Opinión

Sin ver el discurso del Jefe del Estado

Rafael M. Martos | Domingo 25 de diciembre de 2022

No vi el discurso de Navidad del Jefe del Estado, Felipe de Borbón, y créanme que no fue por mi confesada adscripción republicana, sino sencillamente porque así de bien se dio la Nochebuena que en casa no estábamos para eso... y se me pasó. Entiendo que las circunstancias por las que atraviesa España lo hacían especialmente interesante, tanto para aplaudirlo como para criticarlo si fuese el caso.

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Pero hay un elemento clave para que esta mañana no me sienta culpable por no haber escuchado un mensaje que por obligación profesional debía atender, y es que nunca se puede esperar nada nuevo en ellos, porque constitucionalmente así debe ser.

La forma de Estado en España es la monarquía constitucional, y el pueblo es el soberano. El pueblo, aclaro, no es el Gobierno, ni tampoco lo son los representantes de la ciudadanía con escaño en la Carrera de San Jerónimo. Representan al pueblo, pero no son el pueblo, y por tanto ni las Cortes Generales, ni el Gobierno, ni el Jefe del Estado, ya sea un rey, una reina, o una persona democráticamente elegida, son soberanos porque no son el pueblo.

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Lo cierto es que, en un fraude más de los que acumulamos en nuestro sistema partitocrático, se asume que el discurso del Rey ha de seguir la senda que le marque el Gobierno, o como mínimo, ser supervisado por éste, cuando el Rey, a quien ha de estar sometido es a la Constitución, que marca como único soberano, al pueblo español.

Un sistema partitocrático el nuestro, en el que, por ejemplo, se sanciona a los diputados cuando no obedecen las directrices de su grupo parlamentario, cuando la Constitución establece que el mandato no es imperativo, excluye de este modo la posibilidad de que los partidos puedan obligar a sus parlamentarios a someterse a la disciplina de voto. “Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo”, sentencia el artículo 67.2 de la Carta Magna. La sinopsis de este artículo elaborado por un letrado de las Cortes para analizar ese artículo habla directamente de la “prohibición del mandato imperativo”, que justifica así: “En el ejercicio de su función representativa no cabe la imposición de ninguna mediación ni de carácter territorial ni de carácter partidario”.

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En fin, esa es otra historia, pero demuestra que sistemáticamente se vulnera la Constitución en el mismísimo templo en que fue parida.

Llegados a este punto, lo que quiero decir, es que el Jefe del Estado tiene, objetivamente derecho a expresarse con total libertad, independientemente de las directrices del Gobierno de cada momento, porque solo está sometido a la Constitución, y por ende, al pueblo soberano.

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Pero no es así, por eso el discurso de Felipe de Borbón siempre deja satisfechos a los mismos e insatisfechos a los mismos.

Ante la situación por la que estamos pasando, con la modificación por la puerta de atrás del Código Penal, con las maniobras para cambiar leyes orgánicas como si fuesen ordinarias, con asuntos tan graves como los efectos perniciosos de la Ley del “solo sí es sí”, con el aviso de los independentistas de que volverán a hacer un referendum... ¿qué opinión creemos que puede tener un Rey, cuando es consciente de que el paso siguiente puede ser destronarlo? No hace falta ser muy listo para imaginar que la historia puede volver a repetirse.

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Ya he dicho que soy republicano, es decir, defiendo que todos los cargos políticos, incluida la Jefatura del Estado, deben ser fruto de la elección libre de la ciudadanía, no resultado de la herencia familiar.

Pero dicho ésto, Felipe de Borbón merece respeto como Jefe del Estado... mientras lo sea, y por eso resulta inaudito el comportamiento del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, saltándose el protocolo y la educación más elemental (¿qué es eso de cruzarse por delante de alguien junto a quien caminas para saludar a otro? ¿o ir dos pasos por delante de alguien con quien se supone que vas andando al par?).

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Así que si sumamos esa actitud chulesca de Sánchez (“me duele la cara de ser tan guapo” que cantaría en los ochenta), con la idea inconstitucional de que es el Gobierno quien ha de controlar el mensaje del Rey, pues no había muchas esperanzas de que dijese algo distinto a lo que se puede leer esta mañana de 25 de diciembre en todos los medios.

Felipe de Borbón no puede hacer mucho más que apelar a la Constitución... que no es poco, y esa es el punto central, que podría haberse ido por las ramas, podría haber dedicado más tiempo a otras cosas (Ucrania, solidaridad, Ejército, crisis económica...), pero no, el Jefe del Estado ha insistido en la validez de la Carta Magna, y ha resaltado algunos puntos como el de decisión de “todos” respecto al futuro de “todos”.

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Insisto, no es poco, y es lo único.

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