Jose Fernández | Jueves 03 de diciembre de 2020
Pues ahora resulta que todos estamos locos por cenar con nuestros cuñados y suegros. Qué cosas. Esta repentina defensa del vínculo familiar sí que es un hecho inexplicable y no el comité de expertos inexistentes de este gobierno embustero. No sé si lo recuerdan, pero antes de la pandemia más o menos por esta época del año se empezaba a hablar de la pereza infinita que nos producía tener que organizar una cena navideña para veinte personas o del quebranto que suponía tener que desplazarse a comer a casa de esos cuñados tan insufribles, por no hablar del conflicto generacional con los hijos y sobrinos más pendientes del teléfono y de salir de marcha que de las uvas o el brindis. Añadan al pariente que, por no saber qué decir en la mesa, saca a colación la política o el fútbol haciendo que la reunión acabe en un conato de Waterloo familiar. Y capítulo aparte merecen esas cenas de empresa de las que todos abominan a posteriori, pero que nadie se pierde. Pero ahora todas esas cosas que siempre nos parecieron latosas y antipáticas son motivo de añoranza preventiva. No tenemos remedio.
Y ojalá me equivoque, pero creo que estos párrafos se recubrirán de un halo doliente y profético a finales del próximo mes de enero, cuando el repunte de los contagios que sin duda se van a producir en esta Navidad en cenas, almuerzos y burbujas familiares, se encuentre con las UCIS aún ocupadas por los enfermos de la actual recrecida. A ver qué hacemos entonces.
Tras el anuncio veraniego de ese mentiroso patológico que es Sánchez, invitando a la gente a salir a disfrutar con alegría de las vacaciones para celebrar que él había vencido al virus y arrogándose -él mismo, con su propio mecanismo- haber salvado la vida de 450.000 compatriotas -demostrando así que se le da mucho mejor contar vivos que muertos- el gobierno nos dice ahora que las comunidades estarán cerradas, pero que se podrá viajar para visitar a familiares y “allegados”. Es decir, que a hacer las maletas y homosensitivo el último.
Como ya dijo Roberto Carlos, ese fino poeta carioca con nombre de futbolista, esta Navidad nadie va a querer cantar solito y por eso vamos a tener un coro de pajaritos. Pues nada. Pero por si sirve de algo, dejo aquí una apelación a la prudencia y al sentido común para las próximas semanas, porque nos estamos jugando mucho. Y piensen que contagiar o contagiarse por volver a escuchar los chistes de siempre o por comer el mismo langostino congelado de toda la vida es doblemente lamentable. A ver si así.
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