Opinión

The dart

Antonio Felipe Rubio | Jueves 29 de septiembre de 2022



La madrugada del martes recordé mis años mozos aguardando la llegada del hombre a la Luna frente a un televisor en blanco y negro en el que se adivinaban imágenes trémulas y borrosas. Pasados los años, con la misma mirada infantil y curiosa, me asombré al ver la proeza del impacto de un ingenio espacial que se precipitaba a toda velocidad contra un asteroide tan grande como un petrolero. Esta hazaña científica se circunscribe al Programa de Defensa Planetaria; o sea, qué hacer si un asteroide tan grande como una montaña le diese por impactar contra la Tierra. A esta iniciativa se le ha dado en llamar “Dart”; es decir, dardo en su traducción al castellano.
Salvando las distancias tecnológicas, otro dardo ha sido protagonista el mismo día en Almería. Concretamente, en la Plaza de las Madres de Mayo (El Palmeral, junto al Auditorio Maestro Padilla) un operario de la perrera, ahora denominada Centro Zoosanitario, disparó un dardo tranquilizante a un ejemplar que orbitaba por el parque infantil de la citada plaza. En realidad eran dos ejemplares de jabalíes de unos cincuenta kilos, que hocicaban en jardines y parterres con total desprecio a la presencia de niños y mayores, así como de los técnicos del zoosanitario y policías municipales que fueron alertados por los vecinos.
Se dice que estas invasiones de animales salvajes responden a la escasez de alimentos en su ámbito natural, cambio climático, calentamiento global… y por qué no, a la guerra en Ucrania. Pero esto no responde a otra cosa que a la Economía Azul y similares constructos del Armagedón medioambiental.
Lo cierto es que el proteccionismo del medio rural, las restricciones, las prohibiciones y otras siderales ocurrencias han variado las conductas de diversas especies animales. La tendencia a prohibir la caza induce a descuidar los cotos que han sido ejemplo de repoblación, control y respeto por el equilibrio ecológico de amplias zonas que ahora se abandonan a su suerte. La prohibición de la tauromaquia conducirá a la degradación de inmensas dehesas ubérrimas en vegetación y frutos para el pasto de las reses, así como el exterminio de recursos económicos y sociales para un amplio sector de la población rural.
Almería está atenazada por casi el 75% de su espacio con algún tipo de protección medioambiental. Y esto no sería perjudicial si se estableciesen modelos de explotación del medio físico con actividades compatibles; es decir, como se ha hecho siempre, antes de que llegasen estos semovientes gobernantes que pretenden un paisaje yermo como el de sus respectivas ideologías.
Estamos en manos de especímenes que pretenden dotar a los árboles de cobertura jurídica tal que la dispensada a un registrador de la propiedad. Tenemos a una ministro de Igualdad que excreta un alegato favorable a la pederastia. Tenemos a otra ministro de Trabajo que aconseja no consumir fresas fuera de temporada porque eso envilece a los países productores que las exportan. O sea, que en Finlandia dejen de consumir hortalizas de Almería porque son productos importados por un país báltico que tirita de frio y no hay dónde plantar una tomatera. Y no me extrañaría que esta eminencia agropecuaria nos induzca a los almerienses a no consumir coles de Bruselas o pepino holandés, pues es posible que toda una vicepresidente del Gobierno de España piense que ambos productos los importamos del Benelux. Claro, excuso decir que esta eminencia pueda interpelar ¿y qué coño es eso del Benelux?