Opinión

La omertá infame del COVID19

Clemente Martínez Andreu | Lunes 08 de junio de 2020

El gobierno ha tardado un total de 103 días, desde el día 13 de febrero, día en el que se confirmo en el Hospital Arnau de Vilanova de Valencia la primera muerte por coronavirus en España, hasta el 26 de mayo día en que se decidió decretar oficial en España luto nacional por las víctimas mortales del coronavirus SARS-COV-2. Período de tiempo en el que habían perdido la vida hasta esta fecha según fuentes del Ministerio de Sanidad y su “nueva estadística “ un total de 27.127 personas asociadas al virus. Data en el que parece que las cifras se han congelado y el contador victimológico del Ministerio de Sanidad –Mando Único se ha quedado sin pilas, cuando la realidad parece ser otra bien distinta. Según atestiguan otras fuentes institucionales de las que se nutre el gobierno, el INE habla de 43.945, el lnstituto Carlos III, en base a los registros civiles habla de 43.043 defunciones más de las habituales en período de tiempo similar, un informe de los profesionales funerarios confirma ese dato con una cifra parecida, 43.985 fallecimientos más de los habituales y durante la etapa de duración de la pandemia el número de jubilados que han dejado de percibir su pensión ha sido 38.508 personas . Maquiavélico resulta que a estas alturas continúen en el cajón, por mucho que se pregunte al gobierno, sin salir a la luz, acumulando polillas y polvo, sin que se sepa o se sumen a la lista de fallecidos los ancianos muertos abandonados en las residencias por coronavirus pero si desaparezcan de la seguridad social para el cobro de pensiones. Una desfachatez hacia aquellas generaciones de mayores que con su esfuerzo y sacrificio contribuyeron a cimentar las bases de la democracia y del bienestar que hoy día tenemos. Un baile de cifras que provoca hilaridad si no fuera porque detrás hay personas con nombres y apellidos. Mientras que los datos oficiales de Moncloa recogen veintisiete mil y pico decesos , desde el pasado 28 de mayo unos 12.000 certificados de defunción acumulados en los registros cíviles se han incorporado ahora al Sistema de Monitorización de la Mortalidad (MoMo) del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, dependiente del Ministerio de Sanidad, elevando el exceso de fallecimientos entre marzo y mayo en España a 43.000. Buena parte de los 16.000 óbitos de más en el período señalado podrían corresponder a víctimas del coronavirus que murieron sin que se les hiciera un test, fuera de los hospitales, en domicilios y residencias , pero también pacientes que no acudieron a los centros hospitalarios por temor a contraer la enfermedad. Un galimatías de números, un maquillaje estadístico con los que se pretende esconder la verdadera dimensión humana-lo más importante- de la tragedia, imponer una deliberada, sibilina e infame omertá sobre los caídos. Además durante todo esta etapa no se han decretado ni observado señales de duelo oficiales por el fallecimiento de tantas personas a nivel estatal, a excepción de algunos ayuntamientos, diputaciones provinciales, comunidades autonómicas, y muchos particulares anónimos estupefactos por la magnitud de contagiados y dramática letalidad. Las banderas de las organismos e instituciones gubernamentales no han ondeado a media asta, tampoco ni el presidente ni ningún miembro del gobierno ha vestido corbata negra, ni lucido crespón negro en la solapa del traje, ni en la bandera que aparecía detrás de él durante cada una de las infinitas y multitudinarias soflamas televisivas, en los que la tautología era su único argumento, paralogismo puro, que ha brindado al pueblo español cada sábado en horario de prime time desde la declaración del estado y posterior fase de confinamiento o arresto domiciliario de la población cuando el número de contagios y decesos se incrementaba exponencialmente. Nada de luto, ninguna muestra de dolor nacional. Y es que parece que los gestores de la pandemia, el mando único y los habitantes de Moncloa han estado dando la espalda a la muerte , mirando de perfil la hecatombe mortífera mientras las morgues se colapsaban y los servicios fúnebres no daban abasto para tanto enterramiento, silenciando en el silencio a cada difunto. Llamativo resulta el hecho en el que se computaban casi veinticuatro mil finados el 22 de abril, no se hubiese guardado todavía un respetuoso minuto de silencio, desde Moncloa, ni en sede parlamentaria, en la casa de la soberanía nacional, las Cortes Generales. Tuvo que ser el líder de la oposición, el presidente del PP, Pablo Casado , y no al inicio de la sesión de control parlamentario, sino cuando éste subió a la tribuna, solicitara a su presidenta guardar un minuto de silencio. Con estupor y perplejidad me ha parecido percibir un comportamiento impávido , impertérrito e indolente de un presidente y gobierno que se vanagloria de estar al lado de la gente, del pueblo , de los que sufren y que durante la crisis sanitaria no se le ha visto, brillando por su ausencia, en lugares tan simbólicos durante la gestión de la crisis como han sido el Hospital de Ifema, la Morgue del Palacio de Hielo de Madrid, residencias de ancianos o simplemente aplaudir a las puertas de hospitales. Nada de nada. Visitas y gestos que por su simbolismo hubiese transmitido una imagen de naturalidad, cercanía, proximidad a una sociedad embriagada de excesiva pena, dolor, sufrimiento y zozobra. A la omertá gubernamental ha acompañado también una omertá mediática. Una cosa es periodismo y otra cosa es servilismo a la autocracia del gobierno. Algunos medios de comunicación que en un alarde de genuflexión y rendición al mercadeo de complicidad y pleitesía al poder , han sucumbido a sus dictámenes, connivencia y displicencia bajo la recompensa e inyección de suculentas campañas estatales de falsa mercadotecnia publicitaria restando sordina y dramatismo a las verdaderas consecuencias vitales de la pandemia (una limosna de 15 milloncitos de euros). A este gobierno lo sustentan algunos medios de comunicación y una sutil ingeniería de puro marketing y propaganda orquestada por expertos y redondos “gurús goebbelsianos”. Una guerra sanitaria acallada, amordazada, silenciada, ocultada desde el objetivo de una cámara, un foco televisivo o una fotografía. Los muertos no han salido en televisión, han salido las cifras y mal contadas, pero los occisos no. Han salido las estadísticas maquilladas, retocadas, pero los ataúdes y los solitarios entierros, no. Han salido los balcones aplaudiendo a nuestros desequipados, abatidos y extenuados héroes sanitarios, pero el dolor de las familias no. Han salido las incontables apariciones y soflamas públicas de “Míster President” pero las morgues improvisadas no. Quizás tenga una explicación y todo obedezca como decía un amante de la democracia, un tal Stalin que “una única muerte es una tragedia, un millón de muertes es una estadística”. Lo cierto que es de tal insensibilidad con la que se ha tratado y se tratan a las víctimas, que se han descontextualizado a los muertos en una cifra total, y no son una cifra , son personas con nombres y apellidos , historias, familias, sueños y deseos que ya no están. ¿Qué más tiene que pasar para que nos demos cuenta la gente que ya no están?. Es evidente que el número real de fallecidos es muy superior al de las cifras oficiales del gobierno. Da la sensación de la existencia de una ingeniería creada o montada para urdir procedimientos basados en bajar el número de decesos. Un entramado montado desde el sosiego de la contabilidad administrativa llevada desde el ordenador de un despacho con la espurio y nauseabunda intención de eliminarlos de las bases de datos. Resulta infame en esta España tan devastada como el gobierno ha decidido reducir el número de fallecidos por coronavirus , es lo nunca visto, “resucitando” a casi dos mil muertos menos, (de un total de 28.752 decesos registrados el 25 de Mayo se ha rebajado la cifra a 26.834 al día siguiente), sin más explicación que la de un cambio metodológico. Pero más inri resulta todavía la aberración y obcecación continúa en el Ministerio de Sanidad llegando a notificar que en estos últimos días y recién metidos en el mes de Junio no se haya producido ninguna muerte por coronavirus en las últimas horas, a pesar que hay comunidades que han informado de más fallecimientos por Covid -19. Desaparecen días, datos e informes de las páginas oficiales que imposibilitan el rastreo de información. Un auténtico desafío a la aritmética, a las matemáticas y a la estadística (sumo aquí , quito allá, resto allá…) e incluso con dimensión bíblica, divina y de milagro. Otra pirueta más para desvirtuar la realidad, otro escarnio a los difuntos y a sus familias. Unos vaivenes de números con los que la sociedad ya no cuela. Se esconden los muertos, también en los dígitos, pero sobre todo sus caras, su humanidad, su entorno, la angustia y el desgarro de sus cercanos. No hay lloros por ellos, no salen por televisión, se dulcifica y esconde la muerte con la sordina de los medios y del gobierno en su recuento, pese a que durante casi cien días interminables han sido a diario decenas de personas, de conocidos, de amigos, de familiares y de compatriotas que nos han dejado, y ya no estarán con nosotros, convirtiendo esa soledad y silencio en un ruido tenebrosamente escandalizador. Estremecedora e inhumana falta de sensibilidad para con ellos y sus familias, que ni han podido acompañarles en sus horas finales ni acudir a darles un último adiós. Pocos medios se escandalizan por la opacidad de los datos, por la negación a recibir preguntas ni por el oscurantismo de las decisiones que afectan a la ciudadanía. Un esperpento mortífero grotesco. Y a falta de darle dignidad y honra a nuestros compatriotas creo que no, no “Salimos más fuertes”, cuando tenemos tantos finados y una economía entrando por la puerta del camposanto. Galopante y desesperante, crisis democrática (límites y restricciones al libre ejercicio de derechos y libertades fundamentales, supuestas injerencias y desprestigio de instituciones del estado de derecho, falta de transparencia, intromisión y presión a la independencia y separación de los poderes del estado…), crisis social (más pobreza, más desigualdad, más hambre, polarización, guerracivílismo…), crisis económica (más paro, más gasto público, más déficit, PIB hundido..). Y teniendo siempre presente y en mi memoria a los que nos han dejado, tampoco debemos olvidar que somos el país del mundo más confinado, con más fallecidos y más sanitarios contagiados por cada millón de habitantes. Que gran parte de esta tragedia, los estragos humanos y económicos que sufrimos, vienen por no haber tomado medidas a tiempo, habernos adelantado y haber adoptado medidas preventivas,-cerrando fronteras y equipando a nuestros hospitales de material, recursos sanitarios y equipos quirúrgicos, prohibiendo la celebración de actos y eventos multitudinarios-, cuando los organismos y autoridades sanitarias internacionales -OMS , UE..- nos advertían del peligro, allá por el mes de enero de la presencia del virus y sus letales y dramáticas consecuencias en China o más cerca en Italia. La Ley General de Sanidad y la Ley de Salud Pública española señala quién es la autoridad competente ante emergencias internacionales y epidemias y quién recibe las advertencias y alertas de las mismas. En España se recibieron, se ignoraron y no se trasladaron para prevenir y prepararse ante el embate. Si esos innumerables avisos y recomendaciones oficiales no hubiesen sido infravaloradas y por el contrario atendidas, no se hubiese producido un contagio masivo ni un colapso sanitario pudiendo achicar y reducir tanta devastación y desolación ocasionada. Se perdió tiempo vital y se llego muy tarde. Esa es la realidad y mi verdad. Los datos, los números y las estadísticas están ahí, por mucho que se quieran silenciar, como a los muertos. Desde mi apenado, dolido y triste corazón rojigualdo, mi más sinceras condolencias a las familias de los que nos han dejado. En su recuerdo y memoria D.E.P.


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