Opinión

Madrigales para las cabras

Jose Fernández | Martes 01 de diciembre de 2020

Como pensar mal es recorrer medio camino del acierto, el pasado verano escribía aquí mismo que al proyecto municipal de aprovechar el escenario natural de La Hoya, entre La Alcazaba y San Cristóbal, para la celebración de recitales y conciertos le iban a salir rápidamente los objetores de conciencia caprina, lamentando las eventuales molestias que la música pudiera causar a las cabras y gacelas de la cercana reserva sahariana. Y bingo. Al instante salió la Coral Vajillas a interpretar el repertorio habitual de objeciones ecosostenibles, lamentos a pezuña viva y retorcimiento cornúpeta. El hombre (y la mujer) y la Tierra (y el Tierro). Naturalmente, el grupo municipal del PSOE estaba allí batuta en mano, dirigiendo los trémolos, las armonías y los redobles. Y aunque el mayor acercamiento a una cabra de alguno de ellos fuera en su día los entrañables episodios de Heidi, allí estaban todos en la cubierta del barco de Chanquete, diciendo que nadie les movería. Y que pobrecitas las cabras.
Como siempre pasa en Almería, el asunto derivó en un cruce estéril de propuestas y protestas que acabó, en lo que ha sido otro de nuestros grandes éxitos colectivos, en que nos quedásemos sin disfrutar del privilegiado y único escenario histórico de las dos murallas iluminadas en la noche para disfrute del público y de los artistas. Eso sí: cuando los almerienses vamos a otra ciudad en la que hacen algo parecido volvemos encantados, deslumbrados y envidiosos de lo bien que hacen las cosas fuera y lo mal que lo hacemos en el culo del mundo. Pero bueno, la prioridad del bienestar animal estaba por encima de las necesidades de reactivar la Cultura en un verano dañado por la pandemia y no se pudo hacer finalmente nada. Curiosamente, nadie señaló que difícilmente podría molestar música alguna a esos animales, que viven rodeados de un entorno vecinal que lleva décadas tratando de comprobar la veracidad del pasaje bíblico que narra la destrucción de las murallas de Jericó a base de trompetazos del pueblo israelí. Y tengo para mí que esas cabras invocan cada día a Jehová a ver si la rumba flamenca tiene el mismo efecto sobre sus jaulas y pueden escapar de allí para volver a la tranquilidad del desierto. Y es que aludir a la calma y el bienestar de unas cabras que gracias a sus vecinos saben distinguir ya entre la discografía de Los Chichos y Los Chunguitos, es para nota.
Pero ya digo que pensar mal es situarse en el pórtico del acierto. Pensaba en verano que era imposible superar una idiotez de este volumen, pero una vez más me equivocaba. El Ayuntamiento de Almería tenía que haber seguido el ejemplo emprendido hace unos días por el Ayuntamiento de Llíria (Valencia) que se va a gastar más de 7.500 euros en un concierto para perros. Y perras, supongo, dado que el consistorio está gobernado por el PSOE y Compromís, que son partidos amantes de los animales, de la transversalidad ecosostenible y del gasto pródigo. En plena pandemia, más de 7.500 euros para melodías caninas. Eso sí que es otro nivel. Si el Ayuntamiento de Almería hubiera dicho que los conciertos incluían piezas específicas para las gacelas o las cabras, quizás los grupos más sensibles hubieran aplaudido el proyecto. En todo caso y para evitar futuros encontronazos municipales, voy a proponer al área de Cultura que el festival de música renacentista que organiza el socialista Fernando Martínez en Vélez Blanco se traslade a La Hoya, junto a la reserva sahariana. Ya verían que entonces no habría problema con los animales. Y es que a ver si las cabras no van a agradecer el paso de la rumba carcelaria a los madrigales. No hay color.