En el último mes han acontecido, de forma vertiginosa, una gran cantidad de sucesos que me hacen pensar que vivo en un país diferente. Y lejos de sorprenderme, porque ya hemos aprendido a vivir con ello, si creo que debería preocuparnos.
Cada vez que entra un nuevo gobierno, sea del partido que sea, se dedica a deshacer el camino andado, derogando leyes, anulando acuerdos, haciendo nuevas propuestas para transformar el país, porque siempre, al juicio del que entra, hace falta transformarlo todo. Y ahí es donde deberíamos preocuparnos, porque si cada vez que un nuevo partido entra a gobernar tenemos que dedicarnos a borrar lo realizado, nunca terminamos de avanzar y siempre queda flotando en el aire una sensación de rencor, de venganza y de cuentas pendientes a la espera de recuperar el poder perdido.
No quiero entrar en si los cambios que ha realizado Pedro Sánchez son necesarios, o si estoy o no de acuerdo con ellos. Lo que no me gusta es la sensación de que dependiendo de quién ostente el poder los españoles somos más humanos, o más respetuosos con el medio ambiente, o podemos sentirnos más libres a la hora de expresarnos. No quiero sentir que mis dirigentes solo gobiernan para una parte de la población, sus votantes, a los que según repiten una y otra vez, se deben. No quiero resignarme a suspirar o a sacar pecho según la persona que nos represente por el mundo, que tome las decisiones que pueden cambiar mí día a día. No quiero pensar que mi vida depende de una clase política que hasta ahora solo nos ha demostrado que les importa más su partido que los ciudadanos.
Me gustaría que pudiésemos marcar un rumbo, llegar a pactos, acuerdos. Marcarnos objetivos a largo plazo y encontrar las soluciones que nos permitan alcanzarlos y nos beneficien a todos. Que la persona que elija el pueblo, solo sea un cambio de imagen, una nueva formar dirigir el barco sin olvidarse hacia donde queremos ir. Pero sé que eso no será posible porque nuestros políticos no son personas libres, dependen de un partido que persigue unos intereses muy concretos, donde se mezclan los personales y los empresariales.
El verdadero problema de nuestros políticos es que no saben dialogar, son incapaces de llegar a acuerdos por el bien común, a comprometerse por todos y cada uno de los españoles. No saben escuchar, ni reconocer los aciertos de los demás o sus propios errores. Se pasan la vida atacándose los unos a los otros, guardándose las espaldas por las posibles traiciones y no confían ni de su propia sombra.
Sé que no es un problema actual, y que si algo nos define a los españoles es que no nos gustan las escalas de grises, que nos posicionamos en uno de los extremos, porque sabemos que si nos quedamos en medio no te mirarán como un punto de unión, sino como una amenaza y no tardarán mucho en poner todas las etiquetas que hagan falta para intentar desprestigiarte.
Estoy convencido que todo este problema se podría solucionar si empezasen por firmar un pacto en la educación. Necesitamos cambiar nuestro modelo educativo, transformar nuestra escuela y dotar a nuestros alumnos de competencias y habilidades acorde con los tiempos en los que vivimos. Debemos olvidarnos de evaluar por los conocimientos aprendidos para un examen y formar a personas capaces de sentarse a escuchar las opiniones de los demás, de tratar de entender las razones y los argumentos de su interlocutor, de saber expresar los sentimientos e ideas propias y de tener la capacidad de llegar a acuerdos, a consensos, al punto de equilibrio. Hay que potenciar la creatividad y la imaginación de los alumnos, que sepan preguntar y buscar respuestas. Tenemos que dejarlos experimentar y que aprenden de sus aciertos, de sus errores. Hay que cambiar el modelo para que los maestros no sean solo transmisores de contenidos, sino que sean guías, facilitadores, consejeros y acompañantes en el proceso de formación de nuestros hijos.
Y para conseguir esa nueva escuela hace falta dotar de recursos, de herramientas a nuestros maestros y conseguir, sobre todo, que los encargados de formar a los futuros dirigentes, médicos, barrenderos o envasadores de verduras sean las personas mejor preparadas de nuestro país, no alumnos que llegan a la universidad sin vocación para la enseñanza en busca de un puesto fijo en la administración.
El futuro no está en manos de nuestros políticos, sino en la de nuestros maestros.