Opinión

Indalecio o la política tectónica

Jose Fernández | Miércoles 22 de julio de 2020

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Mientras los partidos políticos continúen entendiendo la nominación a un cargo público como la recompensa a los servicios prestados, seguiremos haciendo del Congreso de los Diputados un territorio dorado para el vivaqueo de arribistas de diverso pelaje. Y eso no es algo exclusivo de la sigla, sino del formato partitocrático que hemos asumido como válido.
Ahora que las redes sociales siguen temblando con el bochorno de ver al diputado socialista almeriense, Indalecio Gutiérrez Salinas, justificando los retrasos en el AVE a Almería en que “vivimos en un mundo azotado por movimientos tectónicos” (sic) me gustaría decir que no es justo personalizar todo el mal del sistema en la desafortunada frase de un meritorio de la política que ha trepado al escaño como tantos otros ascienden en la pirámide social: momificando todos los escrúpulos y prevenciones con los que el ser humano viene dotado de serie. Seamos serios: todos los partidos tienen sus Indalecios e Indalecias en nómina, y algunos han llegado incluso a la presidencia del Gobierno y se aplauden a ellos mismos. Por lo tanto, lo que quiero decir es que este aldabonazo de estupor colectivo (ver a un representante de todos los almerienses en el palmarés de la ridiculez no es positivo para nadie, ni tan siquiera para sus adversarios políticos) debería de servir de toque de atención para todos los partidos a la hora de confeccionar sus listas. Se comprueba una vez más que la inclusión de mentecatos puede servir para apagar momentáneamente la lucha de egos y la insurrección de los bandos o, como dicen ahora los más cursis, las diferentes sensibilidades, pero hay algo que no falla: como le des un altavoz a un tonto, al final todo el mundo oye las tonterías que quiere y, lo que es peor, las que no quiere.
Además de eso, conviene no perder de vista que cuando el mentecato alcanza una posición de privilegio, olvida inmediatamente los largos años de sostenimiento de maletines y puñales y empieza a considerar su nuevo puesto como una consecuencia natural de su incuestionable valía. El efecto que sufre un concejal medio cuando la Policía Local de guardia se cuadra y le saluda para darle los buenos días se multiplica por diez cuando un ujier uniformado te llama “Señoría” y te explica el mecanismo de voto del escaño: sí, no, abstención. Qué cómodo todo. Ahí es cuando el aupado empieza a venirse arriba y ni atiende, ni escucha, ni nada, lo que suele ser el preludio de los verdaderos los movimientos tectónicos. Recuerden que Indalecio fue el único político de toda España capaz de publicar en redes sociales sus caminatas durante el confinamiento (abro aquí un par de segundos de pausa valorativa) a diferencia de Mariano Rajoy, que fue pillado por una televisión enemiga gracias a la “casual filtración” de alguien aún más enemigo. Pero el único enemigo de Indalecio es el propio Indalecio. Lo demás son rivalidades políticas y rencillas internas.
En todo caso, mientras este señor siga siendo diputado, el PSOE almeriense no tendrá en él un activo valioso para la difusión de su mensaje, pues para eso siempre será más seguro un magnetofón (qué antiguo me ha quedado eso) y no alguien que cuando se enfrenta a un micrófono incurre en el riesgo de soltar majaderías de grueso calibre, lo cual es una avería considerable a los intereses del partido. Y a todo eso hay que añadir un daño colateral al crédito de la política en España, como son los esforzados intentos de Salvar al soldado Indalecio por parte de los palmeros habituales del cuadro flamenco del PSOE almeriense, intentando justificar con martingalas y pirotecnia la falta de equipaje intelectual del personaje, regando así con nuevos argumentos a los que lamentan que la política española se haya convertido en una alquería de mediocres. Pero esto es lo que hay. Que los socialistas almerienses disfruten de lo votado, que le hagan muchas más entrevistas a Indalecio y que por favor las anuncien con tiempo, para que así podamos ir preparando las palomitas.


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