El 23 de febrero de 1981, conocido como el “23F” se convirtió ese día a nivel institucional y a pie de calle, para todos, en una fecha que de una manera u otra está ligada al concepto de “Golpe de Estado”. Sea la que sea la opinión personalísima de cada persona de aquel acontecimiento, especialmente, en el Congreso de los Diputados y en Valencia, el 23 de febrero de 1981 marcó un antes y un después en la historia de España.
Pero ¿Y hoy? ¿Acaso en España no tenemos la percepción sensorial que estamos sufriendo con sutilidad burocrática un golpe de Estado? El cual está más presente que nunca en los sentires institucionales con un revestimiento normativo de impostura legal para hacernos ver con los ojos vendados y la palabra manipulada que no es cierto que España se estén sus cimientos constitucionales del Estado de Derecho desmoronándose de forma progresiva: separación de poderes, libertad, igualdad ante la ley, etcétera…
Pero todavía, muchos de nosotros que creímos en la Transición política, seguiremos enarbolando con el corazón, la razón y el alma los símbolos más genuinos de España, oponiéndonos con discernimiento y tesón a este ente inquisidor institucional a través de la palabra por la defensa de la libertad, la democracia y de nuestra Nación, estando siempre ahí, arrimando el hombro con pasión hasta el último suspiro antes de nuestro paso a la ultratumba por enfermedad o vejez.
Dejemos de hablar con taciturna y ambigua voz entre las tramoyas, con la intimidación de las urnas y manifestemos nuestro temple y nuestros pensamientos sin importarnos nada el "oído del Sistema"...Quebremos el imperativo legal del silencio incriminado y exterioricemos con urbanidad pero con libertad y bizarría los principios y valores humanísticos cristianos y con el soplo de Dios, ante este totalitarismo marxista democrático, que ha inoculado con su supremacismo separatista hasta en los resortes del catolicismo.