Rafael M. Martos | Martes 17 de agosto de 2021
El informe de la AIREF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal) sobre la inversión pública en las distintas provincias españolas desde 1985 hasta 2018 sirve para romper con ciertos mitos, pero también constata hechos políticos que no deberíamos dejar pasar por alto.
El primer mito es que la provincia de Sevilla, cuya capital es a su vez la de Andalucía, ha sido la niña mimada de las inversiones en Andalucía. Pues resulta que no, que es la última de todo el Estado ¡la última! y que Almería, donde tanto nos flagelamos sintiéndonos los últimos, pues no, somos la 32 de 51… que no es como para aplaudir, pero desde luego no somos la 51. Es como cuando sacamos pecho por ser la provincia más exportadora de Andalucía, lo que no es cierto, ya que lo es Sevilla, y nosotros lo somos solo de frutas y hortalizas, que no es poco, pero es conveniente no falsear los datos porque luego se llega a conclusiones erróneas.
Rotos los dos mitos, el de Sevilla y el de Almería, lo más duro que refleja el estudio es que las ocho provincias en las que menos invirtió el Estado en esos 33 años no son otras que las andaluzas ¿qué curioso, no?
Andalucía llegó a la Transición depauperada por el franquismo, con unas tasas insufribles de emigración, consecuencia directa de unas políticas practicadas durante la dictadura destinadas a volcar las inversiones de todo tipo en Madrid como capital del Estado, en Cataluña y en Euskadi principalmente.
Nada de eso parece haber cambiado en esas más de tres décadas. Siguen siendo esos mismos territorios los privilegiados, mientras que aquí, en Andalucía, las cuentas siguen sin salir.
Durante todos esos años, el gobierno andaluz ha sido socialista, y el central ha pasado por PSOE y por PP, y hemos tenido presidentes andaluz, castellano, leonés, gallego y madrileño, pero invariablemente las inversiones se han ido al norte peninsular.
En Andalucía, con la actual democracia, o con la dictadura de Primo de Rivera o con la de Franco, con la I República o con la II, con una monarquía o con otra, dentro de la Unión Europea, o fuera de ella, las inversiones del Estado no llegan en la medida que nuestra extensión, nuestra población y -lo más importante- nuestras necesidades, justificaría.
El liberalismo entiende que todos debemos tener las mismas opciones, las mismas oportunidades, y a partir de ahí unos llegarán más lejos que otros en base a su esfuerzo y a sus capacidades, pero los andaluces que vimos en la autonomía ese momento de “contador cero” para que nuestro esfuerzo y nuestras capacidades no emigraran, hemos ido observando -y los datos están ahí- que no se nos ha tratado igual, que han seguido discriminándonos, y así, de verdad, resulta muy difícil progresar.
Estas cifras de la AIREF certifican una realidad sospechada de la que los andaluces debíamos ser conscientes y tomar buena nota. Pero la cosa, como decimos, no es nueva, y me permito transcribir el breve texto de un suelto publicado en la cabecera almeriense “La Crónica Meridional” durante la II República titulado “Andalucía separatista” y que decía, en tono humorístico lo siguiente, y que sirve para dejar en evidencia que este castigo al que nos someten no es nuevo:
“El tiempo de los tontos se acabó ya. Ahora estamos viendo claramente el truquito ese de la autonomía catalana; de la Generalidad; y de la banderola con la estrella separatista. En Cataluña no hay autonomistas ni separatistas. Hay truquistas. Nos amenazan con separarse. Camelo puro. Pero somos tan ingenuos que creemos sus amenazas, mientras ellos aprovechan nuestra zozobra para explotarnos. Y eso se ha acabado ya. Nosotros, los andaluces, necesitamos un estatuto. Queremos autonomía, bandera y separatismo. Y alcantarillas… Queremos Ejército nuestro, y orden público. Y sobre todo, mangonear en Hacienda. Y quedarnos con el dinerito. En caso contrario nos separaremos de España para incorporarnos a Lituania inmediatamente.
El Gobierno debe tener en cuenta las justas aspiraciones de nosotros, los separatistas andaluces a ver si así caen por aquí algunas de esas vacas gordas que durante siglos estamos enviando a Cataluña”.
De momento tenemos estatuto, autonomía y bandera… y con eso nada ha cambiado… ahí lo dejo.
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