Opinión

El Palmar de Belorado

(Foto: malasombra).
Rafael Leopoldo Aguilera | Domingo 19 de mayo de 2024

Si se quieren ir las monjas cismáticas, que se vayan. ¡Qué Dios les bendiga! Y que la Justicia determine si pueden disponer de los bienes patrimoniales, cuestión esta difícil para estas sediciosas monjitas de clausura, ya que la personalidad jurídica y la capacidad de obrar les viene por su propia constitución al pertenecer a la Iglesia Católica de Roma, todo ello, en virtud de la legislación consolidada del Instrumento de Ratificación del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre asuntos jurídicos, firmado el 3 de enero de 1979 en la Ciudad del Vaticano.

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Un triste espectáculo mediático de cantonalismo religioso asimétrico, entre la venta de trufas y cuestiones inmobiliarias, ajenas a las virtudes cristianas que deben de prevalecer en cualquier discernimiento pastoral y, menos aún, en una comunidad de religiosas, llamadas hermanas pobres, que de forma voluntaria juraron ante Dios y los Santos Evangelios cumplir con lealtad y fidelidad los cuatro votos de la regla de Santa Clara:

Castidad. Que favorece la libertad de mente, corazón y cuerpo, y expresa el amor indiviso hacia el Altísimo y toda la creación, así como total disponibilidad de servicio a la humanidad mostrando el amor de Cristo.

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Pobreza. Su significado radica en la fe, dando testimonio de Dios, que es la única y verdadera riqueza del corazón humano. Por eso se pide a las personas consagradas un nuevo y decidido testimonio evangélico de abnegación y sobriedad.

Obediencia. Es un sí al plan de Dios a imitación de la sumisión de Jesús que obedeció “hasta la muerte y una muerte de cruz”. Las hermanas expresa en este voto el misterio de la independencia humana como camino de obediencia a la voluntad del Padre con el fin de llegar a la verdadera libertad.

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Clausura. Guardando la clausura intentan llegar en la soledad, el recogimiento y el silencio, al encuentro con Dios. Esta libre entrega la abrazan con amor como un medio ascético que nos acerca al mundo a través de la oración constante.

Puedo decir, que mi niñez e infancia la pasaba yendo con mi madrina Rafaela Martínez Oña a visitar a la Madre Sacramento, q.e.p.d., monja en el Real Monasterio de Santa Clara en Almería, entre las calles de las Tiendas, Jovellanos, Mariana y plaza Vieja o de la Constitución, de la que tras las penurias sufridas durante la guerra civil de 1936, fue Madre – Abadesa y se encuentra enterrada en oler a santidad en el interior del Convento. Por ello, a las Madres Clarisas les tengo un especial cariño por su carisma franciscano, impronta que después pude vivir espiritualmente en la Real, Ilustre y Franciscana Cofradía del Silencio.

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Lo que es inconcebible, que estas consagradas hermanas clarisas de Belorado utilicen una forma de expresarse, que no es propio en las comunidades de religiosas y, menos aún, con unos términos de discernimiento en la comunicación mediática ofensivos y recriminatorios al Pueblo de Dios incardinado en la Iglesia Católica, quebrando la comunión eclesial con un manuscrito, más propio de un análisis psicológico que teológico, ya que ahora, al cabo de los años, se dan cuenta, mezclando “churras” con “merinas”, que llevaban el paso cambiado y en vez de discernir con el director espiritual, sin elementos exógenos que perturben la paz interior, cogen un callejón sin más salida que la excomunión.

Da la percepción, que a estas monjas todo lo rezado y orado en el convento en sus largas horas de estudio y vida piadosa les ha mundializado, más que haberles inyectado la impronta del amor al prójimo y a Dios, alineándose con unas personas sectarias que quieren popularizar y mercantilizar unas ideas o pensamientos ajenos y antagónicos a la Tradición patrística y doctrina conciliar, que diariamente rezamos en la Santa Misa con el Credo niceno-constantinopolitano creando en las vísperas de Pentecostés el llamado “Palmar de Belorado”. Paz y Bien.