Del mismo modo que el peligro de una pistola no es el arma en sí, sino el uso que hagamos de ella, con las palabras pasa exactamente lo mismo. “Si mi pluma valiera lo que tu pistola de capitán”, escribió Antonio Machado en una mal momento. Lo cierto es que se habla poco de la falta de atención que ponemos a los elementos que, letra a letra, van conformando la realidad en la que vivimos. Pero siempre ha habido gente dispuesta a sacar partido de esta falta de atención acomodando las palabras, que pueden ser un arma de destrucción masiva, a sus intereses personales. Fijémonos en algunos usos del lenguaje que está haciendo el gobierno -o lo que sea eso- de Pedro Sánchez durante esta crisis, y piensen luego si el lingüista y pensador Noam Chomsky (me refiero a él para que no digan que me fijo en peligrosos filósofos neoliberales y trifálicos) lleva razón cuando dice que hoy día las personas somos como “ganado desorientado” que se mueve en rebaño a las órdenes de individuos o grupos.
LA NUEVA NORMALIDAD. Diga la verdad ¿cuántas veces ha usado ya este concepto a lo largo de las últimas semanas? El obrador de confitería de Moncloa amasó este término al inicio de la crisis y puso al Dr. Fraude a repetirlo una y otra vez en sus interminables teleprédicas. El término en sí es tan fraudulento como el propio Sánchez, pero al igual que él, tiene buena planta lingüística y suena bien, aunque decirlo sea incurrir en una contradicción evidente: si es nuevo no es normal, y si es normal no puede ser nuevo. Pero mucha gente ha caído en la trampa y lo ha adoptado en su lenguaje cotidiano, asumiendo de algún modo que cualquier escenario posterior al Covid será -por horrible, inconveniente, erróneo o mejorable- la “nueva normalidad” tan ansiada. A tragar y todos contentos.
AUMENTO DE DEUDA TRANSITORIO. La cuenta oficial de Twitter del PSOE deslizaba anteayer un mensaje que es el anuncio de un futuro más oscuro que el del carbón que cantaba Antonio Molina en su cocina: “Se está produciendo un aumento de deuda transitorio. No es estructural”. Ojo al dato. En primer lugar, teniendo en cuenta que esto lo dicen quienes aseguraron hace un par de meses que apenas íbamos a tener casos de virus en España y que de tenerlos estarían muy controlados, y que los eventuales efectos económicos iban a ser coyunturales y leves, pues es como para echarse a temblar. Los socialistas hablan abiertamente de deuda, pero la confitan otorgándole un carácter presuntamente temporal y rebajando su importancia. De lo que no hablan es de lo que apareja siempre el concepto deuda, que es el pago. ¿Cómo vamos a pagar esa deuda? Los socialistas no lo dicen, pero no hace falta ser un lince para adivinarlo. Llévese ahora la mano a la cartera. Exacto: de ahí es de donde va a salir una parte, sólo un a parte, de ese pago: de usted y de mí, vía subida brutal de impuestos y disminución de sueldos, porque lo que no van a rebajar el gobierno es su red de propaganda ministerial y chiringuitera. Ni los ministerios-confitería, ni las nóminas de amigos, ni las factorías de reconstrucción histórica peligran. Nos van a meter una subida de impuestos extraordinaria que va a helar la sangre a más de uno, aunque eso no bastará: habrá que recurrir a la ayuda externa, esa que ahora por pudor retrospectivo no quieren llamar rescate. Y en Europa nos quieren mucho, sí, pero con el dinero europeo no se juega. Y eso se traduce en la palabra fetiche que nadie de este gobierno quiere pronunciar si no es para achacársela al PP. Efectivamente: re-cor-tes. Y con tijeras de podar. Pero mientras tanto, ellas y ellos siguen hablando de aumentos de deuda transitorios, que suena mucho más amable. La madre que los parió.
PACTO DE RECONSTRUCCIÓN. Y esta última es, sin duda, la más peligrosa. Cuando Sánchez pone voz de tocino de cielo para hablar de la necesidad de un “pacto de reconstrucción nacional” está haciendo dos cosas a la vez: la primera es exigir pleitesía y complicidad a la oposición. O yo o el caos, (valga la redundancia). Y la segunda, que es la clave, es asumir que hay algo que ha sido o puede ser destruido, para dar así cabida al concepto de mismo de la reconstrucción. No se puede reconstruir nada que no haya resultado destruido, con lo cual, cualquier escenario o decisión postvírica podrá ser percibida como resultante de la necesidad de un orden nuevo y de una nueva realidad emergente de una ruina. Algo que, por consenso y con la colaboración de todos, habríamos alcanzando unánimemente para superar el fracaso de un pasado superado. Piensen ahora en la monarquía constitucional de 1978 y aten cabos. Bingo.