Todavía estoy estremecido con el fallecimiento de Almudena Grandes. Tendrá que pasar un tiempo para valorar en su verdadera medida y magnitud la figura de esta gran escritora, que puede compararse con los grandes nombres de la generación del 98 y 27, o con escritoras como Rosa Chacel, Mercè Rodoreda o Ana María Matute entre otras muchas.
Los partidos de la derecha y de la derecha extrema se han opuesto a nombrar a Almudena Grandes hija predilecta de Madrid. La cultura y la creación artística debe ser patrimonio de todos, a todos nos representa y nos enriquece como sociedad: pero se ve que estos derechones no fueron a clase ese día y han tenido el cuajo de votar en contra a este merecido reconocimiento. Siendo grave esta decisión, tiene peor calificación la falta de representación y condolencias en los funerales de Almudena, tanto del Ayuntamiento como de la Comunidad de Madrid, lo que implica y denota que estos gobernantes carecen del más mínimo sentido de la educación.
En los fines de semana, como suele ser habitual, parece que no existe otra realidad que los partidos de futbol de las diferentes ligas: que si fue o no penalti, que si la paliza que le dio mi equipo al tuyo, toda una panoplia de tópicos que se provocan porque 22 “figuras” se dedican a darle patadas a un balón. Pero este primer fin de semana de diciembre fue algo especial. En el campo del Atlético de Madrid se guardó un minuto de silencio en homenaje a Almudena Grandes. Miles de personas, con una respetuosa puesta en pie y un cálido aplauso al final, mientras las pantallas gigantes reflejaban la imagen de Almudena, rindieron su respeto y consideración a esta gran mujer y escritora.
Que diferencia tan abismal hay entre el trato que Francia da a sus grandes personajes, como los funerales de Jean Paul Belmondo o Josephine Baker, donde el Estado se pone a la cabeza y rinde honores a la altura de sus difuntos. Aquí nuestros gobernantes ponen en evidencia su enanez mental y tiene que ser el pueblo llano, las personas corrientes, las que den una lección de comportamiento, de humanidad y de saber estar a esos políticos mediocres que no son incapaces de distinguir entre su corta ideología y el sentir general de gratitud hacia figuras, esta vez sin comillas, que han contribuido a que seamos mejores como sociedad: más cultos, más libres, más personas
¡Qué sana envidia hacia los franceses!