Opinión

Los miserables

(Foto: malasombra).
Ricardo Alba | Domingo 17 de diciembre de 2023

Los recuerdos saltan a veces sin saber cómo. Tal vez un pequeño detalle te devuelve a lugares, tiempos, acontecimientos, alojados en algún lóbulo del cerebro.

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Hace ya unos años, observaba a un grupo de niños levantando un castillo de arena en la playa. Cuando casi habían culminado la obra apareció una pandilla de jóvenes que, sin más, pisaron, patearon, desmoronaron la construcción con el consiguiente llanto de disgusto de los niños cuyas mamás intentaban consolarlos además de animarlos a la reconstrucción del castillo chafado.

Los niños, pobrecitos míos, emprendieron de nuevo la labor con esmero y, también de nuevo, asomaron los mozalbetes con el ánimo de consumar sus labores de demolición. Y la consumaron sin importarles un bledo las recriminaciones de familias, los reproches y afeamientos de quienes simplemente estaban paseando, tumbados o sentados bajo las sombrillas.

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Los mocitos no sólo persistieron en sus modales destructivos, sino que, con descaro nunca visto por mí, se enfrentaron a la gente al grito de la playa es nuestra. Efectivamente, se quedaron solos, la gente recogió sombrillas, toallas, neveras, y abandonaron la playa de mala gana.

Dicho esto, resulta imposible saber si con el paso del tiempo aquellos vándalos se dedicaron a la política, posiblemente más de uno, sí. En cualquier caso, si no son ellos o algunos de sus descendientes, la semejanza de aquel incidente playero con la situación de la política española es notoria.

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La actuación de quienes hoy abusan del poder en nombre de cualquiera sabe cuál mayoría progresista, amenaza con la demolición de España. Personalmente, me los imagino derribando castillos de arena en las playas: el castillo judicial a tomar viento; el castillo de la tolerancia se lo tragaron las olas; el castillo constitucional, traicionado, pisoteado; el castillo de la vergüenza, la ética, el respeto, convertido en el palacio de la vulgaridad, mediocridad, chulería hasta el vómito.

Hay un grupito en España que, según mi entender, es lo más aproximado a la secta: estructura piramidal con un mesías al que rinden pleitesía los incondicionales; los adeptos viven en otro mundo que nada tiene que ver con la realidad; las decisiones son tomadas por el guía y su círculo más próximo, los demás siervos a obedecer; y a qué seguir porque estas líneas me están dibujando al partido sanchista que los dioses guarden en alguna de las islas Maldivas. Jesús, en cuanta paz quedaríamos.

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A todo esto, lo que pretendía trazar en esta columna concernía a lo soez y grosero de algunos actuales ministros y portavoces. En concreto a uno de Valladolid y a otro que un antepasado día preguntó: ¿qué es una nación, Pedro? Pedro balbuceó una torpe respuesta. ¿Y si le hacemos la misma pregunta a usted, que es portavoz socialista en el Congreso? ¿Qué es una nación, Pachi? Nada, ni la menor idea. Vamos, que Pedro y Pachi ignoran lo que es un indulto, lo que es la amnistía, porque lo confunden con el perdón de los pecados. Y ya sería de nota que respondieran saber qué son los principios, la dignidad, los límites políticos, los pactos con delincuentes.

Hoy, esas líneas se han ido por derroteros que, como las líneas de fuga, convergen en el infinito.

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