para ser felices, el último modelo de móvil, una televisión en cada habitación, dos coches en el garaje, naranjas en agosto, uvas en abril y atunes todo el año.
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Lo único que nos puede salvar es un cambio de valores, de conciencia, de necesidades. No se trata de volver a las cavernas y renunciar a las comodidades, sino de valorar realmente lo importante de nuestras vidas. Tenemos que revelarnos y educar a nuestros hijos en la importancia de conocer cada una de las consecuencias de lo que deseamos, de lo que pretendemos comprar, de lo que realmente necesitamos. Tenemos que mirar al pasado porque en los hábitos de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestros pueblos, está la solución a muchos de los problemas. Tenemos que olvidarnos de la globalidad que nos hace iguales a todos, para pensar de forma local y potenciar lo que nos hace diferentes.

Y esos cambios de conciencia, ese pensamiento local, no solo mejorarían las condiciones ambientales del planeta, sino las sociales, económicas y sobre todo las personales también cambiarían considerablemente. Si, por ejemplo, consumimos productos de temporada, ecológicos, de kilometro cero, se reduciría grandes cantidades el dióxido de carbono que se emite a la atmosfera y que se necesita para conservar, transportar y abastecer nuestros mercados, pero también estaríamos favoreciendo a nuestros agricultores, a nuestros pescadores artesanales a conseguir un precio justo por sus productos ya que se acortaría la cadena para que el genero llegue a nuestra mesa, y como colofón, nuestra salud lo agradecería porque nuestra alimentación sería mucho más variada y equilibrada que al estar consumiendo todo el año los mismos productos, algo que aunque parezca mentira, encarece nuestra cesta de la compra.

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Son muchas los hábitos diarios que podemos modificar para ir cambiando el mundo, porque a eso debemos aspirar, a cambiarlo todo, a ponerlo todo patas arriba, a desaprender los valores que nos inculcó el capital, el mercado, la globalización. Y podemos hacerlo, nos costará al principio, pero poco a poco, con un poco de esfuerzo iremos eliminando todo aquello que nos perjudica.

Nuestros niños, nuestros jóvenes, ya lo tienen interiorizado gracias a la educación ambiental que se ha hecho en los centros educativos, a través de campañas de concienciación, de colectivos y asociaciones que han peleado por un mundo más saludable para todos. Quizás con ellos llegue el equilibrio que hace décadas empezamos a perder y volvamos nuestra mirada a la naturaleza, y no solo los fines de semana para pasar un buen rato en los espacios protegidos y dejarlo todo lleno de basura.

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