Opinión

Rigidez personal, rigidez eclesial

Juan Antonio Moya Sánchez | Jueves 16 de septiembre de 2021


Ahondando en la preocupación del Papa Francisco


Las palabras del Papa

El Santo Padre el Papa Francisco se ha pronunciado reiteradas veces sobre el problema de la rigidez en las personas y en las instituciones eclesiásticas. Sin ánimo de ser exhaustivos, podemos recordar algunos momentos importantes en los que incide particularmente en esta idea.

En la homilía pronunciada en Santa Marta el 14 de diciembre de 2015, afirmaba con toda claridad: “Qué feo es y cuánto mal hace la rigidez de un hombre o una mujer de la Iglesia, la rigidez eclesial, que no tiene esperanza (…) la esperanza en la misericordia de Dios abre los horizontes y nos hace libres, mientras la rigidez clerical cierra los corazones y hace mucho mal”. Pocos meses después, el 9 de febrero de 2016, en audiencia a los “misioneros de la misericordia”, que eran enviados a las diócesis de todo el mundo para que confesaran a los fieles, les pidió acoger a todos y evitar "la rigidez" en el confesionario. “No podemos correr el riesgo de que un penitente no perciba la presencia materna de la Iglesia que lo acoge y lo ama -decía-, si decayese esta percepción, a causa de nuestra rigidez, sería un daño grave en primer lugar a la fe misma”.

No había pasado un año cuando, en la homilía pronunciada en Santa Marta, el 24 de octubre de 2016, desarrollaba con mayor profundidad sus palabras en este sentido, aportando un importante dato humano y psicológico. Debe tener el Papa Francisco un conocimiento amplio y cercano sobre esta cuestión cuando sostenía que “tras la rigidez siempre hay algo escondido, a veces incluso una doble vida, incluso algo de enfermedad. ¡Cuánto sufren los rígidos, cuando son sinceros y se dan cuenta de esto! (…) ¡Sufren mucho! Parecen buenos, porque siguen la Ley, pero detrás hay algo que no les hace buenos: o son malos, hipócritas, o son enfermos ¡sufren!”. En estas palabras ya se percibe con nitidez que el pontífice distingue la rigidez moral, como manifestación de la soberbia humana cerrada a la voluntad divina, de la rigidez como rasgo de personalidad, que puede llegar a ser patológico. El primer caso quedaría perfectamente descrito en el discurso de Esteban, recogido en el libro de los Hechos de los Apóstoles «¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres» (Hch 7,51).

Lo que acabo de decir resulta aún más evidente si consideramos que, al día siguiente, volvió sobre este asunto contraponiendo el fijismo, la rigidez, a la docilidad ante el Espíritu Santo. El Santo Padre advirtió, además, del peligro que tienen algunos de encontrar en la religión el caldo de cultivo que pueda fomentar o consolidar determinadas alteraciones de naturaleza psíquica: “No es fácil caminar en la Ley del Señor y no caer en la rigidez (…) Recemos al Señor, recemos por nuestros hermanos y hermanas que creen que caminar en la Ley del Señor es ser rígidos”. Efectivamente, acabar concibiendo de manera enfermiza o neurótica la observancia de los mandamientos divinos es un riesgo real para aquellas personas que presentan una predisposición a padecer ciertas psicopatías o trastornos de personalidad, pero no necesariamente la vivencia comprometida de la moral católica puede desencadenar, por sí sola, las anomalías a las que alude en Papa, ya que tendríamos que admitir, en ese caso, que existe una morbilidad inherente a la religión. Y no es así. El Obispo de Roma no deja lugar a dudas, asegurando justo lo contrario, que los Mandamientos y la fe bien entendida, no sólo nos sana, sino que son absolutamente liberadores. Así lo expresaba en la homilía de la Misa matutina en Santa Marta, el 7 de febrero de 2017, cuando expone que la rigidez es incompatible con el sentido de libertad cristiana: “estos rígidos tenían miedo de la libertad que Dios nos da (…) me escondo en la rigidez de los Mandamientos cerrados, que siempre, siempre son más seguros – entre comillas – pero que no te dan alegría, porque no te hacen libre”. Encontrar el sentido de la propia vida, en una correcta comprensión de nuestra fe junto a una adecuada de la praxis cristiana, sabiéndose salvados en Cristo Jesús, es indudablemente fuente gozo pleno y felicidad verdadera para el ser humano; de tal manera que podemos decir con el salmo «Dichoso el que, con vida intachable, camina en la ley del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón» (Sal 118, 1-2).

Su Santidad deja constancia de que la rigidez no es una realidad que afecte únicamente a los individuos, sino que se extiende también a las instituciones provocando un inmovilismo estéril. Así el 21 de diciembre de 2019, en el tradicional encuentro anual para las felicitaciones navideñas, que se llevó a cabo en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, al abordar el tema de la reforma de la curia romana declaró: “Es necesario alertar contra la tentación de asumir la actitud de la rigidez. La rigidez que proviene del miedo al cambio y termina diseminando con límites y obstáculos el terreno del bien común, convirtiéndolo en un campo minado de incomunicabilidad y odio. Recordemos siempre que detrás de toda rigidez hay un desequilibrio. La rigidez y el desequilibrio se alimentan entre sí, en un círculo vicioso. Y hoy esta tentación de la rigidez se ha convertido muy actual”.

Está claro que el santo padre está enormemente preocupado por algunos casos en los que, bajo la apariencia de extremo rigorismo, pulcritud y formalidad, se escondían desviaciones muy graves sobre todo de tipo moral. A este hecho se refiere directamente en la Misa celebrada en Santa Marta el 15 de mayo de 2020 con motivo del día mundial de la familia cuando dice: “La rigidez no es del buen Espíritu, porque pone en tela de juicio la gratuidad de la redención, la gratuidad de la resurrección de Cristo (…) durante la historia de la Iglesia, esto se ha repetido. Pensemos en los pelagianos, rígidos famosos. Y aún en nuestros tiempos hemos visto algunas organizaciones apostólicas que parecían muy bien organizadas, que funcionaban bien... pero todas rígidas, todas iguales entre sí, y entonces nos enteramos de la corrupción que había dentro, incluso en los fundadores”. Lo que le lleva a concluir una vez más que “Donde hay rigidez no hay Espíritu de Dios, porque el Espíritu de Dios es libertad”. No podía faltar, pues, esta mención cuando el 10 de junio del 2021 se dirige a la comunidad del Seminario Pontificio Regional Pío XI, en Ancona; Durante la audiencia, el Papa habló a los seminaristas y sacerdotes, haciéndoles ver que “La rigidez, está algo de moda hoy en día; y la rigidez es una de las manifestaciones del clericalismo. El clericalismo es una perversión del sacerdocio: es una perversión. Y la rigidez es una de sus manifestaciones. Cuando encuentro a un seminarista o a un joven sacerdote rígido digo «a este le pasa algo malo por dentro». Detrás de toda rigidez hay un grave problema, porque la rigidez carece de humanidad”. En tanto en cuanto las instituciones están formadas por personas, ningún grupo puede sustraerse totalmente a los problemas que padecen sus miembros, si bien es más fácil que los desórdenes internos de la organización -según nos enseña tanto la sociología como la psicología social- terminen incidiendo de lleno en las personas que la integran. El proceso de deshumanización al que alude el Santo Padre estaría estrechamente vinculado a la incapacidad de abrirse al hermano con una corazón compasivo y misericordioso, mostrando, desde la caridad pastoral, la cercanía y ternura de Dios.

La fidelidad al Evangelio no es posible sin la necesaria apertura a la Gracia divina que nos hace hombres nuevos en Cristo Jesús. En base a este marco interpretativo entendemos mejor las palabras del discurso del Papa Francisco en la Audiencia general que tuvo lugar en el patio de San Dámaso el miércoles 23 de junio de 2021: “También hoy, como entonces, está la tentación de encerrarse en algunas certezas adquiridas en tradiciones pasadas. ¿Pero cómo podemos reconocer a esta gente? Por ejemplo, uno de los rasgos de la forma de proceder es la rigidez. Ante la predicación del Evangelio que nos hace libres, nos hace alegres, estos son los rígidos. Siempre con la rigidez: se debe hacer esto, se debe hacer esto otro… La rigidez es propia de esta gente”. Idea que volvió a subrayar recientemente en la Audiencia general celebrada en el Aula Pablo VI el pasado miércoles 1 de septiembre de 2021: “También hoy algunos vienen a insistirnos una y otra vez: «No, la santidad está en estos preceptos, en estas cosas, tenéis que hacer esto y esto», y nos proponen una religiosidad rígida, la rigidez que nos quita esa libertad en el Espíritu que nos da la redención de Cristo. Estad atentos delante de la rigidez que os proponen: estad atentos. Porque detrás de toda rigidez hay algo feo, no está el Espíritu Santo”.

Puesto que la Gracia divina hay que acogerla en libertad, el Santo Padre contrapone siempre la rigidez a la autonomía y madurez que exige y brinda el Evangelio. Así el 13 de septiembre 2021, en la alocución a obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas, pronunciada en la Catedral de San Martín de Bratislava, incidía nuevamente en la idea de que “una Iglesia que no deja espacio a la aventura de la libertad, incluso en la vida espiritual, corre el riesgo de convertirse en un lugar rígido y cerrado”. Por eso, al hablar de las nuevas generaciones, dijo directamente a los Pastores: “los animo a hacerlas crecer libres de una religiosidad rígida”.

La aportación de la Psicología

La rigidez mental y conductual en el ser humano no solo ha sido muy estudiada por la Psicología, sino que además está catalogada como un trastorno de personalidad. Los trastornos de personalidad son patrones persistentes del modo de percibir, pensar y relacionarse con el entorno y consigo mismo. Siguiendo las indicaciones diagnósticas del DSM-5 (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), estos sujetos presentan una gran preocupación por el perfeccionismo y tratan de mantener un sentido de control a través de una esmerada atención a las reglas, los detalles incluso triviales, los procedimientos y las formas. Son excesivamente cuidadosos y tienen tendencia a la repetición autoimponiéndose niveles muy altos de exigencia que les causa una disfunción significativa y enorme angustia. Por todo esto suelen postergar y hasta excluir las actividades placenteras o de ocio, sin permitirse dedicar tiempo siquiera a relajarse. Si finalmente lo hacen pueden sentirse muy incómodos, con la sensación de estar perdiendo el tiempo. De modo que, cuando están con amigos, es muy probable que sea en algún tipo de actividad formal y estructurada. Estas personas son excesivamente concienzudas, escrupulosas e inflexibles en asuntos de moral, ética o sencillamente de valores. Se fuerzan a sí mismos y a los demás a seguir principios morales rigurosos y normas de funcionamiento muy estrictas, pudiendo ser despiadadamente críticos con los propios errores y los ajenos. Aquellos que presentan este trastorno muestran una deferencia inquebrantable con la autoridad y las normas e insisten en el cumplimiento literal, sin excepción por circunstancias especiales. Insisten obstinadamente y sin justificación en que todo se haga a su manera y que las personas se ajusten a su forma de hacer las cosas, entendiendo que esa es la manera correcta, por ello, suelen dar instrucciones muy detalladas acerca de cómo se deben hacer las cosas y se sorprenden e irritan cuando se les contradicen o desobedecen. Se encuentran, pues, totalmente enclaustrados en su propia perspectiva, que defienden con tenacidad, mostrando serias dificultades para reconocer el punto de vida de los demás.

Theodore Millon, en su manual, especifica que se trata de personas disciplinadas, que mantienen una norma de vida regulada, repetitivamente estructurada y altamente organizada, mostrando una adhesión inusual a los formalismos sociales. Presentan así un estilo cognitivo constreñido, construyendo el mundo mediante reglas, reglamentos, programas y jerarquías, pero escondiendo de fondo el problema de una gran inseguridad e indecisión. El temor a equivocarse les hace extremadamente metódicos, prudentes, meticulosos, cuadriculados y tercos. Su expresión afectiva es solemne, no se relajan, está tensos, severos, faltos de alegría, restringen los sentimientos cálidos y mantienen la mayoría de las emociones bajo un estrecho control.

García Faílde recordaba además que cualquier cuestión que amenace con romper la rutina y seguridad en estas personas puede precipitar en ellas una explosión de ansiedad e incluso cólera. Si bien -retomando de nuevo la fuente del DSM-5- esta ira puede expresarse posteriormente con indignación por una cuestión aparentemente menor. Los individuos con este trastorno están especialmente atentos a su estatus en las relaciones de dominio y sumisión, y mostrar excesiva deferencia a una autoridad que respetan, y resistencia exagerada a las figuras de autoridad que no respetan. Presentan una severa dificultad para expresar sentimientos de ternura y raramente elogian a los demás, permaneciendo a menudo emocionalmente inexpresivos, prefiriendo las relaciones corteses y formales e incomodándose ante expresiones explícitas de afecto. Mantienen, en este sentido, una actitud intolerante ante comportamientos poco convencionales.

Se considera trastorno de personalidad porque supone la alteración de un rasgo propio del carácter de la persona, que sería positivo, deseable y valioso si presentara parámetros de funcionamiento normales. Tener criterios firmes y sólidos, comprometerse con ellos y defenderlos con convencimiento y tesón, es algo virtuoso, pero si en lugar de esto estamos ante una actitud tan férrea, extrema, global, absurda y polarizada que provocar malestar psíquico, deterioro en el comportamiento y un sufrimiento significativo en el individuo, pasa a interpretarse ya como una anomalía. Ahora bien, todos los rasgos de personalidad se encuentran presentes en los seres humanos en mayor o menor medida, con lo cual establecer el límite a partir del cual debemos hablar de un problema de salud mental, al final puede acabar siendo una cuestión de estadística. Dicho de otra forma, la rigidez está presente en todos nosotros, aunque muchos no alcancemos el grado que la ciencia psicológica consideraría mórbido.

Los trastornos de personalidad que hacen su aparición en el inicio de la edad adulta, tienen su origen en el desarrollo evolutivo y educacional del hombre o la mujer, pudiendo contar, algunos de ellos, con una predisposición de tipo neurobiológico, por lo que este tipo de trastornos son los más difíciles de tratar, entre otros motivos también, porque de alguna manera está en juego la identidad misma del sujeto, su autoconciencia y autopercepción. No sólo eso, el trastorno de la personalidad rígida (obsesivo-compulsiva), que no debe confundirse con el TOC, catalogado como trastorno de la ansiedad, presenta una prevalencia muy elevada en la población general, hasta el punto que el DSM-5 estima que entre el 2,1% y el 7,9% de la población lo padecen. Esto significa que una gran parte de los creyentes católicos habrían cruzado la línea de lo que clínicamente se puede llamar trastorno por personalidad rígida, y por tanto su comportamiento en lo religioso como en el resto de las áreas y ámbitos de la existencia estarían marcados por estas características singulares.

Si tal como vimos al analizar los discursos del Papa, el mismo Santo Padre reconoce que en algunos casos la rigidez no es un problema de maldad sino algo que, en determinadas personas, puede ser enfermizo e incluso fuente de gran dolor y sufrimiento, tal vez, también con estas personas, deberíamos ser comprensivos y compasivos. Dado que hay un paralelismo entre muchas patologías de origen orgánico y psíquico, en este caso podemos ser al menos tan considerados como lo somos con la intolerancia de los celíacos. No cabe duda de que en muchos rígidos hay recta intención y buscan la mejor forma de agradar a Dios y ser fieles a su Palabra, (¿podríamos hablar en estos casos de exceso de celo?, si es que el celo por las cosas de Dios puede ser excesivo).

Nadie puede negar la posibilidad de que personas con trastornos mentales tan severos como la esquizofrenia puedan llegar a la santidad. Obviamente la santidad no se alcanzará como consecuencia directa de su desorden mental, pero su proceso de santificación tampoco se producirá al margen de la esquizofrenia porque esta enfermedad es inherente a la persona. Es Dios el que nos santifica en nuestra realidad concreta. No va a ser distinto con el rígido a pesar de sus dificultades.

La rigidez en tanto que actitud estructural puede adoptar distintos contenidos ideológicos. La rigidez no se encuentra solamente en uno de los polos del pensamiento o la conducta. También se da en el otro. De ahí que el discernimiento tenga que estar siempre presente en las comunidades cristianas y en sus miembros. En este contexto hermenéutico considero que hay que entender la invitación constante que nos hace el Papa Francisco a vigilar los peligros que presenta la rigidez personal o eclesial, en orden a purificar cada vez más nuestra vida de fe.

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