Rafael M. Martos | Martes 31 de marzo de 2020
Como no son unas vacaciones, padres y madres debemos seguir trabajando desde casa, pero además y por tercera semana, compartiendo la tarea de los hijos en edad escolar, y si difícil resulta a ciertas edades explicarles que si nos quedamos en casa no es por estar castigados, sino porque somos buenos, más duro resulta explicarles las matemáticas. Pero como todo, es cuestión de encontrarle una utilidad, y confieso que con esto del coronavirus, me estoy aficionando a ellas, hasta el punto de que si las comprendo, dejo de entender lo que está pasando en el mundo.
Soy minoría absoluta, pero me acompañan los números, que no son enemigos de las letras, sino base fundamental para sostener algunas argumentaciones, como la de que al coronavirus COVID19 no hay que tenerle miedo sino respeto.
Se trata de una enfermedad relativamente nueva –el ser un virus ya hace que se sepa de entrada algo sobre su entidad- para la que aún no existe ni cura ni vacuna. A partir de ahí se abren distintas líneas de análisis, y una es si esta histeria apocalíptica tiene sentido, o sencillamente los políticos se están dejando llevar por un lenguaje belicista con el que asemejarse a prohombres como Churchill o Rooselvet, o incluso a Azaña, por qué no; y tal vez la ciudadanía necesite reconquistar un espacio común de solidaridad, de encuentro con los demás, en un momento en el que nos hemos individualizado tanto por las nuevas tecnologías, un tiempo en el que no nos miramos a la cara ni al hablar.
No lo sé, pero da para mucho, porque el investigador del Grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos de la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC) Daniel López, hacía unas declaraciones a la Agencia EFE en las que afirmaba que el comportamiento epidemiológico del COVID19 seguía el modelo o curva de Benjamin Gompertz (1779-1865), y que sirve para prever cuál será el comportamiento de una epidemia. Afirmaba que “El modelo de Gompertz confirma que el virus se está comportando correctamente y avanza de la manera esperada en España”.
En el último informe de la Organización Mundial de la Salud sobre la tuberculosis se detalla que continúa siendo la primera causa de fallecimiento en patologías infecciosas, por encima, incluso, del VIH.
La Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ) afirma que en España hay 7,6 afectados por tuberculosis por cada 100.000 habitantes, y se detalla que el 80% de los casos no se diagnostica, que podría haber 100.000 personas con ella, y que no hay manera de evitar el contagio. Pero aquí estamos, aunque en el mundo esta enfermedad mató en 2018 a 140.000 personas, 20.000 menos de los que lleva el COVID19.
La pregunta por tanto es si está justificada esta obsesión colectiva tras las comparativas con enfermedades supuestamente controladas como la gripe, el sarampión, o la tuberculosis, y ahí podemos añadir otros datos más, y es la comparativa con sí misma. Es decir ¿es tan mortal? ¿es tan letal?
Bueno, pues de nuevo… parece que tampoco es para tanto… dicho sea con el mayor de los respetos para los fallecidos y sus familiares, pero se trata más que nada de aportar estadísticas que animen en su calvario tanto a los contagiados y su entorno, como de bajar el nivel de hipocondría social en que estamos cayendo.
Una cosa es la letalidad aparente que es el número de muertos sobre el total de infectados confirmados y otra es la letalidad plausible, que utiliza brotes controlados y modelos matemáticos para estimar un número más realista, aunque lo de plausible no sé yo si es una palabra muy acertada para el tema.
Dicho de otro modo, la letalidad de una enfermedad es el número de personas fallecidas respecto a los casos detectados, pero claro, los detectados son menores que los reales, y de hecho incluso los detectados y confirmados nos pueden inducir a error. Por ejemplo, si el virus llega a una residencia de mayores con edad muy avanzada y patologías severas, pueden morir casi todos, induciendo a estimar una letalidad altísima, pero si el mismo virus llega a una residencia universitaria de jóvenes deportistas y sanos, habrá contagios, y enfermos, pero probablemente no muera ninguno, y la letalidad estimada sea ínfima.
Un modelo matemático de la Universidad de Oxford estima que en España puede haber a 28 de marzo 663.459 infectados (en un escenario en el que no se hubiesen puesto medidas de contención, que no es el caso, ya que estamos confinados), por lo que si atendemos al número de muertos confirmados a esa fecha, 5.690, la letalidad plausible sería del 0,8%, muy lejos del casi 8% que determina el número de casos registrados confirmados oficialmente y que sería la letalidad aparente.
No pienso explicarle todo esto a mi hija, que bastante tiene con lo suyo, pero debería contribuir a tranquilizar a los políticos, al personal sanitario, y a la población en general, porque sin quitarle gravedad, tal vez con un poco más sosiego se cometerían menos errores. Pero bueno, yo es que soy de letras.
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