“La política es el arte de lo posible”, decía el canciller alemán Otto von Bismarck. Pero para Vox, la política parece ser el arte de lo imposible. El partido de extrema derecha, que irrumpió con fuerza en el Congreso en 2019 con 52 diputados, se enfrenta ahora a un descalabro electoral según todas las encuestas de cara a las elecciones generales del 23 de julio. Los sondeos le otorgan entre 30 y 35 escaños, lo que supone una caída de alrededor del 30% respecto a los resultados anteriores. ¿Qué ha pasado para que Vox pierda tanto apoyo en tan poco tiempo, y cómo va a digerirlo?
La respuesta no es sencilla, pero se puede resumir en una palabra: agenda. Vox ha basado su discurso político la crítica radical, y hasta visceral, pero cometiendo dos errores graves de planteamiento. El primero es allí donde algunos -más o menos según el caso- pueden considerar que tienen razón, su alternativa es la nada, o en el mejor de los casos, algo imposible de ejecutar. En el segundo de los casos, se trata del rechazo todos los consensos asumidos a lo largo de las décadas acumuladas de democracia.
Su agenda se centra en cuestiones como la inmigración, la unidad de España, la defensa de la familia tradicional, el rechazo al feminismo, el negacionismo del cambio climático o la crítica a la Unión Europea. Estas ideas pueden tener cierto eco entre una parte de la población, pero muchas de ellas no son las que más preocupan a la mayoría de los españoles, que se enfrentan a problemas más acuciantes.
Además, Vox no solo ha defendido su agenda ideológica desde la oposición, sino que ha intentado imponerla desde el poder. El partido ha entrado en los gobiernos autonómicos de Castilla y León, Valencia y Extremadura, y ha condicionado su apoyo en primer lugar al número de asientos en el gobierno que presidiera el PP, y en segundo lugar lo ha hecho imponiendo sus planteamientos ideológicos, pese a tratarse de una minoría. Con el 8% de los votos en Extremadura, por ejemplo, imponen al 92% restante su visión de la violencia de género, o la derogación de leyes aprobadas con el 100% del consenso de la Asamblea.
Todo esto ha provocado un desgaste y una decepción entre sus votantes, que han visto cómo Vox no ha sido capaz de ofrecer soluciones reales a los problemas del país, sino que se ha dedicado a generar polémica y confrontación. Vox ha perdido credibilidad y confianza, y eso se refleja en las encuestas. Sin embargo, el partido no parece darse por aludido, y sigue aferrado a su agenda ideológica, sin hacer autocrítica ni renovar su discurso. Esta actitud puede ser suicida para Vox, que corre el riesgo de quedar relegado a un papel marginal en el panorama político español. Como dijo el escritor George Orwell: “El peor enemigo de un revolucionario es su propia retórica”.
En las pasadas elecciones municipales del 28M, el entonces concejal no adscrito del Ayuntamiento de Almería, y pero proveniente de Ciudadanos, Miguel Cazorla, se preguntaba en una entrevista que le hice, por qué no iba a poder ser alcalde de la ciudad si solo tuviese un edil, y fuese imprescindible para pactar una investidura. Y era cierto, podría serlo, pero desde luego -como así le contesté- me parece que no podría ser interpretado como algo muy democrático, por legal que fuese. Es por eso que si a Vox le da igual ser un partido de mayorías o de minorías, porque solo aspira a lograr los escaños suficientes como para tener sillón en el consejo de ministros en virtud de la matemática parlamentaria, y desde ahí imponer a la mayoría sus postulados, aunque éstos sean cada vez compartidos por menos personas, entonces sí, entonces van por el camino correcto.
Por cierto, ese concejal no revalidó el escaño.