Almería, viernes 5 de agosto de 2022, por R.A.- Minutos antes de las 13:00 horas de este miércoles, una pareja de edad avanzada daba la voz de alarma al sacar como podía el cuerpo inerte de un joven del agua. Este, y no otro, fue el inicio real de este suceso que debería de empezar a crear conciencia en nuestra ciudad para evitar que se repita.
En las últimas horas hemos podido leer a golpe de comunicados que un socorrista rescató al joven, algo que ha indignado a varios de los allí presentes, pero no solo por esta inexactitud del relato de los hechos, sino por cómo se acontecieron.
La víctima, de la que después hemos sabido que se trataba de un caballero legionario de 21 años de edad que al parecer estaba de baja, perteneciente a la VIII Bandera Colón del Tercio Don Juan de Austria, había llegado sola a la playa Ciudad Luminosa, casi al final, en su bicicleta. Varios testigos recuerdan haberle visto hacer ejercicio antes de zambullirse en el agua pese a las altas temperaturas. Tras unos minutos, una pareja mayor se da cuenta de que el chico lleva demasiado tiempo como para estar buceando y, según se acercan a la orilla, se percatan de que el joven está flotando. A gritos y como pudieron, mientras le intentaban sacar, dieron la voz de alarma, lo que llevó a varias llamadas por goteo al 112 cuyo servicio, como siempre, es una lotería, pero de esto ya hablaremos en otro momento.
Pese a que la desgracia ondeaba en el ambiente, un rayo de luz aportó algo de esperanza entre los presentes, ya que en la misma playa se encontraban por casualidad una enfermera y una auxiliar de enfermería, que desde el primer momento atendieron al joven junto a otro señor, que buenamente las asistía hasta la tardía llegada del socorrista, a los 10/15 minutos. Si bien es cierto que el chaval tenía un largo recorrido hasta el lugar, no pudo hacer otra cosa que llamar y llamar para que llegasen los servicios de emergencia cuanto antes, vista la gravedad de la situación, puesto que no disponía de material alguno para poder ayudar a las sanitarias que estaban en el lugar para disfrutar de un día de sol y mar, y que intentaban por todos los medios devolver el pulso al chico mientras, inconsciente, no paraba de echar agua gracias al buen hacer de estas dos profesionales.
De hecho, recuerdo cómo la enfermera iba comentándole a su improvisada compañera el estado del chico, pálido, con la piel fría, el tórax y el abdomen no se levantaba ni se bajaba, “ausencia de ruidos respiratorios”, “cianosis”, “pulso ausente”, “inconsciencia”… estaba ya en parada cardiorrespiratoria.
Como bien sabrán los almerienses que frecuenten la zona, hay una parte del paseo que permanece aún cerrada justo al final de la citada playa, por lo que la llegada de la policía se iba retrasando mientras veían cómo acceder al lugar, a la vez que los allí presentes pensábamos en voz alta: “si esto les ha pasado a ellos no sé cómo va a entrar hasta aquí la ambulancia”.
Pese a que dos agentes llegaron corriendo cuales vigilantes de la playa, su máxima aportación fue la de sostener dos sombrillas que les cedieron los bañistas que se agolpaban alrededor para que la enfermera y la auxiliar no desfalleciesen mientras intentaban salvar al joven legionario a pleno sol y con las temperaturas extremas que estamos viviendo estos días en la ciudad. Cabe mencionar que la llegada del resto de agentes de la policía, tras haber pasado unos 20 minutos agonizantes, enturbió más si cabe la dantesca escena. La absoluta falta de empatía de alguno de ellos e incluso el trato que recibieron, por ejemplo, las citadas sanitarias, que desde el minuto 0 hicieron todo lo posible por el chaval, roza la vergüenza ajena.
Pese a que el hospital más cercano no estaba a más de 10 minutos en coche del ahogamiento, el sentir general era de total despropósito por la demora de casi 30 minutos de la ambulancia. Una vez llegó, fue como para sonrojarse el primer choque de realidad de los sanitarios, mientras la enfermera que se encontraba en la playa y que había atendido al joven requería instrumentación a su homóloga del equipo de asistencia de soporte vital básico, lo único que ofrecía era un pulsímetro que, como comprenderán, suena a chiste malo. De hecho, no llevaba nada ni ayudó a realizar RCP, pues las dos sanitarias y el caballero presentes estaban ya exhaustos, que fue el momento en el que los siete u ocho policías locales se turnaban, a la vez que otro agente de paisano echaba, literalmente y de malas maneras, a quienes habían prestado una ayuda inequívoca y que, de hecho, poco después se volvería a requerir a la enfermera, puesto que la de la UVI móvil aceptó este refuerzo caído del cielo y a la que todo el rato se refería de manera cariñosa como una gran profesional que mantenía en todo momento todo controlado y, al irse, mientras la tensión de más de una hora se transformaba en lágrimas, le decía “gracias compi”.
Nunca se me va a olvidar a la médico pidiendo el desfibrilador y que secasen el pecho al chico, allí tirado, mientras la enfermera que se encontraba allí por suerte, les gritaba una obviedad, y es que sus pies estaban tocando el agua. Otro de los despropósitos imborrables es cuando pide girar al chaval y, entre cuatro ‘hombretones’, no se les ocurre otra cosa que darle la vuelta para quedar su cuerpo boca abajo. La ‘sanitaria turista’, ya desesperada, les volvía a increpar que “qué hacéis” mientras la cara del chico se estampaba contra la arena.
Después de una hora larga tras el verdadero rescate por parte de los allí presentes, la ambulancia permanecía interminables minutos a puerta cerrada en el paseo, marchándose de allí sin hacer sonar la sirena, lo que dejaba un mal augurio entre todas esas personas que corrieron a ayudar en cuanto se percataron de que algo no iba bien, porque sí es cierto que hay que reconocer que la sociedad almeriense y los turistas que se encontraban en ese momento en la playa se olvidaron del calor sofocante, de la arena ardiendo y se echaron a correr para arrimar el hombro.
Y qué decir de las sanitarias, que más bien se convirtieron en ángeles de la guarda inesperadas de un chaval que, en el momento de escribir estas líneas, aún se encuentra muy grave en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Universitario de Torrecárdenas a la espera de evolución.
Ojalá todo hubiera sido diferente. Ojalá que en el 112 no te hicieran un tercer grado a la hora de pedir auxilio, ojalá el paseo hubiera estado abierto y no hubiese supuesto un obstáculo más, ojalá el socorrista no hubiese tenido que correr desde tan lejos para no poder hacer prácticamente nada, ojalá dispusiese del material necesario en estos casos que brilló por su ausencia, ojalá la policía hubiera llegado antes sin entrar en la playa como un elefante en una cacharrería, ojalá la capital de una provincia de este calibre tuviese una ambulancia parada en el paseo que da acceso a playas a las que acuden miles de personas cada día al igual que sucede con otros eventos multitudinarios y se pudiesen atender con premura este tipo de situaciones que pueden tener como vemos consecuencias fatales y que nos puede pasar a cualquiera… Ojalá no tuviéramos que depender todos de la suerte de tener cerca a sanitarias a las que la vocación les llama pese a estar en la playa tumbadas de vacaciones, descansando después de más de dos años de horror y de pandemia.