Provincia

No tenemos remedio

Antonio Felipe Rubio | Jueves 02 de junio de 2022

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La amenaza se ha cumplido: el tren quiere volver al puerto. Uno de los argumentos más alambicados es el denominado como “prognosis de demanda”, ¿y qué demonios es eso de prognosis de demanda? Prognosis no es otra cosa que una predicción. Es decir, sustentamos tan determinante proyecto en la rigurosidad del Instituto Nacional de Meteorología, el Calendario Zaragozano, las cabañuelas o la recurrente artritis reumatoide de rodilla. No hay ningún estudio que determine, con datos, las oportunidades de negocio que se pierden por la ausencia de conexión ferroviaria con el puerto. Todo es un “por si acaso”. No existe estudio elaborado por la UAL, Asempal, Cámara de Comercio y otros sectores concernidos que justifiquen la perentoria necesidad de la conexión ferroviaria con el puerto.

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Dicen que a la pregunta de si es bueno conectar el tren con el puerto, la respuesta es sí. Claro que sí… siempre que hablemos de un puerto industrial. Ahora bien, ¿queremos el puerto de Almería como puerto industrial? En la provincia hay un puerto que fue concebido y experimentado como puerto industrial, y no es otro que el de Carboneras.

¿Cómo se prevé una convivencia entre un desarrollo cultural, deportivo, ocio, comercio, restauración… y el transporte ferroviario de contendores, mineral y otros productos susceptibles de cargas masivas? El tren no se lleva al puerto para llevar turistas o suministrar barriles de cerveza a los bares y restaurantes. El tren sólo es rentable para el transporte de material voluminoso, pesado y en cantidades que no soportan otros procedimientos más ligeros, fluidos y menos invasivos.

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Por supuesto, es loable disponer de facilidades para la industria; ya sea minería, agricultura, piedra natural o cualquier otro tipo de actividad que justifique el medio ferroviario. En ningún caso, este procedimiento ha de dificultar el desarrollo de otras actividades interferidas por la vía del tren. De los problemas derivados de una vía que ha segmentado la ciudad ya venimos escarmentados, pero queremos percutir en el error que hizo de Almería una ciudad atenazada por el tren.

Estamos escuchando propuestas paliativas para los efectos nocivos de la conexión ferroviaria. En ningún caso podemos hacernos ilusiones sobre una conexión inocua; es decir, soterramiento total. Estamos sudando tinta para soterrar un tren de primer nivel como es el AVE, y para un tren industrial esto no se baraja de ninguna manera.

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Cunde el argumento de que las diferentes presentaciones de informes, infografías y ensoñaciones “no tienen validez como proyecto”; son, como dice el presidente de la Autoridad Portuaria, “cosas que se unos piensan (…) y vendrán otros que pensarán otra cosa diferente”. Además, se intenta tranquilizar a la población con el sedante intelectual de que estos pretendidos proyectos no son de hoy para mañana; vamos, como si nos estuviésemos acostumbrados a los insultantes retrasos de cualquier proyecto iniciado por todo tipo de administraciones públicas: Redia del Almanzora, Materno-Infantil, AVE, A-92… Todo nos ha costado más tiempo, más dinero y más oportunidades perdidas. Pero no siempre ha sido así.

A diferencia de la Administración, iniciativas de naturaleza privada nos han sorprendido por su celeridad. Por ejemplo, la construcción del Cable Inglés inició las obras en 1902 y las culminó en 1904. En sólo dos años se realizó una importante obra de ingeniería que incluía pilotaje subacuático con barras de plomo; superestructura de celosía de acero con remaches en caliente; tablazón de cubierta en playa de vías; mecanismo de alimentación, almacenamiento y vertedera del mineral; viaducto con arcos de mampostería… Es decir, una importante construcción que se resolvió en 24 meses (para quitar unas piedras del Cañarete, 28 meses). Y la razón nos es otra que el apremio de la empresa privada por ganar tiempo y dinero. Por el contrario, esta iniciativa se hubiese eternizado de haberse llevado a cabo en nuestros días, aun con más y modernos medios de ingeniería.

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Así, con estos precedentes, es de esperar que la parte del proyecto-ensoñación de las administraciones públicas dirigida al general beneficio de los ciudadanos se eternice. Si existiese un interés industrial impelido por la iniciativa privada, no duden que veremos pasar el tren mucho antes que los mojitos y las caipirinhas.


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