Moises Palmero Aranda | Lunes 29 de julio de 2019
Afirmaba Aristóteles que “la única verdad es la realidad”, así que si hacemos caso al filosofo griego, el hecho irrefutable, la única verdad, es que a día de hoy no tenemos gobierno en España. Pero en este país, las verdades nos importan poco, solo las atendemos unos minutos, lo que nos dura el efecto sorpresa, porque le sacamos más partido a las interpretaciones que a la realidad. Aunque para ser sinceros, en esta ocasión, no ha sido ninguna sorpresa que Pedro y Pablo no se pusiesen de acuerdo.
Estos días me ha venido a la cabeza el mito de Sísifo y su castigo. El rey de Éfira estaba condenado por los dioses a empujar eternamente una enorme piedra ladera arriba, hasta alcanzar la cima de una montaña pero, siempre, antes de llegar a ella, volvía a rodar hacia abajo, haciéndole repetir, una y otra vez el doloroso y frustrante proceso.
Nos gusta recurrir a los mitos para buscar la explicación a un acontecimiento concreto. El problema es que como los mitos también son interpretables, al final no llegamos a ninguna conclusión razonada, y nos volvemos a enzarzar en discusiones, debates y argumentaciones absurdas, que nos entretienen a la orilla de la playa, en la barra del bar o en la cola del supermercado. Quizás, como afirmaba Albert Camus, en su ensayo filosófico “El mito de Sisifo”, es nuestro momento de dicha, la misma que sentía el condenado cuando caminaba ladera abajo para comenzar el eterno castigo.
Hay muchas interpretaciones del mito a lo largo de la historia, pero la mía, en estos momentos es que la falta de acuerdo, pacto o como quieran llamarlo, nos hará volver al principio, al mes de mayo. Mucho tienen que cambiar las cosas en septiembre para que eso no ocurra. El castigo, nuestra pesada carga, no la voy a relacionar con el hecho de volver a las urnas, ya que votar es siempre una oportunidad para afianzar la democracia, aunque sepamos que nuestros votos solo sirvan para comerciar con ellos. Lo que si considero como una gran piedra que rueda ladera abajo son nuestros políticos, que parecen pensar más en sus intereses personales y de partido, que en el bien común.
Según la interpretación de Lucrecio, filosofo y poeta romano en el siglo I a.C, que nos dejo un único texto, “Sobre la naturaleza de las cosas”, el castigo son esos políticos que aspiran al poder por el poder y que no tienen ningún otro objetivo más que el de llegar a la cima, aún sabiendo que no podrán soportar el peso del sistema. Estamos condenados a repetir la historia porque la naturaleza humana no ha cambiado a lo largo de los siglos.
Son espantapájaros que aspiran a ser árboles, y viven creyendo que lo son, capaces de generar vida, pensando que los pájaros buscan sus ramas para anidar y descansar, que su sombra es la única que nos puede proteger de los duros rayos de sol, que sin ellos no podríamos habitar un ambiente sano. Pero se equivocan porque son seres inertes, sin raíces, sin capacidad ninguna para depurar el aire que respiramos, alejando de sus toscas manos a todo ser que se acerca con una fresca melodía.
El problema es que viven su mentira, como yo la mía, alentados por las palabras de sus palmeros que les engordan el ego y los hacen mantenerse en su pensamiento único. No escuchan, no quieren reconocer sus limitaciones, su realidad, las necesidades de los que los rodean. Primero ellos, después su partido, y al final, si queda algo, los ciudadanos.
De todas formas no es malo soñarse árbol, pero siendo consciente de que eres un espantapájaros, recordando que, antes de llegar a la cima, el peso de la piedra la hará caer para volver a empezar, y ya no estarás allí para intentarlo de nuevo. Quizás esa sea la única ventaja sobre Sísifo, quizás eso sea lo más doloroso para nuestros representantes, saberse prescindibles.
Reflexiona Camus, sobre la existencia humana, dura y dolorosa porque no lleva a ningún sitio. Un absurdo continúo como el castigo de Sísifo. Un sin sentido que a muchos le haría tirar la toalla, pero que según el filósofo hay que aprender a aceptar y vivirlo con rebeldía, libertad y pasión. Solo así, ante la adversidad, habrá dicha.
A Pedro, a Albert, a los Pablos y a todos los que les rodean, les falta libertad para tomar las decisiones que crean necesarias, rebeldía para enfrentarse a los dioses y modificar el sistema, y la pasión, que a veces les sobra, deberían utilizarla para aceptar la realidad, que al fin y al cabo, como decía Aristóteles, es la única verdad.