Jose Fernández | Jueves 04 de junio de 2020
En el siempre difícil equilibrio resultante de medir las señas de identidad con las circunstancias, que Almería no vaya a tener Feria en agosto por primera vez desde -probablemente- la Guerra Civil (podría levantarme a confirmar el dato, pero es que me pillan ahora con prisa) es un hecho que puede servirnos para dos cosas. La primera, ya lo imaginan, para el previsible recital plañidero y sentimental de las mieles y esencias perdidas en esa apoteosis de guzlas y gárrulos que es cada año nuestra querida Feria. Mi rebujito, mi tapa, mi abanico, etcétera. Creo que no hace falta insistir en la estampa: ustedes la conocen tan bien o mejor que yo mismo. Ahora bien, dado que la suspensión es generalizada en toda Andalucía y que no es fruto de la ocurrencia o capricho del alcalde y que obedece a razones de índole sanitaria de cara a la protección de la salud de los ciudadanos, a lo mejor esta situación nueva y poco agradable tiene la capacidad de activar los resortes de la madurez colectiva y del siempre deseable sentido común.
No celebrar la Feria como tal no significa necesariamente frenar en seco el paulatino despegue de una actividad comercial y social contenida y limitada, que afortunadmente ya está en marcha, como tampoco debe suponer la instalación de un toldo de pesadumbre sobre nuestras vidas. Yo sé que muchos empresarios y profesionales tenían puestas en una Feria matizada buena parte de las esperanzas de recuperación del zarpazo inicial de la crisis, lo cual es absolutamente comprensible. Pero el riesgo de un rebrote es tan cierto y tan peligroso (no hay como hablar con un médico de los que han estado estos meses jugándose el tipo en las ucis para apreciar la sideral distancia existente entre el relato de los telediarios y la realidad) que conviene no jugársela a la cara o cruz de una subida de contagios que nos obligaría a volver a cerrar y a encerrarnos este otoño, lo que sería un estoconazo mortal. Y en este sentido ha sido admirable la responsable respuesta de los hosteleros almerienses, a los que debemos buena parte de los mejores momentos de nuestras vidas y a los que hay que ayudar entre todos a volver cuanto antes a la normalidad.
Ojalá esta suspensión sirva para un ejercicio colectivo de madurez social y de búsqueda de oportunidades en la ausencia de celebraciones oficiales. Pero no descarto que el anuncio de la cancelación derive en un intercambio de fuego graneado sobre culpas y faltas. El habitual hálito oriental que canta nuestro himno. Sería el Pregón del programa de actos de la No-Feria de 2020. Pensemos ya en la de 2021 y dejemos que el tiempo y las vacunas devuelvan las cosas a su sitio.