No tenía la menor intención de escribir ni una sola línea sobre las elecciones norteamericanas, y no por falta de interés en el asunto, sino porque ya tenemos aquí suficientes temas relevantes, como para valorar un resultado electoral con tantísimos matices, porque no olvidemos la complejidad de la sociedad estadounidense, de sus organización administrativa y política, y sobre todo, porque para comprender el sentido del voto ciudadano en otro país, por qué se vota a alguien o a algo, no basta con lo que nos llega por los medios de comunicación, que por lógica, solo es una pequeña parte.
Pero que la extrema derecha española haya salido en tromba a hacer seguidismo de las denuncias de fraude electoral expresadas por Donald Trump, sin aportar ellos tampoco ninguna prueba, como si también ellos se jugaran la presidencia de los Estados Unidos, la verdad es que no deja de ser extremadamente divertido.
Es para partirse la caja –que decíamos en mis tiempos- leer a algún español de origen alemán y emparentado con el nazismo, que Joe Biden es de los que tiran estatuas de Colón, pues la verdad, algo de vergüenza ajena produce, como cuando le acusan de peligroso comunista, como si el flamante presidente de los EEUU y Pablo Iglesias fuesen lo mismo.
Los que vieron entrar el integrismo islámico en la Casa Blanca y la caída de los pilares de su vieja democracia cuando el pueblo eligió a Barack Obama, se atragantaron cuando éste ordenó matar a Ben Laden, pero como Biden es blanco y católico, pues la acusación tiene que cambiar, por la de comunista.
No se puede decir que Biden se encuentra apoyado por China o Cuba sin aportar más que opinión, y no recordar que Trump no solo tiene vinculaciones empresariales con Rusia, sino que también fueron detectadas actuaciones de ese país en las redes sociales para favorecerle electoralmente. Pero que esa manipulación se haga en EEUU tiene sentido, pero que la ultraderecha española se ponga histérica por la victoria de Biden, deja en evidencia que les unía algo más que el golfo Steve Bannon.
Tanto debe unirles, que un dato objetivo es que al Estado español le perjudicaba el proteccionismo de Trump, que había impuesto aranceles por ejemplo a nuestro aceite de oliva, pero a estos españoles eso les importa bien poco.
Y tampoco importa mucho que Trump sea un negacionista de las medidas antivocid-19, generando contagios allá por donde pasa. O que use la propia Casa Blanca para actos electorales.
Hasta tal punto han llegado los desatinos de los trumpistas “muy españoles y mucho españoles”, que le han echado en cara al presidente del PP, Pablo Casado, que felicitase la victoria a Biden, que es justo lo que debe hacer el líder de un partido que aspira a ser gobierno, y una pandilla de hooligans políticos.
Porque Casado habría hecho lo mismo si vence Trump, felicitarle en términos similares, porque esa es la diferencia entre los políticos serios y los bronquistas que saben que solo pueden pescar revolviendo las aguas.
Es por esa misma razón que la extrema izquierda habría criticado a Casado si llegado el caso, hubiese felicitado a Trump, porque en Podemos tampoco entienden de qué va esto de la democracia. Así, la ministra de Igualdad, Irene Montero, la que no ha hablado todavía del chiste de enfermeras infeccionas de Fernando Simón y por el que las aludidas han pedido su destitución al frente del CAES, sí ha tenido tiempo de valorar el resultado electoral, pero con tan poco acierto como en todo lo que hace.
Dice Montero que el pueblo norteamericano ha dado lección al mundo con la elección de Biden, cometiendo dos errores de lógica, porque también es pueblo americano el que ha votado a Trump, incluso el que no ha votado, y que también era pueblo americano el que hace cuatro años optó muy mayoritariamente por el republicano.
No me atrevería a sentenciar por qué ha cambiado el voto en los EEUU, pero hay una cosa clara, y es que hora tienen una persona que parece un presidente, y antes tenían otra cosa.