Rafael M. Martos | Lunes 22 de julio de 2019
Con una Almería en alerta amarilla por altas temperaturas, escuchar durante dos horas seguidas a Pedro Sánchez es ponerse al borde del colapso, por mucho que sea con auriculares para poder tener los pies metidos en el agua del mar. Estoy convencido de que la Convención de Ginebra acabará considerando este tipo de discursos un modo refinado de tortura psicológica, y quién sabe si también física.
Mejor lo tenían nuestros diputados, claro, algo más fresquitos allá en el Congreso, y por fin vimos a José Manuel Villegas, ese señor de Ciudadanos que vino a Almería a que le pusiéramos sueldo y no ha vuelto desde entonces, y no se le conoce que haya dicho o hecho nada por nosotros desde entonces, y lo mismo a la tal Rocío de Meer, de Vox, que no se ha quejado de llevar cobrando cuatro meses sin trabajar... que ni una pregunta, ni una iniciativa, ni una idea...
Pero quien se examinaba era Sánchez, y la cosa le salió bastante regular, porque es pasmoso que el tema 120 minutos después de comenzar, no abordara las dos cuestiones principales, tal y como le apuntó Pablo Casado (PP) con una acertadísima imagen: la del elefante morado con el lazo amarillo.
La principal cuestión que tiene el Estado español sobre la mesa es la crisis catalana. Se sitúe uno donde se sitúe ideológicamente, es decir, a favor o en contra de la independencia o de la autodeterminación, resulta obvio que como país, ha sido el mayor reto político en la última década -como mínimo- hasta el punto que ha devenido en asunto judicial.
La cuestión catalana ha sido un punto de fricción en el propio PSOE, e incluso en el propio Sánchez, quien argumentó que no podría incluir en su gobierno a Pablo Iglesias (UP) por hablar de presos políticos y del derecho a la autodeterminación.
Es decir, que el elemento que ha puesto en jaque al Estado, y que constituye un escollo en su negociación con su “socio principal”, y con otros posibles y necesarios socios, no mereció ni un segundo en su intervención. Así fue la cosa.
En su cara a cara con Iglesias, se evidenció el mal rollo que hay entre ambos, con reproches constantes y duros en ocasiones, pero dejó también claro que siguen negociando y todo lo dicho se lo acabarán comiendo con patatas si finalmente llegan a un acuerdo de nombres, porque no hay más.
Como en otro momento señalamos, Sánchez quiere el voto de UP gratis, descargando sobre ellos el peso de que si no se lo dan, los culpará de tener que dejarse caer en la derecha, o convocar elecciones. Pase lo que pase, la culpa será de Iglesias según el PSOE.
También anticipamos lo que ocurriría en el debate con PP y Cs, que o se abstienen, o será culpa de ellos que se abrace a UP y a los independentistas. Pase lo que pase, la culpa será de PP y Cs según el PSOE.
Los discursos de Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (Cs) fueron bastante similares, aludiendo ambos a la escasa fiabilidad del candidato en cuanto a sus compromisos y convicciones, a su ambición personal antepuesta a los intereses no solo de España sino también a los de su propio partido, y también los dos líderes le cuestionaron sus socios posibles. Eso sí, Rivera lo hizo con unas formas próximas al camorrismo, y reivindicándose lo que no es, líder de la oposición, que parece ser su gran aspiración.
Casado no fue condescendiente en ningún momento, no fue menos radical, pero su tono no resultó tan bronco. Expresó con claridad los motivos por los que no podían ni apoyar ni abstenerse, y supo marcar distancias adelantadas al discurso de Vox y alcanzó un punto de “partido de Estado” al ser capaz de tender la mano para alcanzar posibles acuerdos.
Lo de Vox fue populismo puro, populismo en su expresión más genuina. Santiago Abascal hizo un discurso absolutamente previsible, tocando los mismos palos de siempre. Empezó con la inmigración, los “chiringuitos”, el feminismo, el comunismo, el separatismo... y el patriotismo, que lógicamente considera que es patrimonio exclusivo de sus militantes, es decir, no de aquellos que piensan que España es una nación, sino de aquellos que consideran que la identidad nacional española es lo que ellos sostienen y además de modo exclusivo y excluyente. Pues sí, como le pasa a Torra en Cataluña.
Resultó gracioso ver a Sánchez respondiendo a Vox mientras se dirigía a Rivera y Casado, en un gesto que estaba preparado y pretendía dejar fuera del debate a este partido al que ha encumbrado el propio PSOE, primero metiéndolo en las encuestas del CIS en Andalucía, luego convirtiéndolo en eje de la confrontación política en las contiendas electorales, y sobre todo, porque el resugir de la ultraderecha se debe al independentismo catalán y a los pactos socialistas con la extrema izquierda. Son precisamente estas cuestiones las que como decíamos, eludió Sánchez en su primera intervención.
Anticipar qué pasará en la votación del martes no es difícil, Sánchez no será investido, tal vez lo logre el jueves. Dependerá de a cuantos “podemitas” esté dispuesto a aceptar en su gobierno y en qué áreas, y cómo no, de lo que Tezanos le susurre al oído que puede ocurrir anticipando elecciones.
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